Sermones de pascua

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

1999 - Ciclo A

4º domingo de pascua
(GEP, 25-04-99)

Lectura del santo Evangelio según san Juan     10, 1-10
En aquel tiempo, Jesús dijo: «Les aseguro que el que no entra por la puerta en el corral de las ovejas, sino por otro lado, es un ladrón y un asaltante. El que entra por la puerta es el pastor de las ovejas. El guardián le abre y las ovejas escuchan su voz. El llama a cada una por su nombre y las hace salir. Cuando las ha sacado a todas, va delante de ellas y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz. Nunca seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen su voz» Jesús les hizo esta comparación, pero ellos no comprendieron lo que les quería decir. Entonces Jesús prosiguió: «Les aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos aquellos que han venido antes de mí son ladrones y asaltantes, pero las ovejas no los han escuchado. Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará; podrá entrar y salir, y encontrará su alimento. El ladrón no viene sino para robar, matar y destruir. Pero yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia»

SERMÓN

El evangelio de hoy, aparentemente diáfano -y aunque ya estemos acostumbrados desde chicos a su simbólica- de por si no se hace del todo fácil de entender para el hombre contemporáneo y, menos todavía, para el hombre de ciudad.

No hay muchos en Buenos Aires que hayan visto nunca rebaños de ovejas, a no ser en el cine o la televisión. Aún habiéndolos visto es muy distinto el clima de los grandes rebaños patagónicos arreados a caballo y con la ayuda de los perros, que el pequeño hato de oriente guiado por un pastor a pie. Para leer esta parábola tenemos pues que hacer un pequeño esfuerzo de ubicación, que no tenían que hacer los oyentes de Jesús. Por otra parte, en nuestro evangelio, no se trata estrictamente de ovejas, sino que el término que nosotros traducimos por tal, puede designar a cualquier animal de pequeño porte: un chivito, una cabra... Más aún: hay que hacer un esfuerzo de purificación conceptual para aceptar -si esto ha de entenderse como una parábola referida a nosotros, los cristianos- que nos llamen ovejas o rebaño. En nuestro lenguaje habitual a nadie le gusta que lo llamen oveja o rebaño. Como bien decía Mussolini, " meglio un giorno da leone que cent'anni da pècora "; " más vale un día de león que cien años de oveja ".

Pero el problema específico de nuestro pasaje de hoy es que el contexto en el cual está hablando Jesús no es de ninguna manera pastoril. Según muy expresamente Juan apunta algunos versículos antes, Cristo está hablando no en el campo, sino en el templo y, más precisamente, en el clima de la fiesta judía de la Dedicación, la Hannukkah. Fiesta que servía para conmemorar la restauración y reinauguración de ese edificio sagrado en la época de los macabeos, después de su profanación y parcial destrucción por los seléucidas, que habían erigido, sobre el altar, el ídolo de Baal Shamen, versión oriental del Zeus Olímpico.

Es decir que, para entender la parábola, hemos de ubicarnos en ese contexto: en el templo de Jerusalén. Sin duda que hemos de pensar en rebaños reales, pero no se trata del campo ni de la aldea. Nadie desconoce que el templo de Jerusalén era un inmenso matadero en donde se sacrificaban cientos de miles de cabras y ovejas por año. Estos animales se agrupaban en confuso montón en el patio exterior y más grande del santuario, de extensión parecida a nuestra plaza de Mayo, llamado 'patio' o 'atrio de los gentiles'. Allí se desarrollaba un activo comercio de venta de piezas para los sacrificios; comercio monopolizado por los grandes sacerdotes, especialmente los de la familia de Anás, que de ello extraían inmensas ganancias. Y todo ese ganado, desde los mercados situados alrededor de la ciudad, ingresaba allí, a ese patio, a través de la denominada "puerta de las ovejas". Por esa puerta, en rumor incesante de pezuñas resbalando sobre la piedra, balidos y gritos de los sirvientes, desfilaba durante todo el día una interminable fila de cabezas destinados al sacrificio.

Es en ese ambiente donde Jesús dice "yo soy la 'puerta de las ovejas'": la referencia es clarísima. Lo mismo que lo que nuestra traducción desmañada vierte como 'corral'. El término griego utilizado en el original no es corral o redil, que sería épaulis , sino aulé , precisamente el vocablo con el cual se denominaba a los distintos patios o atrios del templo.

