1997 - Ciclo B
4º domingo de pascua
Lectura del santo Evangelio según san Juan 10, 11-18
En aquel tiempo, Jesús dijo: «Yo soy el buen Pastor. El buen Pastor da su vida por las ovejas. El asalariado, en cambio, que no es el pastor y al que no pertenecen las ovejas, cuando ve venir al lobo las abandona y huye, y el lobo las arrebata y las dispersa. Como es asalariado, no se preocupa por las ovejas. Yo soy el buen Pastor: conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí -como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre- y doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este corral y a las que debo también conducir: ellas oirán mi voz, y así habrá un solo Rebaño y un solo Pastor. El Padre me ama porque yo doy mi vida para recobrarla. Nadie me la quita, sino que la doy por mí mismo. Tengo el poder de darla y de recobrarla: este es el mandato que recibí de mi Padre»
SERMÓN
A nadie le gusta ser llamado oveja. Todos recuerdan el dicho de Mussolini: "più vale un giorno da leone que cent' anni da pècora". Mas vale pasar un día como león que cien años como oveja.
Y es verdad que el término oveja como el de ganado en general, evoca a primera vista la idea de una masa anónima de animales que avanzan sin pensar hacia donde los lleve quien los conduzca, aunque sea al matadero. Empero, ya desde muy antiguo, la imagen de las relaciones entre el pastor y las ovejas es más bien positiva. Hay que pensar que no se trata de los enormes y anónimos rebaños de nuestra Patagonia de antes, sino del pequeño hato de ovejas o incluso de las dos o tres ovejas que, en las familias aldeanas, casi convivían con ellas. No estaban destinadas normalmente a ser comidas, sino solo a ser esquiladas a la llegada del verano -con lo cual se les hacía un favor - y para proveer de leche y queso a sus amos. Eran animales casi domésticos y muy queridos por sus dueños.
Es verdad que siempre permanece la connotación de que la oveja es un animal necesitado de la solicitud de su pastor, incapaz de defenderse por si misma, precisada de guía para encontrar aguas y pastos, fácilmente engañable, no demasiado inteligente. Aún así, más que hablar de la estupidez mental de la oveja, se habla de su condición inocente, confiada, cuasi infantil con respecto a su pastor.
Agamenón, en la Ilíada, rey de Micenas, junto con los otros jefes helenos, es llamado pastor de hombres. Así llama también Platón a los gobernantes y, en inscripciones jeroglíficas, es título del faraón, como así de los caudillos sumerios y babilonios. Toda la antigüedad se acomodó a esta costumbre.
Es que no se crea que ser pastor era demasiado sencillo, no era fácil encontrar a tiempo nuevos pastos durante la época de estiaje, en terrenos pobres, conduciendo el ganado por terrenos solitarios, ni era fácil tampoco saber compaginar el apacentar, el abrevar, el dejar descansar al ganado y el trashumar. El pastor debía cuidar continuamente a los animales más débiles, a los guachitos y, sobre todo durante la noche, debía mantenerse alerta, y dispuesto a dar la cara a fieras y ladrones. Ciertamente que los simples asalariados no tomaban todos estos recaudos. Para un jefe pues, ser llamado pastor, era realmente un elogio, un título. Pero precisamente en mero título quedaba.
De allí que Israel, más realista, nunca llama pastores en el buen sentido a sus jefes. Únicamente Jahvé, Dios, es el pastor de su pueblo. Y solo Israel, no el resto de la humanidad, es el rebaño de Dios. En el nuevo testamento, igual, el único Pastor es Jesucristo. No será en cambio exclusivo privilegio de Israel ser su rebaño, sino todos los que reconocen su voz: tengo otras ovejas que no son de este rebaño declara Jesús, aboliendo expresamente esa exclusividad. Desde ahora todos los hombres, si creen en Jesucristo, podrán formar parte del rebaño: un solo rebaño y un solo Pastor.
Si, un solo pastor, porque cuando en la sagrada Escritura se habla de "pastores", en plural, políticos, religiosos o militares, siempre se hace en sentido expresamente negativo; todos ellos han fallado por despotismo y desobediencia respecto de Dios o por descuido o explotación mercenaria de su rebaño.
