1981 - Ciclo A
4º domingo de pascua
Lectura del santo Evangelio según san Juan 10, 1-10
En aquel tiempo, Jesús dijo: «Les aseguro que el que no entra por la puerta en el corral de las ovejas, sino por otro lado, es un ladrón y un asaltante. El que entra por la puerta es el pastor de las ovejas. El guardián le abre y las ovejas escuchan su voz. El llama a cada una por su nombre y las hace salir. Cuando las ha sacado a todas, va delante de ellas y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz. Nunca seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen su voz» Jesús les hizo esta comparación, pero ellos no comprendieron lo que les quería decir. Entonces Jesús prosiguió: «Les aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos aquellos que han venido antes de mí son ladrones y asaltantes, pero las ovejas no los han escuchado. Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará; podrá entrar y salir, y encontrará su alimento. El ladrón no viene sino para robar, matar y destruir. Pero yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia»
SERMÓN
El vocablo “Dios” posee, en el lenguaje corriente universal, ya sea para afirmarlo ya sea para negarlo, una significación suficientemente unívoca: es el principio único, dinámico e inteligente, que crea y guía al mundo y a los hombres. Sin embargo, hay que decir que esta concepción mundialmente divulgada, aún con los vagos matices que pueda tener en cada uno, es relativamente reciente en la historia de la humanidad. Más todavía: es fruto del influjo específico y exclusivo de la revelación del antiguo Testamento, perfeccionada por el Nuevo. Ni los griegos, ni los chinos, ni los hindúes, ni cualquier otra civilización histórica que podamos rastrear se acercaron a este concepto hasta que no se pusieron, de una manera u otra, en contacto con el cristianismo.
Del Dios de la filosofía occidental moderna y contemporánea –tanto para los teístas como para los ateos- ni se hable. Ella es heredera, aunque corrupta, de la cosmovisión cristiana. Pero, cuando el ateo consciente niega la existencia de Dios, quiéralo o no, se está refiriendo al concepto de Dios elaborado metafísicamente a partir del cristianismo. Por eso da lástima cuando uno oye por allí: “ Yo creo en Dios, pero no en Jesucristo ”, porque el que pronuncia esta frase no se da cuenta de que, históricamente, no hubiera podido creer nunca en el Dios del cual habla si no hubiera existido Jesucristo.
Más bobo aún el afirmar que “ todas las religiones son maneras válidas de hablar de Dios ”.
Porque se da el caso de que el concepto de Dios, a pesar de ser alcanzable ‘en principio', umbrátil pero verazmente, por la razón humana, ‘de hecho' fue descubierto y elaborado en el marco de la Revelación y, puntualmente, en la idea del Dios creador, distinto y trascendente al universo.
Entre los antiguos griegos –supuestamente estallido cumbre de la razón que define al ‘homo sapiens'- la palabra ‘ theos ' –de dónde ‘ deus' en latín, dios en castellano-, aún en pensadores de la talla de Platón o Aristóteles, posee un significado totalmente diferente al actual.
Originariamente el término estaba asociado a cualquier manifestación extraordinaria o imprevista de poder: e. g. un terremoto, un rayo, un trueno. Y, dado que estas manifestaciones se daban por todas partes, para el griego, el mundo y el cielo estaban llenos de ‘ dioses ' –en un sentido muy similar al de ‘ daimones '- o de divinidades o, quizá, solamente, ‘divinidad'. Una especie de fuerza difusa e impersonal que se expresaba en multitud de teofanías y figuraciones. En realidad se trataba de un concepto tipo comodín para explicar todo lo que resultaba extraordinario e inexplicable para la ruda ciencia del pensamiento primitivo.
La fenomenología de las religiones demuestra que esta concepción, cuasi supersticiosa, de un poder esparcido por todo el mundo, representado míticamente en diversas figuras totémicas, zoomorfas o antropomorfas, era lo común en lo que hoy se ha dado por llamar el ‘fenómeno religioso'.
