1985 - Ciclo B
4º domingo de pascua
Lectura del santo Evangelio según san Juan 10, 11-18
En aquel tiempo, Jesús dijo: «Yo soy el buen Pastor. El buen Pastor da su vida por las ovejas. El asalariado, en cambio, que no es el pastor y al que no pertenecen las ovejas, cuando ve venir al lobo las abandona y huye, y el lobo las arrebata y las dispersa. Como es asalariado, no se preocupa por las ovejas. Yo soy el buen Pastor: conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí -como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre- y doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este corral y a las que debo también conducir: ellas oirán mi voz, y así habrá un solo Rebaño y un solo Pastor. El Padre me ama porque yo doy mi vida para recobrarla. Nadie me la quita, sino que la doy por mí mismo. Tengo el poder de darla y de recobrarla: este es el mandato que recibí de mi Padre»
SERMÓN
Las imágenes del pastor Palestino del capítulo décimo de Juan a las cuales se refiere el fragmento de ese capítulo que acabamos de leer son bien conocidas.
El redil es un lugar acotado o amurado en donde, de noche, todos los pastores de la aldea guardan sus rebaños respectivos en común. En la tranquera queda un portero de guardia. Temprano a la mañana cada pastor saca a sus ovejas y caminando adelante, las lleva a pastar y las protege. Muy distinto de esos inmensos rebaños de nuestra Patagonia lo que se deja suelto en el campo y en los rodeos se van arriando a los gritos, ladridos y latigazos.
En ese trasfondo antiguo, oriental y palestino ya el Antiguo Testamento había usado la imagen del pastor y las ovejas para significar al Dios que lleva a pastar y cuida a sus ovejas de Israel.
Pero ahora es Jesús quien se adjudica este título simbólico. Él es la manifestación de Dios llevando a sus ovejas a los pastos de la vida. "Ego eimi" , 'Yo soy', el antiguo nombre epifánico de Dios, Yahvé.
'Yo soy' el buen pastor -'ho poimen ho calós'-
Es decir el único y verdadero pastor que puede llevar a la vida. Afirmación paralela a la de Pedro que escuchamos en la segunda lectura: " Porque no existe bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el cual podamos alcanzar la salvación ". Aunque llene las diversas plazas de Mayo del mundo u obtenga fabulosos ratings, tirajes, ventas o votos. Solo Jesús, el buen pastor, y los pastores que gobiernen en su nombre pueden llevar a la verdadera vida y proyectarla aún en lo temporal.
Y en los labios de Cristo 'el redil' es el pueblo de Israel. De allí los que reconocen la voz de Jesús y lo siguen, forman su rebaño. A ese rebaño se añadirán luego ovejas que no son del redil de Israel, los goims , los paganos. Y todos los que le oigan formarán un solo rebaño y un solo pastor.
Ese es el esqueleto de la comparación. Pero a nadie se le oculta que la densidad del pasaje supera a esta simple comparación. Por ejemplo: se habla del conocimiento mutuo que se tienen pastor y ovejas. Pero las afirmaciones de Jesús van mucho más allá del marco pastoril del animal domesticado que reconoce la voz de su dueño o del reconocimiento experimentado del hombre de campo sobre sus animales. Porque aquí el verbo 'conocer' no sólo se utiliza en sentido bíblico, sino que el conocer que tiene Jesús de los suyos, se deriva del conocimiento de Dios, del Padre.
'Conocer', en la Sagrada Escritura, desborda el conocer puramente teórico, intelectual, que la palabra tiene en su sentido griego -' guignosco '-, o en el nuestro actual y que, quizás, se conserve en su antónimo ' ignorar' . "Ignoro a Fulano", lo desprecio, lo dejo de lado. Conocer -' yadá' - en hebreo habla de un conocer que no es simplemente 'saber' sino un 'reconocer', un distinguir, un preocuparse, un interesarse, un elegir. Es un proceso que más allá del puro pensamiento introduce en una comunión vital y afectiva, que habla casi más de amor que de mirada intelectual.