Es este cuadro, pues, el término de comparación de la parábola de hoy y no una bucólica cualquier alusión a pastores rurales. El escenario al cual se refiere Cristo es esta enorme especie de plaza adoquinada por donde pasan incesantemente animalitos atados y empujados a gritos y golpes por sirvientes pagos y que están destinados a terminar miserablemente en el sacrificio. Precisamente el vocablo heleno thyein -inconsueto fuera del ámbito sacral- que usa Jesús para designar la muerte que a los rebaños en su parábola traen los ladrones, es el mismo que se utiliza para designar al acto de 'sacrificarlas'. No usa, como dice nuestra traducción, el término 'matar' o 'asesinar' - apokteinein- que sería el propio de bandidos.

Es obvio pues que la comparación se refiere a ese contexto brutal de sangre y animales asustados y tratados a empellones y llevados a la muerte, que sirven para engordar las arcas de los grandes sacerdotes que, por este medio, succionan el dinero de su pueblo. Todo manejado por mercaderes que un día Jesús lleno de ira expulsará a latigazos del templo.

Esta puerta fatídica de las ovejas solo lleva a la muerte y el que pasa por ella ya no vuelve nunca atrás. Jesús es en cambio -afirma- la verdadera puerta de las ovejas por donde se puede entrar y salir y encontrar no la muerte sino el alimento y la vida, y la vida en abundancia. El no es el sirviente mercenario y extraño que arrea a los animales desde atrás a rebencazos o arrastrándolos con cuerdas y sin saber ni importarle de donde viene cada uno ni quien es, sino que va delante de ellas y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz.

Los demás son simplemente ladrones y asaltantes que se han adueñado del pueblo de Dios para estrujarlo y vivir de ellos. Falsos pastores, mortales puertas.

No es extraño que estas posturas revolucionarias de Jesús frente a las autoridades políticas y religiosas y que ponían en duda no solo la legitimidad de su liderazgo sino la fuente de negocios más importante de los dirigentes de Israel, hayan sido casi seguro la causa más cercana de su muerte.

Pero ¡qué gráfica toda esta prédica pastoril, mercantil, para describir la situación del hombre quizá de todas las épocas, pero especialmente la del hombre de hoy! Porque ¿qué liderazgo, qué autoridad, qué preeminencia, qué pastoreo está hoy realmente al servicio de la gente a quien dice querer guiar y no de sus propios intereses?

No vamos a repetir el lugar común y evidente de que siempre gobernantes y políticos desde la más remota prehistoria difícilmente han escapado a la tentación de usufructuar el poder para beneficio propio. Hablar mal de los políticos no parece ser demasiado original. Más allá de los privilegios necesarios y halagos que conlleva el ejercicio del poder, es sabido, desde Spengler, Freud y Adler y, por supuesto desde la vieja sabiduría cristiana, que la Wille zur Macht, la voluntad de poder es una instancia tan metida radicalmente en el ser humano -y que, de arriba abajo, se traduce en soberbia y dominio y, de abajo a arriba, en insumisión y rebeldía-, que, fuera del ámbito de la gracia, es imposible ejercer autoridad sin excesos y corruptelas y en actitud de servicio. No nos refiramos pues a ello. Ni tampoco al hecho de los beneficios económicos y los placeres que llegan siempre junto al poder.

Eso es de siempre; pero lo que caracteriza la sociedad de nuestros días, es que casi nada escapa al rasero de la globalización y de la especulación económica. Lo económico es el único pastor y puerta de nuestro tiempo. Todo se vende, todo se calcula en términos de ganancias: los espectáculos; el arte; la medicina -ni hablar en ella del tira y afloja de sindicatos, prepagas, gobierno, laboratorios, y aún de los mismos médicos...-; la educación -colegio y universidades transformados en negocios-; la literatura -el marketing de los best sellers a toda costa-; la música -los megaconciertos de los megacantantes para los megatontos-; la diversión -¿qué es lo que atraerá más público y donde gastará más?-; las profesiones -¿cuál más futuro me dará?-; la religión -el filón de los pastores espectáculo, de los sanadores, de las imágenes milagrosas que resuelven esto y aquello-... Todo es plata; todo se mercantiliza... Y ¿qué ya es el amor sino una especie de negocio: "te amo solo a cambio de que me ames, y me mimes, y me cuides, y me sirvas vos; y, si no me das y no encuentro ya placer en vos, allá me voy..." Yo te doy y vos me das. Toma y daca... Hoy llevo la camiseta de River, mañana cambio de contrato y llevo la de Boca. No es extraño, pues, en este contexto, que aún la misma política sea una inversión en donde las empresas -cuando no las mafias- contribuyen a las campañas electorales con el compromiso de la futura retribución, y en donde los candidatos no se lanzan al ruedo electoral precisamente con la altruista ilusión de servir mejor.