Incluso hay llamadas ‘religiones' en las cuales la idea de ‘Dios' –al menos como ser personal o distinto del mundo- está ausente. El budismo o el jainismo o el zen no poseen esta idea. Se trata de ‘sabidurías' tendientes a ejercicios introspectivos, muchos de los cuales pretenden solamente alcanzar el ‘nirvana', confundido con la nada. Aún en el budismo ‘ mahayana' (‘gran vehículo') -contrapuesto al ‘ hinayana' (‘pequeño vehículo')-, del cual se dice que tiene una especie de ‘dios' -el ‘supremo' como le llaman-, éste no sería un ser objetivo, frente al yo humano, y ni siquiera una fuerza que lo ayudara desde fuera, sino una pura fuerza o experiencia interior que surgiría desde lo más profundo del mero ser hombre.
El mismo hinduismo ‘ vedanta' que parece tener multitud de dioses, en la interpretación de los doctos, los gurúes, es una forma popular del hinduismo verdaderamente gnóstico en que Isvara o Bhagavat o Vishnu o Shiva o Krishna , no serían sino figuraciones, ‘avatares', apropiados para la mente ruda del pueblo inculto, del ‘Absoluto' impersonal, esfuminado y confundido, de una manera u otra, con el universo.
Distintos avatares de Vishnu
Es verdad que el sintoísmo , el confucianismo y otras religiones hablan de una especie de ‘ Cielo supremo' , origen de las cosas, que podría lejanísimamente identificarse con una divinidad, pero siempre acompañado, de hecho, de politeísmo, deísmo polimorfo y panteísmo.
Más aún, en estas concepciones los mismos dioses nacen a la existencia en relatos teogónicos que, manifiestamente, nada tienen que ver con el concepto del Dios absoluto e inmutable que aparece en el mundo bíblico, sobre el cual no existe ninguna prehistoria ni mito de formación.
Si muchas religiones orientales hoy hablan de un Dios semejante al de la tradición cristiana, no es sino por el influjo purificador de ésta, mediante los contactos históricos de los últimos siglos de esos pueblos con el mundo occidental.
El hecho es que para llegar al concepto acabado de Dios que figura en nuestro diccionario de la Real Academia: “ Nombre sagrado del Supremo Ser, Criador del universo, que lo conserva y rige por su providencia ” (1), se ha necesitado de la Revelación.
Esta Revelación se ha ido forjando y aclarando paulatinamente en el ámbito del pueblo de Israel.
Si Vds. leen los pasajes presuntamente más antiguos de la Biblia, aquellos que se refieren a la historia de los patriarcas, podrán darse cuenta de que, al comienzo, es muy posible -por más corregidas que estén estas viejas tradiciones por la teología de los últimos redactores de la Escritura- que aquellos personajes legendarios participaban de las creencias comunes a los pueblos que los rodeaban e influían.
Sin embargo, -allá por el año 1900 AC- podemos adivinar que una particularidad los comenzaba a diferenciar del resto. El llamado ‘Dios de los Padres', con las diversas denominaciones que subsisten en el texto de nuestra Biblia actual –el ‘ Dios de Abraham' , o ‘ el Terror de Isaac' o ‘ el Poderoso de Jacob' -, parece ser una divinidad que no está ubicada en determinados templos o territorios, como los demás dioses, sino que acompaña constantemente a las tribus hebreas en su desplazamiento nomádico. Poco a poco parece reclamar un culto exclusivo, celoso, que no tolera la competencia de los dioses de otros pueblos, de los cuales, empero, aún no se niega la existencia.
Israel tiene que adorarlo exclusivamente a Él. Cuando las tribus de Abraham e Israel llegan a Canaán –territorio fenicio-, empiezan a llamar a su dios con el nombre ‘ El o ‘Ilu ' –de allí, el moderno Alá de los árabes, de un étimo que significa ‘cielo'-, que era el dios supremos del panteón fenicio (2). Incluso, en la medida de su asentamiento en esos territorios, van adoptando para su Dios las distintas advocaciones locales de ‘ El' de los diversos lugares de culto cananeos. así leemos: ‘ El Shaday ', literalmente ‘ El de la montaña', traducido luego al latín y, de allí, al castellano, ‘Dios omnipotente'; ‘ El Olam ', el ‘ El antiguo', traducido, ‘Dios eterno'. O ‘ El Elyon ', el ‘El altísimo', Dios altísimo. O, si no, con el plural hebreo ‘ Elohim ', que, literalmente, significaría ‘dioses', pero que, en la Biblia, es utilizado siempre con verbos en singular de tal manera que termina por significar simplemente Dios y así es traducido siempre en nuestras versiones actuales. Una especie de plural mayestático, salvo en el famoso versículo “ Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza ”, que podría ser, según algunos estudiosos, una reminiscencia de un panteón de muchos ‘ elohims ' deliberando sobre la formación del hombre.
