Sermones de pascua

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

1995 - Ciclo C

4º domingo de pascua

Lectura del santo Evangelio según san Juan     10, 27-30
Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos. Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos y nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre. El Padre y yo somos una sola cosa.

SERMÓN

          Poimén -en griego-, pastor, zagal, es término indogermánico, fácilmente empleado también, desde la antigüedad, en sentido figurado, con el significado de guía, dirigente, caudillo. En la Ilíada Homero llama a Agamenón, el adalid de los aqueos, "pastor de hombres"; y en la filosofía griega el término pastor, poimén, es intercambiable con el de nomeús, legislador.

            Ya en Platón el término adquiere sentido religioso por cuanto compara a los que gobiernan la ciudad con los pastores que cuidan de su rebaño, pero a su vez, a aquellos, con el pastor y legislador divino.

            En el antiguo oriente se aplicó muy pronto el título de pastor, como predicado honorífico, tanto a las divinidades como a los gobernantes. De forma estereotipada se emplea la expresión "Pastor" entre los títulos reales de los sumerios; en el estilo palaciego de los babilonios; en los textos de las pirámides.

            Por eso es tanto más curioso que, en la Biblia, este nombre jamás se de a los dirigentes de Israel, salvo casos aislados, y en sentido negativo: para decir que son malos o falsos pastores; y las pocas veces que se utiliza "pastor" en positivo, solo es para designar a Dios, el Pastor de Israel.

            En realidad es casi paradójico que hoy, domingo del buen pastor, se celebre la jornada mundial de oración por las vocaciones, cuando precisamente el evangelio de Juan, siguiendo la tónica de la Biblia, en todo su desarrollo pero especialmente en el capítulo del pasaje que hemos leído hoy, el 10, reivindica exclusivamente para Cristo, no para ningún otro hombre, autoridad, sacerdote o delegado, el título de Pastor.

            Y es que, si para nosotros, bajo el filtro de la imagen cristiana, el título o papel de pastor tiene connotaciones bucólicas y teológicas que lo hacen amable, bueno, favorable, propicio, de ninguna manera ser pastor era un timbre de honor en el ambiente en el cual se escribió el evangelio, en el ambiente is­raelita del siglo primero.

            Es verdad que en la prehistoria de Israel -hacía ya muchísimo tiempo- el pastor que cuidaba las ovejas, solía ser un miembro de la familia, uno de los hijos del dueño, con rebaños que no subían de quince o veinte cabezas, y, por eso, como en los demás pueblos de la antigüedad, la figura del pastor evocaba inmediatamente la imagen del muchacho bueno que guía las ovejas, las lleva a lugares de pastos tiernos, de reposo, cerca de fuentes de agua, las protege de los lobos, las ayuda en el parto, llama a las que se alejan, las reúne cuando se dispersan, sube en sus hombros a los corderitos que no pueden caminar...

            Pero eso ya era recuerdo pasado: desde la monarquía, había pocos dueños de pequeños rebaños: Palestina estaba en manos de grandes terratenientes que poseían inmensas majadas y, por supuesto, ni se les ocurría cuidarlas personalmente, ni a sus familiares: ese era un trabajo para peones, para asalariados...

            Y éstos pastores asalariados, que fueron los que conoció históricamente Israel, estaban muy lejos de tener los bondadosos rasgos del pequeño pastor de la antigüedad. Al contrario el oficio de pastor, en la época de Jesús ya era considerado como uno de los más perversos y corruptos que podía uno imaginarse. Junto con los publicanos y prostitutas tenían prohibido ir a la sinagoga y su testimonio era inválido en los juicios.

            Es que la sequedad de la tierra palestina hacía necesario que los grandes rebaños se movieran de un lado a otro, lejos de la vigilancia de las casas, buscando pasto, al menos durante el verano, cuando nunca llovía, y permanecer así meses y meses, ajenos a la supervisión de los dueños. Lo cual hacía irresistible el que esos pastores se aprovecharan del aumento natural de las crías, de su leche, de su lana y que no dieran cuenta veraz del rendimiento del rebaño a sus patrones.

            Tampoco, se sabía, arriesgaban demasiado si era cuestión de defender a los encomendados a su cuidado de lobos, aves de rapiña y asaltantes. Eran acusados también de prácticas contra natura con sus animales, de conducir los rebaños a propiedades ajenas y de, como decíamos, robar parte del producto. Por eso estaba prohibido por las leyes rabínicas el comprarles lana, leche o corderitos: se presumía, sin más, que eran robados.

            Tal era su fama, en la época de Jesús, que, en un comentario rabínico del siglo primero, el autor se preguntaba cómo era posible que en el salmo 23 se llamara a Dios, "mi pastor": parecía casi un insulto.

            Pero sí: era posible seguir llamando a Dios pastor, porque allí primaba el viejo recuerdo de los pastores ideales de la an­tigüedad, y no el de los perversos y desagradables pastores contemporáneos.

