Sermones de pascua

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

1982 - Ciclo B

4º domingo de pascua

Lectura del santo Evangelio según san Juan     10, 11-18
En aquel tiempo, Jesús dijo: «Yo soy el buen Pastor. El buen Pastor da su vida por las ovejas. El asalariado, en cambio, que no es el pastor y al que no pertenecen las ovejas, cuando ve venir al lobo las abandona y huye, y el lobo las arrebata y las dispersa. Como es asalariado, no se preocupa por las ovejas. Yo soy el buen Pastor: conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí -como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre- y doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este corral y a las que debo también conducir: ellas oirán mi voz, y así habrá un solo Rebaño y un solo Pastor. El Padre me ama porque yo doy mi vida para recobrarla. Nadie me la quita, sino que la doy por mí mismo. Tengo el poder de darla y de recobrarla: este es el mandato que recibí de mi Padre»

SERMÓN

La metáfora del pastor que conduce su rebaño es para nosotros, siglo XX, hombres de ciudad, casi una pura figura literaria. No lo era para el mundo bíblico, desde la experiencia profundamente arraigada de los arameos nómades (1) que fueron los patriarcas de Israel y que vivían casi exclusivamente del pastoreo de sus rebaños de ovejas. Pastor y ovejas eran realidades cotidianas; y la imagen suscitaba de inmediato a la memoria olor a lana y balido de corderos. Casi todos los varones habían tenido la experiencia, cuando jovencitos, de haber pasado la etapa obligada del cuidado de los apriscos de los mayores.

En esa familiaridad mezcla de autoridad y cariño que se establece espontáneamente entre los chicos y los animales domésticos.

Por eso la metáfora era capaz de expresar admirablemente esos dos aspectos aparentemente contrarios y, desdichadamente, con frecuencia contrapuestos, de lo que ha de ser la autoridad ejercida sobre los hombres.

Porque el pastor es, entonces, a la vez jefe y servidor. El hombre fuerte que dirige y manda, pero capaz de defender su rebaño contra los animales salvajes. Dedicado a sus ovejas, adaptándose a su situación, buscando pastos y agua fresca, llevándolas en sus brazos cuando están cansadas o heridas -como lo muestra Isaías-. “La quería como a su hija” le dice Natán a David en su parábola del hombre rico y del hombre pobre.

La metáfora, al mismo tiempo, sugiere la docilidad del rebaño, su confianza en el pastor, la autoridad que no se discute.

No es extraño que la imagen, pues, elevándola a un plano superior, haya sido utilizada por el AT para describir, también, las relaciones del pueblo de Israel con Yahvé. Él saca –según el salmista- de Egipto a su pueblo “como el pastor guía a sus ovejas”. “Como pastor que apacienta su rebaño, recoge en sus brazos a los corderos, los reclina sobre el pecho, los conduce al reposo ”.

Sí: los hijos de Israel son ovejas del Señor. En Él pueden confiar. Si oyen su voz, siempre tendrán pasto y agua y defensor.

Pero Dios confía las ovejas de su propiedad a sus servidores Moisés, Josué, los Jueces. Hasta que adviene, en la tradición hebrea, el que será figura del pastor por excelencia: David.

Premonitoriamente, es tomado precisamente de su condición de pastor de las ovejas de su padre: “Yo te he tomado –dice Jahvé- del pastizal, de detrás del rebaño, para que seas caudillo de mi pueblo Israel (II Sam). “Y eligió a David su servidor, lo sacó de los apriscos del rebaño, lo trajo de detrás de las ovejas, para pastorear a su pueblo Jacob y a Israel, su heredad ” y continúa “Él (David) los pastoreaba con corazón perfecto y con mano diestra los guiaba”.