Cuando la Escritura habla de que Dios 'nos conoce' uno a uno, no solo nos está diciendo que tiene como una especie de central de inteligencia, de eficiente servicio secreto que llevaría al día nuestro fichero y el relato detallado de nuestras actividades, características y puntos flacos, sino que nos dice y aprecia en nuestra personalidad y subjetividad más profundas, a la vez que en nuestros intereses, alegrías o tristezas nimias posa una mirada de interés paterno, electivo, exclusivo, apasionado.
Y, a nuestra vez, conocer a Dios, a su voz, a su enviado Jesús, no es demostrar que existe ´mediante las cinco vías de la prueba tomista de su existencia, ni clasificar sus atributos mediante las vías de 'causalidad', 'negación' y 'eminencia', ni zarandear las escrituras para determinar qué quiere decir tal término en griego, en hebreo y en tal frase, sino aceptar a Dios y a su Cristo en reconocimiento pleno, existencial, que me lleve a seguirlo con todo, a gozar de ser suyo, a vitalizar mi ser y mis acciones con su constante presencia, a seguirlo sin hesitar a donde me acaudille apretado a los flancos de ese su brioso e imprevisible padrillo que a él le gusta lanzar, bebiendo los vientos, por los más ásperos lugares de batalla.
Pero el conocimiento de Jesús dice algo más, porque hunde sus raíces en el conocimiento del padre. "Como el Padre me conoce a mí", dice el Señor.
Porque, vean, el conocimiento de Dios es totalmente distinto al nuestro. Cuando yo conozco una persona, un libro, una ciencia o descubro, en la investigación, la causa de una enfermedad, el cómo funcionan determinadas leyes fisiológicas, físicas o químicas, no estoy inventando nada, simplemente estoy descubriendo lo que las cosas son, el sentido que los seres tienen antes de que yo los conozca.
El conocimiento de Dios es al revés, las cosas no existen antes de que Dios las conozca. Es el conocimiento de Dios el que pone sentido en el ser, en las personas, el que impone las leyes de la materia y de la biología. Nosotros conocemos las cosas porque son, pero las cosas son porque Dios las conoce.
Es verdad que Dios ha dado al hombre el poder imitarlo de alguna manera, cuando es el pensamiento del hombre el que estructura los objetos, como en la creación artística o en los ingenios de la técnica, pero esto siempre se da dentro de los límites de las leyes preexistentes de los seres y suponiendo la existencia previa de los materiales. El conocimiento de Dios, en cambio, crea todos los existentes en su radicalidad más profunda -'a partir de la nada', se dice- de tal modo que, si por absurda hipótesis, dejara de pensar un instante en cualquier cosa, en cualquiera de nosotros, desapareceríamos instantáneamente en la nada.
Es el conocimiento de Dios el que nos fundamenta en el ser. Fíjense que cuando la filosofía, a partir de Lutero, de Kant y la revolución moderna afirma que todo conocimiento es 'a priori', que no conocemos lo que las cosas son sino lo que nosotros pensamos de ellas o, peor, que las cosas no existen de por si sino solo el pensamiento del hombre sobre ellas - Fichte, Hegel - o que la materia es un sin sentido caótico y contradictorio sobre el cual la autoconciencia humana habrá de ejercer su soberanía plasmatoria -como afirma Marx- o cuando las democracias utópicas, ilustradas o populistas pretenden, por medio de sus representantes, o, directamente, de plebiscitos, imponer leyes morales, políticas o económicas, prescindiendo de la consistencia objetiva de la realidad y de sus propias leyes, en el fondo, todas estas posiciones quieren atribuir al ser humano el conocimiento creador de Dios. No aceptando humildemente el peso específico propio de la realidad creada y el carácter derivado de nuestro conocer, declarando muerto a Dios. En ridícula actitud pretenden atuproclamar al hombre divino y autónomo y, por ese mismo hecho, precipitan a sociedades e individuos al fracaso y al caos.
Pero, como decíamos, el conocimiento de Dios no es solo saber, sino afirmación y amor. No solo soy porque Dios me piensa constantemente, sino porque Dios me elige, me afirma, me ama. El piso firme donde se asienta mi ser creado es el amor de Dios que me proyecta en la existencia.