¿Y quién negará que sea ésta experiencia universal de los pueblos: aquellos llamados a dirigirlos y pastorearlos, -salvo honrosas excepciones- lejos de cuidar de sus ovejas, las usan para sus intereses personales, las abusan, las esquilan, esquilman, exprimen y carnean? No hay régimen ni monárquico, ni aristocrático, ni democrático, ni leyes, instituciones o constituciones, a lo largo de la historia, que hayan impedido nunca del todo el abuso del poder. Y ya es una frase hecha que no hay nada más corruptor que el poder. Ni hay fuerza más profundamente arraigada en la psique humana que esa Wille zur macht, esa 'voluntad de poder y de dominio' de la cual hablaban Adler, Spengler y Nietzsche y que, para unos, era un derecho de las castas nobles, de los señores, de los fuertes, de las razas superiores y para otros un abuso intolerable, como sostenía Hobbes con su teoría del Leviathan, Marx o más radicalmente Bakunin: "El Estado y el derecho no son sino la violencia organizada. El estado es la suprema expresión de la esclavitud humana. La autoridad es el principio maldito del cual derivan todas las desigualdades. A la violencia del Estado y del derecho debe, pues, oponerse otra violencia." Frase, esta última, de triste recuerdo en nuestro medio-." Con esto el anarquista Bakunin no hacía sino defender el abuso contrario al de la autoridad prepotente: la insumisión y rebeldía a toda autoridad y toda ley, aún las más legítimas.
Pero en eso estamos, al menos en teoría, porque desde Rousseau a Freud, -el primero con el que "hay que ser uno mismo", el segundo liberando los impulsos de toda represión del superego- ambos sostenidos por la ideología iluminista y liberal, el convencimiento general es el de que todo paternalismo es malo, que toda sumisión alienante, que toda ley que no dicte mi propia conciencia ilegítima y que el peor insulto que se me pueda hacer es el de oveja.
Mientras tanto, soberbio y convencido de su independencia y adultez, el hombre de hoy se deja conducir por toda clase de manipulaciones y persuasiones ocultas. Son otros los que les crean modelos de bienestar y de comportamiento, ideales y objetivos y, detrás de ellos -o así arriados- siguen estólidos como ovejas patagónicas. Allá van, temerosos de perder el paso, de no estar al día, aturdidos por el clamor de los mass-media. Condicionados y programados por la publicidad. Comiendo lo que nos dicen, vistiéndonos como otros nos enseñan, amontonándonos a las mismas horas en el acceso norte, charlando en todas las sobremesas y tertulias sobre los mismo temas que nos imponen los gurúes de turno de las radios y la televisión, admirando las mismas mujeres, mirando los mismos programas, leyendo los mismo diarios, pagando sin chistar los mismos impuestos y tarifas y finalmente sometiéndonos cada vez más a una globalización de la economía que nos obliga frenéticamente a la especialización y al trabajo -a la excelencia, dicen- sin dejarnos tiempo para lo verdaderamente humano y, por lo tanto, para aquello que nos hace verdaderamente libres y personas. No: no somos ovejas. (beeeee....)
Atacando toda autoridad y todo paternalismo el mundo de hoy ha acabado, no con la prepotencia y la tiranía, que ha tomado formas disfrazadas y untuosas, sino con la figura del padre. Del padre verdadero, se entiende, del que, en la confianza del hijo y en el amor, guía, enseña y protege -a la vez que exige y es ejemplo- y cuyo interés no consiste en dejar al hijo en perpetuo infantilismo y sumisión sino llevarlo a la verdadera libertad, a la mayoría de edad, a la adultez. Los jefes de este mundo, en cambio, necesitan de la perpetua docilidad y puerilidad de las masas balantes que pretenden domeñar. El auténtico padre, el verdadero pastor, es el que lleva a sus hijos, a su grey, a la plenitud personal. Es sintomático, pues, que, ni en el Antiguo Testamento ni en el nuevo, se admita que haya para el pueblo de Dios otros pastores que no sean el mismo Dios y Jesús. No para abolir las jerarquías lícitas y la subordinación a la autoridad legítima o su ejercicio, sino para que todo ello se haga desde la libertad de los hijos de Dios y no desde la abyecta sumisión del esclavo, aunque se crea libre, y esclavo sea de sus pasiones o de su status o de su aparato de televisión.