Pero los sucesores de David no han cumplido con su misión. No reconocieron que Dios era dueño del rebaño. Se han mostrado infieles a su misión. Se han rebelado contra Yahvé sin ocuparse del rebaño y dejando que se extraviase y dispersasen las ovejas. Se han apacentado a sí mismos. “ A todos estos pastores se los llevará el viento ”, ruge Jeremías. “ Jahvé tomará en su mano nuevamente al rebaño –dice Miqueas- “ lo reunirá, lo reconducirá y lo guardará”. Y, finalmente, no habrá ya más que un solo pastor, nuevo David, el Ungido, el Mesías.

Jesús será ese buen pastor. “El gran pastor de las ovejas”, dice la epístola a los Hebreos. El “ jefe de los pastores ”, le llama Pedro. “ El pastor que conduce a las fuentes de la vida –afirma el Apocalipsis- y que hiere a los paganos con cetro de hierro .”

Porque “ todo poder le ha sido dado en el cielo y en la tierra ”. Ese poder pastoril –a la vez jefatura y servicio, caudillaje y cura- que pertenece solo a Dios y que Él delega a las cabezas de los pueblos, se ha dado finalmente, en exclusiva, al Señor Resucitado. De Él ha de derivar a estos jefes para la guía y cuidado de sus pueblos.

No tendrías autoridad, si no la hubieras recibido de lo alto”, dice Jesús a Pilatos.

Toda autoridad legítima no puede venir sino de Cristo. No de los hombres. Y que ha de regularse en su ejercicio por la Ley de Dios y el Evangelio. Con la potestad sagrada que viene del mismo Señor de cielos y de tierra; pero con la misma disposición de servicio del que vino “no a ser servido sino a servir”.

Autoridad incontestable la del mandatario cristiano. Pero al servicio del pueblo, para guiarlo a los pastos verdes y las frescas aguas, para curarlo en sus enfermedades y extravíos, para defenderlo de los ladrones, los piratas y los lobos.

España plantó en América esa concepción policía cristiana de la vida de los pueblos. Y el doble ejercicio pastoril del espíritu y de la polis se concretó respectivamente en el cayado de los misioneros y el cetro de la protectora realeza católica, en la predicación del evangelio y en las Leyes de Indias, en la vigilancia de los obispos y la espada del soldado, en las cuentas ante el Papa y el ‘Juicio de Residencia'. Y así plasmó un pueblo orgulloso de su fe, de su prosapia cristiana, de su vida de familia, de su misión hacia el indio y lucha contra el salvaje y contra la dureza de la tierra. Pueblo templado en el yunque de la conquista y del trabajo. Protegido al rescoldo materno del hogar, por su fe en Dios, por su devoción a la Virgen, por su indómita libertad y, al mismo tiempo, respeto a la legítima autoridad, por la presencia tierna de la mujer y de la dama, por la presencia viril del padre –caballero, menestral, labriego o soldado-.

Pero vientos malos soplaron en Europa. Se rasgó la cristiandad. Los príncipes y los pueblos se rebelaron contra la Ley de Dios y de Cristo. Unos y otros reclamaron para sí el origen de la autoridad y, entre despotismos ilustrados y tiranías populares, la vieja cristiandad estalló en salvajes gritos de insumisión, y se desgarró en guerras y revoluciones.

Pastores y ovejas se disputaban una autoridad sin frenos trascendentes y sin servicio. Y las ovejas se dispersaron, perseguida por lobos, esquilmadas por ladrones y piratas, extraviadas detrás de falsos pastos, en la atomización del ‘libre examen' protestante y del individualismo liberal. Ya no detrás de Cristo y los pastos evangélicos, sino detrás del poder y del oro y del placer, en imperialismos soberbios y colonizaciones de mercaderes.

Y el contagio llegó nuestras playas. Y lo que había querido infiltrarse en libros e ideas y no había podido difundirse gracias al obispo y al virrey, llegó detrás de los cañones ingleses.

Tropas británicas invadieron Buenos Aires. Eran protestantes, liberales, masónicas. Y nuestros propios historiadores liberales se gozan en presentarlos –recuerdo Grosso- como gentiles caballeros que difundían entre las clases intelectuales las nuevas y formidables ideas de allende el mar.

