Sermones de pascua

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

1987 - Ciclo A

4º domingo de pascua

Lectura del santo Evangelio según san Juan     10, 1-10
En aquel tiempo, Jesús dijo: «Les aseguro que el que no entra por la puerta en el corral de las ovejas, sino por otro lado, es un ladrón y un asaltante. El que entra por la puerta es el pastor de las ovejas. El guardián le abre y las ovejas escuchan su voz. El llama a cada una por su nombre y las hace salir. Cuando las ha sacado a todas, va delante de ellas y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz. Nunca seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen su voz» Jesús les hizo esta comparación, pero ellos no comprendieron lo que les quería decir. Entonces Jesús prosiguió: «Les aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos aquellos que han venido antes de mí son ladrones y asaltantes, pero las ovejas no los han escuchado. Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará; podrá entrar y salir, y encontrará su alimento. El ladrón no viene sino para robar, matar y destruir. Pero yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia»

SERMÓN

El texto que acabamos de leer forma parte del capítulo X del evangelio de Juan. Capítulo que reproduce un largo discurso, donde se encuentra la conocida comparación del pastor.

Si uno lo mira con más atención, empero, verá que la comparación se hace fluctuante; porque, en un momento, Jesús se compara con la 'puerta' por las cual entra el pastor; en otro, con 'la puerta de las ovejas' y, más adelante, con 'el pastor' mismo. La liturgia nos ofrece, como lectura este año, el trozo del discurso en el que Jesús se compara con la puerta .

Tengamos en cuenta que este domingo -llamado 'domingo del Buen Pastor'- en tres años sucesivos se lee íntegramente el capítulo X de Juan. Pablo VI ha querido que fuera la 'Jornada mundial de oración por las vocaciones'.

Y la comparación que propone Jesús, en nuestro fragmento de hoy, es la de un corral en el que se guardan muchas ovejas pertenecientes a distintos pastores. Varios dueños encierran de noche sus ovejas en el mismo corral para que no se pierdan y estén protegidas de ladrones y fieras.

Al llegar la mañana cada pastor va a retirar sus propias ovejas. No son muchas en Palestina -no es la Patagonia con sus inmensas majadas-. El pastor las llama por sus nombres, "orejuda", "petisa", "renguita". y ellas lo reconocen por la voz, por sus gritos y silbidos. Y le siguen con confianza a donde él las conduzca: lugares donde encontrarán comida y no pasarán peligro.

Pero la comparación alude también a otros interesados por las ovejas: los que vienen a robar y matar y tienen que saltar los muros. No pasan por la puerta.

Y con esta semejanza, Jesús nos señala la manera de identificar a los que son verdaderos pastores de su Iglesia: los que entran a través del mismo Jesús. Él es la 'puerta' por la que pasa el pastor: el que no entra por allí viene a despojar y destruir.

Nadie podrá quejarse de que Jesucristo no lo advirtió: muchos entrarán en el redil que no son verdaderos pastores. No podrá extrañarse de las voces desconcertantes de obispos y sacerdotes que aquí y allá se levantan, proponiendo enormidades -los leemos en los diarios, los escuchamos a veces en nuestras iglesias, en conferencias, en artículos, en la radio o televisión- hiriendo nuestra sensibilidad cristiana, o actuando como políticos, como sociólogos, como agitadores o, a lo mejor, mostrando un cristianismo deformado, terreno, fácil, simpaticón, demagógico o permisivo. O, al revés, tétrico y tremebundo. ¿A quién escuchar? ¿Dónde encontrar el buen pastor? ¿Cómo no desconfiar del sacerdocio cristiano, de la Iglesia, cuando hay tantas opiniones, tanta aparente división? ¿Cómo no refugiarse en la secta, cerrarse en la falsa seguridad del grupo fanatizado, en el fundamentalismo, en lo antiguo por ser antiguo? O, perplejos, desorientados, detenerse en el camino de la santidad y hasta dejar todo y apostatar del Señor.

De todas maneras, ¡qué terrible cada vez que nos topamos con un sacerdote o un obispo tener que clasificarlo! O, si no lo conocemos, preguntarnos: ¿De qué línea será? ¿Podré confiar en él? ¿Podré mandar a mis hijos a confesarse, a aprender catecismo, a reuniones con él? O tener que estar crispados, alertas, delante de cada sermón o de cada intervención de un sacerdote: ¿ahora, con qué macana, con qué inconveniencia nos saldrá?