Aquí también se da, como en el conocimiento, la diferencia entre nuestros amores y el amor de Dios. Es el valor, la bondad de los seres el que atrae nuestro amor. Pero, al revés, los seres poseen bien y valor en la exacta medida en que Dios los ama. Nosotros amamos las cosas porque son, las cosas en cambio son porque Dios las quiere. Somos buenos porque Dios nos quiere, no que Dios nos quiere porque somos buenos.
Y, lo mismo que en el conocimiento, si nosotros podemos amar algo creadoramente, como los padres tendrían que amar a sus hijos o como los artistas a su obra, la bondad de estos amores dependerá de que prolonguen coherentemente el modo fundante del amor divino. No se puede amar de cualquier manera.
Si por hipótesis también absurda Dios dejara de amarme un solo instante, desaparecería yo en la nada. Aunque nosotros dejemos de amar a las cosas no por eso ellas dejan de existir, aunque, ciertamente, las que dependen de nuestro amor se deterioran y los que dependen de nuestro amor, sufren. Y hasta -dicen- pueden morir. Y es cierto que la vida de cualquiera alcanza psicológicamente nuevo valor cuando siente que alguien le ama.
Pero ¿qué es este conocer, este amor, de Dios que funda nuestra existencia y que ha de fundar nuestros conocimientos y amores?
"El buen pastor da su vida por las ovejas". Vean el amor de Dios y su conocimiento es definido por Juan por su 'darse'. Dios ama porque quiere 'darnos su vida'. Dios me conoce y conociéndome, amándome, me crea porque de la nada, dándose, me hace surgir a la participación de su vida, de su existencia.
Existencia por ahora limitada, definida por mi esencia, por mi humano nombre, pero desde la cual me llama a la participación de su vida en plenitud.
¿Cómo? Desde Cristo. Cristo es el instrumento de nuestra recreación, de nuestro nuevo nacimiento. Porque precisamente el Hijo es, lo sabemos, en el seno de la Trinidad , la entrega plena que de Sí le hace el Padre: Y Jesucristo es la entrega de sí del Padre que, a su vez, se entrega a nosotros. "Como me conoce el padre y yo conozco a mi Padre, yo doy mi vida por las ovejas...por eso me ama el padre porque doy mi vida".
Y entonces ¿cómo puedo yo participar de esa Vida con mayúsculas de la cual ésta, mi vida humana con minúsculas, es solo imagen, presagio y punto de partida?
Si la vida del Padre es dársela al Hijo, 'conocer' al Hijo. Si la vida del Hijo es 'conocer' al Padre y dárnoslo a nosotros. También nuestra vida humana, se transmutará en existir divino en la medida en que vivamos en el conocimiento del Padre a través del Hijo y en nuestra entrega a él y a los demás, amando.
Y si vivimos en esta actitud, también, como Cristo. podremos exclamar: "porque doy mi vida para recobrarla de nuevo por eso nadie me la quita, yo la doy voluntariamente y por eso tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo .".
Y esto es bueno recordarlo en estos tiempos, nosotros, los argentinos, cuando espesos y negros nubarrones cubren el horizonte y la jugada puede ser, en cualquier momento, la propia vida.
Y así el cristiano adquiere soberana libertad sobre las acechanzas de los malos y de los enemigos. Nada me pueden quitar, ni con nada me pueden amenazar, porque, en la fe, desde ya, todo lo he regalado y entregado, hasta la propia vida. Y así me he injertado totalmente en el movimiento estupendo del conocer y amar a Dios.
De aquí sale la fortaleza del cristiano, del soldado de Cristo. Porque se juega todo, no pueden desposeerlo de nada, ni amenazarlo ni hacerlo temer.
Y una vez consumada su entrega, en la aceptación -cuando Dios disponga- de su muerte, alcanzado el pleno conocimiento de Dios -como dice Juan- ' seremos semejantes a Él, porque ' finalmente ' le veremos' , le conoceremos, ' tal cual es' , en el esplendor radiante y gaudioso de su gloria.