Pero el pueblo y las autoridades naturales, todos de vieja cepa católica, no se engañaban.

Los ingleses cometen funesto error. Prohíben las procesiones, impiden realizar la jornada mensual en honor de la Virgen del Rosario.

Liniers jura, ante su imagen, rechazar al invasor. La población en masa, empuña la única arma que todo el mundo sabe manejar: el rosario. Liniers lleva uno en su bolsillo. El mismo que cuando es fusilado por el masón Castelli pide al obispo Orellana coloque entre sus manos.

Y la Señora del Rosario, reconquista en 1806 y defiende en 1807 a la entonces cristianísima ciudad de Santa María de los Buenos Aires. Agradecida a la Virgen, la ciudad añadió a su universal título del Rosario, el de “Nuestra Señora del Rosario de la Reconquista y Defensa”. Su imagen se venera hoy en la basílica de Santo Domingo, rodeada de las banderas tomadas a los ingleses.

Pero las ideas deletéreas, lamentablemente, habían quedado entre la clase que se decía ilustrada. Esta aprovechó el noble grito de independencia que se hacía no contra España y su tradición sino contra la impotente y decadente dinastía borbónica -ya enferma ella mima de liberalismo-, para tomar el poder.

La anarquía y la irreligión. El orden vuelve a restaurarse. Pero, desde mediados de siglo, intelectuales y mercaderes porteños, toman nuevamente el gobierno. Desde entonces masonería y liberalismo abren las puertas a todas los vientos ideológicos que en Europa disolvía en esos tiempos la cristiandad.

Los ingleses -y sus compinches yanquis- estrecha lazos, no de amistad sino de complicidad sonriente contra la Argentina. No es posible dejar en América un bastión católico con tanto potencial de prosperidad.

Sin darnos cuenta, embarcan a las clases dirigentes en una dialéctica falsa entre la fidelidad a ellos o al nuevo enemigo que ha aparecido en el mundo del marxismo y el soviet. Dialéctica falsa porque el marxismo no es sino secuela del liberalismo, legítimo hijo de Lutero, de Calvino y de Rousseau.

Ya no son solo libros los que mandan. Vienen dólares y tecnología, importan sus películas pornográficas, su hedonismo, su decadencia moral, aunque no dejan que los argentinos puedan hacer fructificar sus mejores posibilidades y riquezas naturales.

Gracias a Dios, la mejor parte de la Argentina redescubre su verdadero destino. Supo identificar al enemigo desembozado, al lobo de colmillos relucientes, en la heroica lucha contra la guerrilla marxista. Pero, además, hoy se da cuenta de que la dialéctica en la cual querían encerrarla era falsa; y también descubre a los lobos disfrazados: el yanqui y el inglés.

La guerra de hoy ha quitado los disfraces. Mientras los mercaderes castrados de Buenos Aires callan o murmuran hipócritas contra la lucha heroica y la dignidad recuperada, el pueblo y sus autoridades legítimas se baten en el sur. Y Nuestra Señora del Rosario y de la Victoria sostiene sus corazones y sus sables.

Mientras tanto, los lobos de adentro y de afuera, banqueros y políticos, intelectualoides y marxistas, se prepara para reordenar su ofensiva al desenlace de la lucha.

Roguemos porque no se deje el pueblo y sus autoridades, todos hermanados en el uniforme manchado de barro y de sangre del soldado, arrebatarse la victoria.

La lucha sea para la Patria, no para ellos.

Para la Patria construida bajo el verdadero pastor, Cristo Rey, a la sombra de cuya cruz vino a fundar España y se abrazaron tantas razas del mundo.

Que él, el Rey, preste su cayado a nuestros auténticos pastores y su cetro de hierro a nuestras armas desenvainadas.

¡Viva la patria!

1- Nómada viene, precisamente del griego ‘ nomás ' de ‘'nomé', pasto y ‘nemo' apacentar.

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