Y todavía, gracias a Dios los que se dan cuenta, ¿y los que lo siguen ignorantes o engañados?

Pero el católico sagaz no puede ni debe confundirse. Porque sabe que la puerta es Jesús.

Y la puerta es Jesús, en su Iglesia, de tres maneras: a- en cuanto al poder de santificar, b- en cuanto al poder de gobernar, c- en cuanto al poder de enseñar. Cristo: sacerdote, rey y profeta.

En cuanto al poder de santificar . Buscando los sacramentos. Ellos fueron instituidos por Cristo y actúan por su propio poder, por la fuerza y eficacia del mismo Señor que los mueve. Ex opere operato , no ex opere operantis , se decía en la teología latina. Basta que el sacerdote haya sido nombrado por un obispo legítimo para que, cuando administre según el sentir de la Iglesia los sacramentos que le corresponden, estos actúen indefectiblemente Todos saben que incluso el bautismo, en caso de necesidad, es eficaz por el mismo rito, aunque lo confiera un ateo, un musulmán.

Esto ya quiso discutirlo en la época de San Agustín una secta, la de los donatistas, seguidores de Donato , que afirmaba que solo eran válidos los sacramentos administrados por ministros santos, no por pecadores. San Agustín los combatió e hizo que fueran condenados por el magisterio, porque, ¡en qué terrible inseguridad - no querida por Cristo- hubiéramos quedado sumidos, si, para estar seguros de la validez de un sacramento, debiéramos estar ciertos de la dignidad del que lo administra! ¿Quién podrá leer la conciencia del sacerdote?

Pero no: a través de la ordenación válida, el sacerdote -en esto de los sacramentos- ha entrado y entra siempre por la puerta que es Cristo. Aunque yo sepa que éste, como hombre, es peor que yo, y no me gusta lo que predica, ni como vive, ni, a lo mejor, los consejos que me da en el confesionario, yo se que, cuando levanta su mano para absolverme, el perdón me lo está dando no él como persona, sino en nombre de Cristo Nuestro Señor. Y aunque éste que celebra Misa yo sepa de su doctrina insegura o desviada, o me resulte antipático o aburrido o poco piadoso o demasiado lento o que, en su vida privada, puede ser cualquier cosa, o me haya tratado mal o sea irascible, avaro o maleducado. yo se que la Misa que celebra -si respeta lo esencial de los ritos que manda la Iglesia- me pone inopinablemente frente al sacrificio redentor de Cristo en el Calvario. Y, cuando esas manos, ungidas aunque indignas -siempre lo son-, me dan la comunión, es el Cuerpo adorable de mi Señor el que siempre recibo, sin ensuciarme jamás por esas manos -ni por las mías-.

En cuanto al poder de gobernar del pastor, también su legitimidad le viene por su paso a través de la puerta que es Cristo. Y sus prescripciones nos obligan en cuanto pasan por esa puerta, que, por otra parte, les da autoridad sólo en el campo específico de su competencia, la administración diocesana o parroquial en su funcionamiento concreto, dentro de los márgenes del Derecho Canónico. Pero cuando un obispo o un sacerdote me quiere imponer su opción política, cuando maneja arbitrariamente su diócesis o su parroquia, o me quiere obligar a multitud de cursitos o reuniones para cualquier cosa, cánticos y posiciones para la liturgia, horarios absurdos para confesarme o casarme. ciertamente no pasa por la puerta de Jesús, sino por su propia arbitrariedad y a su cuenta. En todas estas cosas la puerta es la moral, el derecho canónico y las legítimas prescripciones emanadas de la autoridad según ese derecho. El laico católico tiene que conocer sus prerrogativas y hasta dónde debe -con el debido respeto- que decir sí o no al señor cura o al señor obispo.

Pero, en esta potestad de gobernar o de régimen, también debemos saber que hay cosas en las cuales de ninguna manera la Iglesia se puede equivocar substancialmente. Cuando por ejemplo, la Santa Sede aprueba las reglas de una Orden religiosa. Cualquiera que ingrese en ella, tiene la garantía de que -en eso- el gobierno de la Iglesia pasa por Cristo, y esas normas serán ciertamente, para los que las sigan, camino de santidad. O cuando, por ejemplo, la Iglesia decide -no por supuesto a nivel del capricho histriónico de un cura o un obispo, sino a nivel de la Santa Sede- cuando la Iglesia, decide, digo, la reforma de un ritual o de las ceremonias de este o aquel sacramento. La reforma de la Misa, podrá gustarnos más o menos, podremos añorar los antiguos ritos, llorar las tradiciones perdidas, señalar este o aquel pasaje de menor gusto o de doctrina menos sólida, pero nunca podremos poner en duda la validez -no digo la conveniencia o la belleza o la profundidad sino 'la validez'- del nuevo rito. La Iglesia tampoco en eso puede defeccionar ni dejar de pasar por la puerta de Cristo.