Máscara ceremonial representando al dios Ël
El asunto es que concíbanlo como Le conciban, nómbrenle como Le nombren, el pueblo hebreo se va apartando lentamente de las religiones circundantes, en cuanto ellos –enoteísticamente- adoran una sola y exclusiva divinidad. Más tarde será no solo exclusiva sino excluyente. Se harán no solo enoteístas sino monoteístas.
El progreso es lento. Recién mil quinientos años después, en el destierro babilónico -para no contar los hipotéticos pasos intermedios de este proceso- los hebreos llegan al concepto de Dios ya tal cual, casi, nosotros lo tenemos. Los demás dioses no existen, hay un solo Dios, creador de los cielos y de la tierra, Señor de Israel y aliado con este pueblo, sí, pero, al mismo tiempo, Señor de todo el universo y de todos los pueblos, distinto y diferente del mundo y de los hombres, supremamente trascendente y no sometido a cambio ni teogonía alguna, amén de personal, inteligente y amante.
Los sucesivos pasos dados por Israel hacia este concepto que descubrimos en la exégesis de la Biblia son impresionantes. Hablan del milagro de un pueblo insignificante que, en medio de poderosos imperios politeístas y de atractivos cultos naturalísticos y escuelas sacerdotales y mágicas de inmenso prestigio, a pesar de la persecución, de las continuas opresiones y del destierro, llega a elaborar este sorprendentemente novedoso concepto de Dios que es hoy patrimonio común de la humanidad.
William Blake (1757 – 1827) Moisés y la zarza ardiente
De esos pasos no podemos hablar para no extendernos demasiado. Pero es importante referirnos a un estadio intermedio, ubicado por los autores sagrados hacia el 1200 AC y que es el pasaje, en el libro del Éxodo, de la revelación del ‘nombre de Dios' en la teofanía a Moisés de la zarza ardiendo (Ex 3).
Cuando Dios encomienda a Moisés la misión de liberar a su pueblo de la esclavitud del faraón, dice el Éxodo que Moisés le contestó: “ Si voy a los israelitas y les digo ‘El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros', cuando me pregunten ‘¿Cuál es su nombre?' ¿qué les responderé? Dios dijo a Moisés ‘Yo soy el que soy' . Y añadió: ‘Así dirás a los israelitas ‘Yo soy' me ha enviado a vosotros'”. El relator cambia, luego, este nombre de la primera a la tercera persona: “ Así dirás a los israelitas·'Él es', ‘el Dios de vuestros padres', ‘el Dios de Abraham', ‘el Dios de Isaac' y ‘el Dios de Jacob', me ha enviado a vosotros ”.
Como ya dijimos, el término ‘Dios' traduce el antiguo y patriarcal ‘El' o ‘Elohim'. Y ese ‘El' o ‘Elohim de Abraham', ‘Isaac', o ‘Jacob', ahora se revela con el nombre de ‘Yo soy' o ‘Él es'. “' Ehyeh ‘asher ‘ehyeh ”, suena en hebreo y vale la pena pronunciarlo. Soy el que soy.
El verbo usado y que nosotros traducimos como ‘ser', en hebreo se oye ‘ hayah ' o ‘ hawaj ' que, en su raíz primitiva, significa ‘respirar', ‘vivir'. El vivir o el ser en todos los idiomas antiguos siempre se asocia a actos fisiológicos propios de la vida: respirar o, incluso, comer. Como el verbo ‘ser' latino que deriva del ‘sum', ‘esse', que, a su vez, proviene del verbo ‘comer'.
Es que Dios está diciendo, en el fondo, no solamente ‘soy el que soy', entendido filosófica, abstractamente, sino ‘Soy el Viviente por excelencia', ‘el origen de toda fuerza vital', ‘de todo existir', ‘de todo ser'.
