Sermones de pascua

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

1990 - Ciclo A

4º domingo de pascua

Lectura del santo Evangelio según san Juan     10, 1-10
En aquel tiempo, Jesús dijo: «Les aseguro que el que no entra por la puerta en el corral de las ovejas, sino por otro lado, es un ladrón y un asaltante. El que entra por la puerta es el pastor de las ovejas. El guardián le abre y las ovejas escuchan su voz. El llama a cada una por su nombre y las hace salir. Cuando las ha sacado a todas, va delante de ellas y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz. Nunca seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen su voz» Jesús les hizo esta comparación, pero ellos no comprendieron lo que les quería decir. Entonces Jesús prosiguió: «Les aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos aquellos que han venido antes de mí son ladrones y asaltantes, pero las ovejas no los han escuchado. Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará; podrá entrar y salir, y encontrará su alimento. El ladrón no viene sino para robar, matar y destruir. Pero yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia»

SERMÓN

Ya Homero utiliza el término de 'pastor' como sinónimo de dirigente, caudillo, guía. Y lo mismo hará luego Platón y, desde él, toda la tradición occidental. Pero dicha costumbre era también común en Oriente en donde se aplicaba el calificativo de pastor tanto a los gobernantes como a las divinidades. De forma estereotipada se emplea la expresión en las inscripciones regias de los sumerios, en el estilo palaciego de los babilonios, en los textos sagrados de las pirámides.

Curiosamente, en Israel, el término de pastor, en total contradicción con este uso común, se reserva exclusivamente a Jahvé, a Dios. Así como la revelación judía ha procedido a una radical desdivinización y desmitologización de la naturaleza, -que toda la antigüedad divinizaba en multitud de dioses y diosas que representaban una u otra fuerza o parte de la realidad humana o cósmica-, así también había desdivinizado a la autoridad política. Nunca en Israel los soberanos fueron considerados divinos -'hijos de Dios', 'hijos del Cielo', 'hijos del Sol', etc.- como en el resto de las culturas. Nunca la ciudad o la política o el conjunto social o el pueblo o la raza o la humanidad o la democracia fueron divinos, como en Grecia, como en Roma, como en muchas de las concepciones políticas de nuestra época. Israel y su único legítimo sucesor, el cristianismo, sostuvieron siempre que lo único divino y absoluto es Dios y todo lo demás es creatura: reyes, papas, pueblo, democracia, humanidad u Hombre con mayúscula que fueran.

De allí entonces que -y también en absoluta novedad respecto a su entorno cultural- el título de pastor dado a Jahvé, Dios, lejos de ser el frío título palaciego, ya casi vacío de significado de las monarquías orientales, está cargado de resonancias tiernas, arcádicas, afectuosas. Hay muchísimos ejemplos en las Escrituras, pero basta mencionar el Salmo 22 -"El Señor es mi Pastor, nada me puede faltar"- preciosísimo, que acaban de entonar las hermanas y sería bueno ustedes leyeran enteramente hoy, saboreándolo en sus casas antes de acostarse, para completar esta jornada del buen pastor. Ese canto de confianza que ha de surgir siempre de labios del cristiano, aún en las peores apreturas y desdichas, hacia el Dios que, antes que Dios, es 'padre', 'pastor' amoroso de su pueblo, de sus hijos "Aunque cruce por oscuras quebradas no temeré ningún mal, porque tu estás conmigo"

Imagen que retoma con acentos también ternísimos y consoladores el Señor Jesús cuando nos habla no solo del pastor que guía a sus ovejas hacia los pastos más tiernos y abundantes y lo salva de las acechanzas de los lobos y los bandidos, sino que, conociendo a todas sus ovejas por su nombre, es capaz, por una sola de ellas, dejar a todas las restantes y salir a buscarla.

Porque ahora el pastor no es solo el Dios del cielo, omnipotente Señor del universo, el Altísimo: es también nuestro hermano, Jesús de Nazaret, Dios y hombre, Señor y amigo, jefe y camarada, que ha venido, precisamente, a buscarnos. Y cuya búsqueda fatigada a cada uno de nosotros se prolonga en el tiempo desde su entrega permanente de la Cruz. Y que ya no nos trata como rebaño, como majada, que no existimos, dispersos y perdidos como estamos, sino que a cada uno, considera por su nombre, como la única, exclusiva, y valiosísima, para El, oveja perdida que viene a cargar sobre sus hombros. Como si ya no interesaran, casi, las noventa y nueve restantes, sino la única, impar e incomparable oveja que sos vos y ella y yo y aquel.

El instaura un nuevo mundo de relaciones en donde ya no existe la masa, el número, la estadística, la mayoría, la humanidad, los votos, sino en donde existen las personas, los amores singulares, las familias, las comunidades y las patrias.

Pero en donde solo Dios es Dios, y siendo Jesús Dios, solo Él pastor, y nadie más. Aunque quizá, algunos, por mandato de El -y en aspectos limitados de la vida- pudieran participar de su pastoreo, pero en total subordinación a Él y en la medida en que se subordinen a Él.

Esta es la enorme dignidad, pero al mismo tiempo la tremenda responsabilidad, del cristiano: nunca podrá echar la culpa de sus yerros o faltas a ninguna autoridad, porque cada cual es plenamente responsable de sus actos siempre frente a Cristo, que es éste nuestro único Pastor.

Hoy se habla mucho de crisis de dirigentes- lo cual es, desdichadamente, una gran verdad-. Y sería fácil atribuir esto al peor de los sistemas de gobierno posible que es el que está en vigencia en nuestro país: el estatismo que en todo se mete y todo lo controla y a cuyos escritorios y tableros de poder se accede mediante el sufragio universal entre candidatos surgidos de la partidocracia. El mejor sistema de selección de dirigentes 'al revés'. Algunos a esto lo llaman democracia.

