1994 - Ciclo B
3º domingo de pascua
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 24, 35-48
Los discípulos contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Todavía estaban hablando de esto, cuando Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: «La paz esté con ustedes»
Atónitos y llenos de temor, creían ver un espíritu, pero Jesús les preguntó: «¿Por qué están turbados y se les presentan esas dudas? Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean. Un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que yo tengo»
Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus pies. Era tal la alegría y la admiración de los discípulos, que se resistían a creer. Pero Jesús les preguntó: «¿Tienen aquí algo para comer?» Ellos le presentaron un trozo de pescado asado; él lo tomó y lo comió delante de todos.
Después les dijo: «Cuando todavía estaba con ustedes, yo les decía: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos»
Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras, y añadió: «Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto»
SERMÓN
Vds. conocen bien el digno mosaico que adorna el ábside de nuestro templo. La coronación de la Santísima Virgen como Reina y señora del Universo por parte de la santísima Trinidad. Todo dibujado sobre un fondo dorado dejando abajo un espacio azul para que en las antiguas exposiciones del santísimo resaltara el bronce radiante de la custodia.
El mosaico es un buen material. Formado de teselas de piedra, esmalte y vidrio nunca pierde el colorido original. Tanto es así que, allí donde han sido conservados, aún mosaicos antiquísimos nada han perdido de su brillo y fulgor. Aunque la técnica del mosaico nació en Caldea y Egipto, son los mosaicos romanos y bizantinos los que más hoy nos asombran con su arte. Arte musivo, se llama, del latín mussivum, mosaico.
El arte musivo bizantino a pesar del tiempo, ha dejado abundantes huellas, tanto en Constantinopla, como en Roma, Ravenna, y Sicilia. Más en estas últimas que en la primera, bárbaramente destruida por los turcos seldjúcidas y la iconoclastia musulmana.
Para nosotros los cristianos son testimonios importantes de la religión de nuestros mayores, puesto que era por medio de esos mosaicos como se ilustraba la fé del pueblo, en una época en la cual no existían ni los grabados, ni las láminas, ni los audiovisuales. Paredes, frontones, ábsides, de basílicas y mausoleos, eran como grandes páginas de ilustraciones del catecismo.
Uno de los ejemplos más hermosos de este arte musivo lo encontramos en los veinticuatro paneles de la nave central de la basílica de Santa María Maggiore en Roma, hechas hacia finales del siglo III. Escenas del viejo y nuevo testamento de abundantes colores, donde los episodios dibujados son recogidos sobre un fondo natural hecho de paisajes y naturaleza. Dios y el hombre conviviendo en el horizonte de la tierra, a través de la encarnación de Cristo.
Pero, si de Roma pasamos a Ravenna, última capital del imperio romano en occidente, notamos como si esta convivencia comenzara a sufrir un cierto hiato, una separación. El fondo de los dibujos es todavía paisaje terreno, pero para los personajes meramente humanos: emperadores, reyes, patriarcas, santos. Cristo, en cambio, como en el ábside de la basílica de San Vitale aparece como sobre y fuera de la naturaleza. Abajo hay césped con flores. Pero Cristo está ya sentado sobre una esfera celeste, figurando el universo; y todo contra un fondo dorado recorrido por nubes violáceas, atemporales.
Si de allí, en la misma Ravenna, pasamos al bellísimo mausoleo de Galla Placídia, ‑la hija de Teodosio‑ vemos que incluso las figuras de los santos se mueven en un fondo azul sobrenatural, fuera ya de contacto con el mundo.
Si seguimos recorriendo Ravenna y llegamos al período más clásico del arte bizantino, en la basílica de Sant'Apollinare Nuovo, comienzos del siglo VI, ya hasta el azul desaparece: Cristo, rodeado de ángeles está sentado en un trono imperial, áureo y gemado, todo recostado sobre un fondo puramente dorado, impoluto, fuera del tiempo y del espacio. Solamente la tarima que sostiene sus pies se apoya sobre una estrecha franja de espacio verde y florido.
Es como si Cristo se fuera alejando cada vez más, en la imaginación de los artistas, de la tierra, de nosotros. Y si cruzamos a Sicilia y llegamos al típico arte bizantino de Palermo ‑Santa Maria dell'Ammiraglio, la Capella Palatina, el Duomo di Monreale‑ el fondo dorado ya ha perdido todo contacto con lo verde y el Cristo espléndido y majestuoso se impone, solitario y augusto, casi puro Dios; con su humanidad de tal modo solemnizada y mayestática, que pareciera en su infinita distancia exigir de nosotros solo humillada adoración, homenaje, nubes de incienso...
Incluso los crucifijos de este arte nunca nos muestran un Cristo muerto o doliente, un Cristo humano, sino la figura impasible de un Jesús grave y sagrado, para el cual la cruz, más que un instrumento de tortura, hubiera sido un adorno recubierto de pedrerías.
Tendrá que venir San Francisco de Asís y su amor a la humanidad de Jesús y al hermano mundo, para que el arte vuelva también a traer a Cristo, desde el empíreo de lo ultraterreno a la cotidianeidad de la vida humana. Recordemos que fue Francisco, precisamente, el que introdujo o inventó el culto del pesebre en la tradición navideña.