‘ehyeh , ‘Yo Soy' -en tercera persona ‘ Él es ', se dice en hebreo ‘ Yahweh ' o, más llanamente, Yavé . Ese es, para los judíos, el nombre definitivo de Dios: “Es”, ‘Yahvé', ‘el Viviente', ‘el Ser', ‘el Existir'. Nombre tan sacratísimo e íntimo que los judíos evitarán siempre pronunciarlo, diciendo en su lugar ‘ Adonai' , el ‘ Señor' .
Como el hebreo, después del destierro de los judíos en Babilonia, salvo quizá en los alrededores de Jerusalén, se pierde como lengua viva y solo lo saben leer los sacerdotes, hacia el siglo tercero antes de Cristo, se traduce la Biblia al griego. La lengua común del mundo helenístico posterior a Alejandro Magno. Y este pasaje “‘ ehjeh asher ‘ehjeh ”, “ Soy el que Soy ”, se traduce –así suena- ‘egó eimì' ho on ', ‘Yo Soy el Ser'.
El pasaje “Diles: ‘ Yo Soy' os ha enviado a vosotros ”, se vierte así: “' Egò eimì' os ha enviado a vosotros ”.
De tal manera que los judíos no solo no se atrevían a pronunciar el nombre hebreo ‘ Yahvé ', sino que tampoco, los de cultura helenística, el griego ‘ Egò eimì ', porque ese era, prácticamente, el nombre de Dios, de quien ‘da el ser', de quien ‘da la vida'.
Podrán, pues, Vds. imaginarse, el escándalo que resulta para los judíos el que Juan, en su evangelio escrito en griego, ponga en labios de Jesús la frase ‘ Egò eimì ', ‘ Yo Soy ', absolutamente o acompañado de predicados: ‘ Yo Soy el Pan '; ‘ Yo Soy la Luz ', ‘ Yo Soy la Vida '; ‘ Yo Soy la Puerta '; ‘ Yo Soy la Verdad '; ‘ Yo Soy el Camino' .
Cristo no está haciendo nada más ni nada menos que afirmar que Él es ¡Yahvé!, ‘ to on ', el origen de todo ser, de toda luz, de todo alimento, de todo existir.
En Él, Jesús de Nazaret, encontramos la Puerta para entrar en el ámbito de la Existencia infinita, de la Vida con mayúsculas, de la Verdad y Luz encandilantes del Nombre impronunciable de Yahvé.
Lo dirá también Pablo a los filipenses, en el segundo capítulo de su carta: “ Por eso, Dios lo exaltó y le dio ‘el Nombre que está sobre todo nombre', para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: «Jesucristo es el Señor»”.
Y eso es lo que proclama gozoso el evangelio de hoy. Si queremos ‘ser', si queremos ‘vivir', si queremos ‘luz' y ‘verdad', en este mundo enceguecido e hipnotizado detrás de falsas luces y falsos alimentos que llevan finalmente a la frustración, a la tristeza del hambre, al hastío y a la muerte, existe una sola Puerta, la del que siendo hombre, Jesús, es al mismo tiempo, ‘Yahvé', el infinito Vivir, la plena Luz, el supremo Existir. “El que es”.
1- De hecho, en sucesivas ediciones de este diccionario el concepto ha perdido su significado católico. En la XIX edición del año 70, impresa en el 72, a continuación figuraba, como segunda acepción, “Cualquiera de las falsas deidades veneradas por los idólatras; como el DIOS Apollo o el DIOS Marte , de los latinos; el DIOS Brahma , de los indios; el DIOS Niord , de los escandinavos; el DIOS Tlaloc , de los mejicanos, etc.” Ya en la vigésima primera edición del 92, en esta segunda acepción, habían sido suprimidos los adjetivos ‘falsas' e ‘idólatras': “Cualquiera de las deidades a que dan o han dado culto las diversas religiones; como …”
En la última edición, se cambia la definición de Dios: “Ser supremo que en las religiones monoteístas es considerado hacedor del universo.” Desaparecen pues las mayúsculas, se cambia ‘criador' por ‘hacedor' y se habla confusamente de las ‘religiones monoteístas'. La segunda acepción queda reducida a: “Deidad a que dan o han dado culto las diversas religiones”. Como se podrá apreciar el último diccionario redactado por la Real Academia que se conserva católico es el de la XIX edición.
2- ‘El' o ‘Ilu'. No confundir, en este sermón, el pronombre o artículo Él, cuando va en mayúscula, con la divinidad cananea ‘El'.