En todo son los grandes intereses comerciales quienes imponen las modas, las costumbres, las maneras de vivir, las cosas por las cuales luchar, los figurones a quienes imitar... En esta situación postmoderna ni siquiera las ideologías equivocadas pero que por lo menos eran gratuitas, a veces hasta heroicas, son las que extravían a la gente: detrás del falso líder ya no está solo la posición intelectual equivocada, está el negocio, los números, la inversión, la multinacional... Ya no, por supuesto, la Patria, la familia, Dios.

Así está zarandeado el pobre hombre de hoy al servicio no de los valores, no de las cosas altas y bellas, sino a merced de los que quieren transformarlo en útil instrumento de producción y de trabajo y sobre todo en insaciable consumidor. Estudiar para poder trabajar; y estudiar solo lo que sirve para cuando tenga que trabajar -no aquello que me hace más humano, más bueno, más noble-; y trabajar insolidaria, inhumanamente, disputándome el puesto con los demás; y solo para consumir aquellas cosas que me han metido en la cabeza que sin ellas no puedo vivir; y consumir de tal manera que tenga más eficazmente que doblarme a la empresa y al sistema y trabajar...

¡Falsos pastores que te invitan a sacrificarte ante los falsos altares! Mundo de mercaderes y grandes sacerdotes de pacotilla.

Y, sin embargo, ¿qué otro orden económico, político, puede pensarse? ¿acaso todo no obedece a necesidades tales semejantes a las leyes físicas o químicas y de las cuales es utópico, imposible, querer escapar? En este mundo interconectado, computado, cada vez más tecnificado, ¿no es inevitable que desaparezcan los ineficientes, los inútiles, los poetas... el tiempo dedicado a la amistad, a la mujer, a los hijos, a lo bello, a lo bueno, salvo aquello estrictamente necesario para que el hombre no se pinche del todo y pueda seguir trabajando y consumiendo...? O quizá sea esta una situación transitoria, y que el mundo esté avanzando a que la gente tenga cada vez más tiempo libre y lo mismo pueda mantenerse con dignidad, y entonces el problema será qué hacer con ese tiempo libre y no desaprovecharlo en placeres o descansos o diversiones o espectáculos fáciles y anónimos o falsos amores que no nos hagan crecer...

Vaya a saber. Sin embargo, hoy, aquí y ahora, a vos, cualquiera sea la situación en la cual estás, "libre o esclavo", como decía San Pablo, ocupado o desocupado, con plata o sin ella, sobre todo si sos joven y los mercaderes y sumos sacerdotes quieren atraparte en este corral, Jesús viene a llamarte a la libertad, a sacarte de este patio corrupto del templo de nuestros días en donde como ganado anónimo, balando al unísono, a empellones te llevan a donde en el fondo no querés y, allende, a la nada, y urgirte a que no te equivoques de puerta. El sigue siendo la verdadera puerta; El te rescata de tu condición de oveja; El te llama por tu nombre; El quiere ponerte apodo de león, de águila: quiere llevarte a la lucha y a la altura, quiere rescatarte de los mendaces valores, de esos que solo se miden en dólares y en pesos, quiere liberarte de amores superficiales y amistades de puro negocio, quiere que te rías de los líderes teñidos y de falsas sonrisas, de los políticos de brazos en altos y amplias promesas, de los doctores prosopopéyicos de las empresas de enseñar para que sirvas a las empresas, de los figurones de las revistas y las pantallas medidos en tirada y en rattings, de los deportistas mercenarios que llevan escritos hasta en la frente y la espalda marcas de zapatillas y cervezas, quiere alertarte de los que para conquistarte te ofrecen inmediatas retribuciones, amores sin compromiso, sexo sin responsabilidades, arte sin altura y sin esfuerzo, religión sin nobleza y sin preceptos... y hacerte saber -no para reprocharte, sino para que seas consciente de ello- que todo eso encuentra fácil complicidad adentro tuyo, en tus debilidades y perezas, en tus ganas y deseos, si no te haces fuerte con Su fuerza y no te abroquelás con la coraza de Su gracia.

A pesar de todo y contra todo, salvá tus espacios de libertad, salvá tu tiempo para los tuyos, para la bello, para lo puro, para Jesús. Solo Jesús es la verdadera Puerta, solo El el buen Pastor, que ha venido para que tengas Vida y que la tengas en abundancia.

Menú