Es la revolución artística del Cimabue, con su cuerpos de Jesús retorcidos de dolor sobre la cruz y del Giotto, con su tiernas escenas bien terrenas de la vida de Jesús y de Francisco, coronada luego con el período gótico, la que torna a aproximar a Dios a la tierra, a las preocupaciones humanas, a este mundo que pisamos. Se vuelve otra vez la atención al Cristo hombre, al cristo hermano nuestro, al Cristo cuyas carnes y nervios como los míos fueron atrozmente taladrados en el suplicio de la cruz. No es Jesús sobre fondo dorado; es Jesús que duerme en los brazos de María, el Jesús que tiene hambre y sufre el calor y la sed, el Jesús que llora humanas lágrimas frente a la muerte de su amigo Lázaro, el que participa de la alegría de una fiesta de bodas, el que se enternece con niños y pecadores, el que mira amaneceres y contempla la belleza de los lirios del campo, el que, lleno de bronca, vitupera a hipócritas y fariseos y saca a latigazos a los mercachifles del templo. No: nada de fondos dorados.
Es que el misterio de la encarnación y la resurrección del Dios hecho hombre es demasiado para nuestras pobres mentes humanas, y tentación constante será, para simplificar las cosas, o reducir a Jesús a lo meramente divino o a lo meramente humano.
¿Quién no ha oído hablar de Cristo como un gran profeta, un gran moralista, o maestro o gurú, a la par de Buda o Sócrates o Mahomma o Ghandi? No hace tanto tiempo ¿no nos lo quisieron transformar en un gran revolucionario de tipo político, casi un guerrillero? Bien recientemente, en Chiapas, había, pintadas en las paredes, figuras de Cristo con el fusil en la mano...
Si, un gran hombre, el introductor de una ética superior, un fundador no solo de una religión sino de toda una civilización... Todo se le llega a reconocer; lo único que se le niega es que sea Dios.
Pero no se crea que estas negaciones tienen que llegar a ser explícitas. Porque también se tiende a negar la divinidad de Jesús, cuando nunca hablamos de ella, cuando predicamos a Cristo siempre como un mero ejemplo de amor al prójimo, cuando desvalorizamos los sacramentos, la oración, cuando hacemos del cristianismo una mera praxis y no una mística, cuando pensamos que todas las religiones son iguales, cuando vemos siempre a los clérigos meterse en política y poco hablar de religión, cuando nos olvidamos del cielo, de las realidades sobrenaturales y de nuestro destino eterno, y pensamos solo en qué ayuda puede prestarnos Jesús para las cosas de esta tierra; o cuando nos acercamos sin respeto a comulgar como si solo fuera un ágape fraterno, o un acto mágico, sin preparación, sin acción de gracias, sin conciencia adorante de la presencia augusta de Dios... O cuando no expresamos en nuestras actitudes en el templo, en nuestras genuflexiones, en nuestro silencio, en nuestra manera de vestir, el respeto debido a lo sagrado... La chabacanería en la liturgia, las musiquitas más o menos ruidosas, más o menos sentimentales, más o menos bobas... O la caridad, el amor, reducidos al sentimiento o a mera filantropía. O la falta de seriedad con que a veces se menciona a Cristo: el barbudo, che Jesús, el viejo... Si: también hay una manera de desacralizar a Cristo, de humanizarlo unilateralmente, con nuestras maneras, con nuestra fe infantil, con nuestra falta de bueno gusto...
Dicho esto, también es tentación el extremo contrario: el divinizar de tal manera a Cristo de alejarlo de nuestro mundo y de nuestras preocupaciones. Dios lejano e inasible, flotando en el dorado fondo de una eternidad infinitamente distante de nosotros... Dios tremendo, cuanto mucho: cuidadoso censor de nuestras faltas y transgresiones... Dios solemne, magnífico, grave, pomposo y soberano, cuya fugaz aventura por la tierra en Jesús, casi ni siquiera lo ha tocado, ni ensuciado los pies, retornado triunfante a sus etéreos palacios imperiales...
¿Qué puede haber entre mis preocupaciones, mis penas de niño o de anciano, mis preocupaciones tortuosas de adolescente, mis exámenes y mis noviazgos, mi vida de adulto, de negocios, de ascensos, de prestigios, de éxitos y de fracasos, de alegrías y penas de amores, de angustias de patria, que puede haber de común en todo ello con el Cristo Pantocrator, Omnipotente, etéreo, lejano, sentado en su trono y fondos dorados...?
No... no... "tocad, no soy un espíritu, no soy un fantasma... mirad mis manos y mis pies, dadme de comer, tocadme, soy yo, yo mismo..." El mismo Jesús que fué acunado en el regazo de María, el mismo que jugó pequeño con los chiquilines de Nazaret, el mismo que caminó con Vds., descalzo y polvoriento, por los senderos palestinos; el mismo que con Vds. cantaba y reía en los atardeceres galileos, el mismo que conoce muy bien tus penas y nostalgias, tus alegrías y esperanzas, tus amarguras y soledades, tus tentaciones y debilidades; el mismo que penó, sufrió y murió como hombre en horrenda cruz.
Y aún resucitado lleva en sus manos y sus pies las huellas de sus humanos pesares; y aún resucitado late en su pecho de carne un corazón de hombre como vos; y aún a la diestra del padre, sus ojos brillan de ternura cuando te vé y siempre te ve, se nublan de lágrimas cuando sufrís o te vas lejos, y resplandecen espléndidos como luceros cuando le decís y le demostrás que lo querés...
Y aunque está siempre al lado tuyo, por más que no lo puedas ver, allá te espera donde si lo puedas ver, no para sumergirte anónimo en un cielo dorado de espíritus y ángeles, encandilante y soberano en mayestática divinidad, sino para abrazarte con su brazos de hueso y de carne, a vos, también resucitado, tampoco fantasma, tampoco espíritu, sino hombre, como el que está al lado tuyo, como yo, como El, Cristo, Jesús, nuestro Dios y Señor.