Pero, en realidad, seria deshonesto atribuir solamente al sistema el que la dirigencia política argentina -salvo honrosas excepciones- sea la más incapaz, corrupta y corruptora del mundo; porque lo mismo pasa -aunque, menos- en todos los niveles de dirigencia, aún los no electivos o políticos, como las empresas, asociaciones, sindicatos, universidad, escuelas, ejército, Iglesia (¿por qué no?) y, última, importante, la mismísima familia.

Decir entonces que se trata de una crisis moral y ética general, sería entonces, pues, más exacto. Pero precisamente ya estamos hartos de que justamente los jefes mismos de la corrupción, sean las que más nos han llenado últimamente los oídos con la palabra ética y honestidad y de que, hablándose desde hace mucho tiempo de ética y corrupción, no hayamos visto, hasta ahora, ningún corrupto castigado ni excluido ni relegado, sino todos gozando de perfecta salud y rentas y aún escaños en congresos y puestos públicos.

Lo cual se podría entonces excusar refiriéndose a la incapacidad punitiva de nuestra justicia, vaya a saber por que fallas del derecho penal procesal o de salarios o lenidad de los jueces o falta de personal o de edificios o de lo que sea. Pero lo que en realidad va al fondo del asunto es que no se trata fundamentalmente de deficiencias de sistemas políticos, ni de falta de legislación, ni de ninguna declamada ética, sino de una cultura ambiente, formada a través de los últimos decenios, mediante la fuerza despótica de los 'mass media' y del sistema educacional, que ha destruido la nervadura moral de las personas y casi liquidado las buenas costumbres de nuestro pueblo. Porque sistemáticamente se ha atacado o hecho mofa pública de los sentimientos, costumbres, sanos tabúes, inhibiciones, pudores, rechazos sociales, que constituían el sistema defensivo del cuerpo social y se ha aplaudido cualquier crimen, cretinismo, estupidez o indecencia hecha en nombre del amor, de la libertad, de la espontaneidad o de la autenticidad, sin referencia nunca al daño -a la corta o a la larga- que se podía inferir al bien común o a venerables instituciones o a terceros.

Y sería bueno saber entonces a qué se refieren los santones de la democracia cuando mencionan la ética. Porque si hay una cátedra desde donde es absolutamente imposible referirse a ella, esa es la cátedra de la social democracia, de la ideología liberal, donde no existen más normas éticas sino las que impone la falsa libertad de conciencia individual. Y, desde allí, la única ética y moral posible es la destrucción de toda ética y de toda moral, que es lo que estamos viendo.

Tampoco la jerarquía de la Iglesia se apunta ningún poroto cuando denuesta la inmoralidad pero, al mismo tiempo, quiere predicar el pluralismo, la democracia y la libertad religiosa. Porque si bien es verdad que la imputabilidad moral siempre depende de lo subjetivo , en un terreno que en última instancia queda reservado solo al juicio de Dios -' de internis non iudicat Ecclesia' -, el juicio sobre las actos mismos ha de hacerse siempre de acuerdo a su bondad o perversidad objetiva , que es justamente lo que no reconocerá jamás ninguna ideología que entronice en el lugar de Dios a la libertad absoluta de la conciencia individual.

Con lo cual el problema llega a sus últimas explicaciones y es que, si no se reconoce públicamente a Dios, no es posible enseñar ninguna moral, a no ser reglamentos impuestos solamente desde fuera, lo cual en la. práctica -y cuando sean destruidas las últimas buenas costumbres sociales heredadas del creer en Dios- es finalmente imposible, porque se necesitarían tantos policías como habitantes y otro número igual de policías para cuidar a esos policías y así siguiendo.

Y como Dios se ha manifestado plenamente en Cristo y cualquier otra concepción de Dios que no sea la cristiana está llena de gruesos errores y oscuridades y muchas normas éticas equivocadas, no hay posibilidad de autentica vida moral y política y familiar fuera del reconocimiento personal y social de Cristo. Y cualquiera que quiera dictar normas o destruir normas que no entre por esta 'puerta' es un ladrón y un asaltante.

Y así estamos, como así estuvieron las sociedades paganas antes de Cristo y las sociedades horripilantes surgidas de las falsas religiones, y la civilización inhumana aparentemente abundante y divertida que lentamente está construyendo en el mundo la revolución anticristiana.

Por lo cual por mucho que se hable de ética, es inútil hacerse muchas inmediatas ilusiones de que las cosas mejoren, en este mundo y en este pobre país que, conducido por falsos pastores, marcha 'gramsciana' y sin desvíos hacia la apostasía total.

Pero al menos nosotros los que intentamos vivir como cristianos no nos quejemos, porque ninguno, si entendemos rectamente el evangelio de hoy, estamos obligados a seguir a esos falsos pastores. Ni porque hablen desde la autoridad de sus cátedras, ni porque se nos quieran imponer con el voto de las mayorías, ni en nombre de lo que hace todo el mundo, ni de sus uniformes, ni de sus mitras, ni de sus títulos doctorales, ni de sus antenas de televisión, ni de la tinta de sus diarios y libros. Porque, justamente, nuestra libertad, dignidad y responsabilidad cristianas consisten en que el único pastor a quien cada uno ha de reconocer es a Cristo, nuestro Dios y Señor, y a todos los demás, aún al mismísimo Papa, en la medida en que actúen y hablen a imagen y en nombre de ese único Pastor, que Él si siempre nos llamará por nuestro nombre y nos conducirá a la Vida verdadera.

Menú