Y finalmente puerta, en cuanto al poder de enseñar . Es allí quizás donde podamos encontrarnos con las mayores confusiones. Porque Cristo es puerta absolutamente distinguible y clara cuando el pastor repite, sin deformarla, y según siempre las ha interpretado la Iglesia, las palabras de la Escritura, y es puerta cuando enseña los dogmas que han sido definidos por el supremo magisterio papal y conciliar durante veinte siglos de su historia, y es puerta cuando recita el Credo, y es puerta cuando un Concilio ecuménico o un Papa definen una proposición solemnemente 'ex cátedra' -y en materia de su competencia, que son la fe y las costumbres- e inequívocamente como dogma, no como enseñanza de paso o discurso. En ningún otro caso se juega la infalibilidad de la Iglesia ni Cristo nos garantiza que Él sea la puerta.

La última verdad definida en estas condiciones ha sido el dogma de la Asunción de la Virgen, por Pío XII en el año 1950. Nunca después se ha jugado la infalibilidad de la Iglesia, ni siquiera en el Concilio Vaticano II. Cuánto menos en discursos o documentos episcopales o en sermones de curas. Claro, cuando repiten algo que es doctrina segura de la Iglesia, o dogmas ya definidos, gozan de la misma seguridad que esas doctrinas tienen, pero cuando innovan, inventan, interpretan, expiden opiniones, traspasan el límite de sus competencias, allí no hay garantías, sus palabras valen lo que vale la prudencia, sabiduría, sentido común y santidad del que las pronuncia, pero nada más.

Y siempre podemos -y hoy debemos- preguntarnos: ¿Sus palabras pasan por la puerta de Jesús? Porque si aparece alguien que se hace llamar 'pastor' de la Iglesia, pero no nos habla como Jesús, ni nos enseña las cosas que Jesús enseñó, ni nos lleva a amar a Jesús como Dios, ni nos conduce al cielo como un fin. a ese falso pastor no se lo debe seguir. Podemos aceptar sus sacramentos, pero no sus palabras Como nos dice el Señor, hay que huir de él, debemos apartar a nuestros hijos de él.

En realidad todo verdadero fiel cristiano -aunque siempre deba instruirse, y hoy más que nunca, para saber lo que viene de Cristo y lo que no- si es fiel al Señor en la oración, en la amistad con Dios, en el seguimiento de Jesús, en el cumplimiento de sus deberes cristianos, desarrolla, como una especie de sexto sentido -el ' sensus fidelium '- que le hace detectar desvíos y falsas doctrinas. Jesús no va a dejar que engañen a sus ovejas, siempre -si se ponen en su sintonía- distinguirán su voz, como una especie de olfato que les hace percibir cuándo me llevan a los pastos de Cristo, y cuando me ofrecen hierbas envenenadas. O, a lo mejor, como esas buenas viejitas de parroquia que, sin darse cuenta, son tan cristianas y humildes, que filtran todo lo que dice el cura y asimilan todo corrigiéndolo inconscientemente, según el catecismo sólido que aprendieron cuando pequeñas.

Pero sí. Debemos estar alertas. ¿Habla como Jesús, vive como Jesús, actúa como Jesús, se pone al frente del rebaño como el verdadero pastor, lleva él las cargas que quiere imponer a los demás? ¿Aprende de Jesús o aprende del mundo? ¿Me habla con las palabras del mundo, de la dialéctica, de la falsa ciencia, de lo solo terreno? ¿Fomenta el odio, la rebeldía, la lucha de clases? ¿Es permisivo, le gusta la novedad? Lamentablemente son cosas que, sobre todo los que llevan el peso de la educación sus hijos, deben preguntarse. Porque, no lo dudemos, siempre hallaremos en la única Iglesia Católica Apostólica y Romana, la Iglesia de Cristo, los solos pastos que llevan a la Vida. Pero eso, no quita que debamos ser clarividentes para distinguir quienes son los pastores que entran por la Puerta y quienes vienen a engañar, robar y destruir.

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