            La cuestión es que esa visión peyorativa de los pastores, también se había extendido, en la experiencia histórica de Is­rael, a las autoridades del pueblo. Ellos eran pastores, si pero pastores a la manera de los asalariados, de los mercenarios. Moisés y David se habían transformado en una leyenda bonita, personajes ideales, pero la opinión que tenía la gente de sus autoridades concretas: tanto de los representantes del imperialismo griego o romano, como de sus propios políticos, senadores, sacerdotes, clases pudientes... era muy similar a la opinión que hoy en día tiene la mayoría de la gente de nuestras propias clases dirigentes, de nuestras autoridades y pastores, según cualquier encuesta...

            Claro que, ¡en teoría!, la autoridad es un servicio: el que manda es un delegado de Dios -o del pueblo según la ideología liberal-, y, también en teoría, la política es una de las actividades más nobles del hombre en pro de sus semejantes... "Servidores públicos" se llaman... Pero ¡en la práctica..! -salvo honrosas excepciones- no necesito decir lo que todos pensamos al respecto.

            Es como si, siendo la autoridad algo naturalmente necesario para la marcha de cualquier sociedad y por lo tanto querida por Dios, y en si misma augusta, en su ejercicio -como el de los pas­tores- llevara aneja, no solo la tentación del disfrute de sus privilegios sin mirar a sus deberes, la proclividad al enriqueci­miento ilícito, la impudicia de las carpas, el lujo y el despilfarro, sino el deseo de notoriedad, de aplauso, el ansia de poder y de dominio, la constante promoción de la soberbia. Y en ésto me refiero no solo a las autoridades civiles sino también a cualesquiera otras, incluso las religiosas...

            Ya cuando Israel había pedido a Dios un rey, El se había mostrado renuente a concedérselo y había señalado sus peligros. Pero la experiencia había sido todavía peor: y en la época de Je­sús un profundo desaliento corría por el pueblo. A pesar de todos los mesianismos y esperanzas pasadas, solo había habido autoridades mercenarias, explotadoras, corruptas, gestos no de autoridad sino de autoritarismo, opresión, injusticia, lujo desmedido en las clases pudientes, decadencia en las familias tradicionales, advenedizos en la política, ritualismo vacío y ampuloso en el sacerdocio, palabras huecas... Falsos pastores y, al mismo tiempo, ovejas sin pastor...

            "Jesús vio al pueblo que venía hacia él y le tuvo lástima, porque eran como ovejas sin pastor", dice Mateo.

            Porque, a falta de verdaderos pastores, aparecen en masa los falsos: predicadores de ilusiones, sanadores de pacotilla, sindicalistas logreros, periodistas omnipotentes, fabricantes de opinión pública, artistas corruptores, falsos doctores, maestros de desviaciones y perversiones, profesionales de la calumnia, directores ocultos de mentes desprevenidas, promotores de pasiones indignas, profetas de la venganza y del rencor, figurones de comité... ¡Y todavía nos obligan a ir a legitimarlos con el papelito en la mano y recibir contentos nuestros sellitos de honestos ciudadanos en el DNI!

            Y por eso profetizaba Jeremías: "llegará el día en que Yahvé mismo visitará a su pueblo: El mismo será su pastor y juntará y dará de comer a su rebaño disperso"

            Y así fue, y así es: "Yo soy el buen pastor", dice Jesús.

            Si: él es tu verdadero pastor, pobre hombre abandonado en la ciudad. Jesús quiere que lo oigas, que lo sigas... Porque para él no sos un voto más, ni un cliente, ni un número de cédula ni de Cuit, vos sos vos, y El te conoce y te quiere, a vos. Y vos también, en el fondo, en el fondo, lo conoces, porque estás hecho para él... Y si apagás televisión y radio y todo ruido exterior e interior, si podés hacer en tu vida un momento de silencio, si dejás -no digo todo el día- un rato, un rato largo, de distraerte en lo que te ocupa y preocupa, e intentás escucharlo a El, ciertamente lo oirás, ovejita sin pastor! y el te llamará, el te consolará, el te dirá esas cosas que solo el puede decirte porque solo el te conoce bien; y entonces -en medio de tanto ruido, de tanta mentira, de tanto desconcierto, de tanto falso consejo, de tantas académicas y doctorales sandeces- sentirás por fin la voz del verdadero pastor, del que no te puede engañar y quiere lle­varte a los verdes pastos y la fresca agua de la verdadera vida, de la felicidad...

            Y si, por gracia de Dios, o por fortuna, o vaya a saber cómo, has llegado en tu vida a cualquier puesto de autoridad, (familiar, política, económica, intelectual, religiosa o militar) -la que sea y por pequeña que sea- rezá mucho, rezá y rezá, para que sepas ser pastor con tu pastor, y no pastor mercenario, contra los intereses de su rebaño, y de tu dueño.

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