Es por eso que el mismo Cristo hoy corrige lo que pudiera quedar de peyorativo en su imagen del pastor y sus ovejas y desde el amor -'conocer' en hebreo es igual que amar, ('yo las conozco y mis ovejas me conocen a mi')- desde el amor, parangona esa relación de oveja a pastor, con la de Él como Hijo al Padre: -'yo las conozco y ellas me conocen, como el Padre me conoce a mi y yo al Padre'-.
Ovejas y pastor están unidos en el 'conocimiento', es decir, en el amor, como de Hijo a Padre. Y se trata no de cualquier hijo y de cualquier padre, sino de Jesucristo y su Padre celeste.
De allí que el mismo Juan, en la segunda lectura que hemos escuchado, escriba él mismo la mejor traducción de la imagen del pastor que pueda hacerse: tener de pastor a Jesucristo significa simple y llanamente ser transformados en hijos de Dios: Mirad como nos amó el Padre: quiso que nos llamáramos hijos de Dios y lo somos realmente.
Tanto que hemos oído hablar de mandamientos, de pecado, de sacramentos, de Iglesia, de sacerdotes, de liturgia, de portarnos bien, ¡qué poco se nos ha predicado nunca de nuestra condición de hijos de Dios! ¡Qué distinto sería nuestro sentir y nuestra conducta de cristianos si realmente viviéramos como lo que somos: hijos de Dios, hermanos de Jesucristo. A eso que, entre los sentimientos puramente humanos, urge un apellido, el ser fiel a una prosapia, a una condición aristocrática, a una ascendencia ilustre; a eso que también en lo humano obliga el cariño del hijo a un padre bueno -por más que cada vez los haya menos-; a eso que entre los hermanos religa la sangre y la fraternidad,¡cuanto más tendría que obligarnos, urgirnos y religarnos nuestra condición realísima, no metafórica, de hijos de Dios, por la gracia que, como sangre azul, circula en nuestras venas desde el bautismo y que, como genes y código de honor, llevamos adentro en la escucha de la palabra, en la imitación del Verbo...!
Hoy, ha querido la Iglesia, en este domingo llamado del Buen Pastor, instituir la "Jornada mundial por las vocaciones", es decir por los llamados a ejercer en la Iglesia el ministerio sacerdotal o, como se dice hoy, 'pastoral'. No es una contradicción el que lo haga precisamente en el contexto de un evangelio que declara a Jesucristo el único Pastor y a todos los demás sus ovejas, sus hermanos.
Cualquier diferencia que se instituya en la suprema dignidad de hijos de Dios en la cual consiste nuestro ser de bautizados, solo se da en la Iglesia en función del servicio, jamás del dominio y del poder, por más que tantas veces aún en la Iglesia eso no haya sido respetado. Mitra y báculo, sotana y casulla, no hacen casi diferencia en el orden de dignidad que supone ser nada más ni nada menos que, por el bautismo, hermanos de Jesucristo. Esto no significa que haya que rebajar un ápice la dignidad del sacerdocio, sino hacer entender al cristiano su propia dignidad y responsabilidad.
Ciertamente que como hijos de Dios necesitamos quienes se ocupen especialmente -en este mundo que tiende a achatarnos y rebajarnos- de recordarnos nuestra nobleza, de alimentarnos con los sacramentos, de ayudarnos a formar nuestras conciencias con la palabra de Jesucristo, que manejen nuestros templos, que organicen nuestra caridad, que cuiden la pulcritud de nuestras reuniones de hijos de Dios, y, por supuesto, que reflejen en su vida -en este ambiente sin paradigmas ni ejemplos- los rasgos del único Padre y del único Pastor. Quiera el Señor despertar en nuestros jóvenes abundantes vocaciones a este servicio -uno de los más sublimes que se pueda prestar a Dios y a los hermanos en esta tierra- pero quiera hacerlos humildes y sabios, prudentes y fraternos, no duros con la debilidad ajena y tolerantes con la propia, voceros no de sus opiniones sino de las de Jesús, no curadores de subienestar, de sus apetitos de poder, sino del bien y libertad de su prójimo, no cuidadosos de sus privilegios y sus personas, sino de los de Cristo y los de su Iglesia, su rebaño, ellos mismos ovejas del único Pastor, hijos todos del único Padre.