Sermones de pascua

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

2000 - Ciclo B

5º domingo de pascua
(GEP; 21-05-00)

Lectura del santo Evangelio según san Juan     15, 1-8
Jesús dijo a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. El corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié. Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde. Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán. La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos»

SERMÓN

La historia de la filosofía comienza en Grecia hacia el siglo VII-VI A C con tímidos intentos de indagar el origen y sentido de todas las cosas. Pero ya hacia fines de esa época, inmediatamente antes de los grandes Sócrates y Platón, aparecen en el siglo V AC unos pensadores singulares, llamados 'sofistas', que se burlaban de la posibilidad de llegar a la verdad. Es sabido que el término deriva de la palabra sofía , sabiduría, pero en un sentido distinto al que usamos a partir de Platón: sabiduría no contemplación de la verdad sino habilidad, pericia, sagacidad, astucia, picardía... De tal modo que 'sofista' significaba hombre, ingenioso, diestro, perito, hábil...y aún falaz, capcioso, taimado y, finalmente, charlatán...

Porque, contrariamente a los demás filósofos, los sofistas sostenían que no era posible conocer la verdad: cada uno solo conocía sus propias ideas, pero no las cosas. "Como cada cosa me parece, así es para mi; y como a ti te parece, así es para ti", dirá el sofista Calicles. "El hombre es la medida de todas las cosas", decía Protágoras de Abdera, en una frase justamente célebre. Cada ser humano está cerrado en sus propios pensamientos, no existe una naturaleza ni una verdad que los ponga en verdadera comunión el uno con el otro. Cada individuo es un mundo aparte, aunque tenga que aprender a convivir de cualquier manera con los otros mundos aparte que son sus semejantes. Así llegaban a sostener que lo único existente era el individuo, no la sociedad, palabra que no significaba nada.

Los sofistas se desarrollaron en la época de la democracia griega, alrededor del tiempo de Pericles cuando resultó que el éxito dependía de la capacidad de persuadir a los votantes para los propios fines y conseguir el mayor número de votos. De allí la boga de la sofística a quien no interesaba alcanzar la verdad o el verdadero saber -privilegio de pocos, lamentablemente-, sino, como mucho, enseñar el arte de convencer a los oyentes. La persuasión era el objeto de su pedagogía. Persuasión no al servicio de la verdad sino instrumento a punto para convencer a los más de cualquier cosa. "Denme un argumento que no valga nada -desafiaba el mismo Protágoras- y yo lo convertiré en el más sólido y más fuerte". A este arte de convencer los sofistas le llamaban 'psija-gogía', 'conducción de las mentes'. Platón lo llamará no 'conducción' sino, 'captura' de las mentes. De allí vendrá el término 'mentecato', de la transcripción latina ' mente captus '. Los que tienen la mente capturada... por los políticos, por la propaganda, por las sectas, por el ambiente: verdaderos mentecatos.

De tal manera que, para estos sofistas, no había verdades que fueran tales para todos los hombres, ni objetivas ni culturales, sino simples convencimiento individuales que los más hábiles, los más fuertes -o los más hábiles al servicio de los más fuertes- manejaban en vistas a sus propios intereses.

Con esto caía el concepto de sociedad, de 'polis', de hombre 'animal social', aunado en la dirección de un bien común. Los sofistas transformaron la democracia ateniense en una forma camuflada de oligarquía, cuando no de tiranía, ya que con sus argumentos especiosos dominaban la opinión de las mayorías.

Así las leyes no eran más que circunstanciales, sin apoyo en la naturaleza, solo en las coyunturas y en el voto. En la concepción cínica y realista de los sofistas la legislación, la justicia, no era más que una convalidación, vía algunas concesiones para conformar a la plebe, de los derechos de los más fuertes, ricos o hábiles.

En el plano religioso, esto se traducía en un escepticismo total: "Sobre los dioses no tengo medio de saber ni si existen ni si no existen", afirmaba también el sofista Protágoras. Eso, a partir de Lutero , lo reeditará nuestro mundo moderno. La verdad es lo que a mi me parece de lo que leo en la Escritura, no lo que me enseña objetivamente la Iglesia. Cada cual puede pensar lo que le es más conveniente y estima. La verdad solo viene de adentro, nunca de afuera. Cada uno debe recorrer su camino hacia Dios totalmente a solas, dicen los protestantes coherentes. Todo el vivir religioso es asunto del individuo y de su sentimiento, no de la realidad, no de la sociedad.

Pero el sentido común nos dice, con Aristóteles , que de adentro del hombre no sale de nacimiento ni un solo concepto, ni siquiera en lo religioso. "Nada hay en la inteligencia que no haya pasado antes por los sentidos", era uno de sus axiomas. La mente humana solo crece y es capaz de comenzar a pensar y tener ideas desde la información y la cultura que le viene del mundo que lo rodea. Todas sus imágenes y pensamientos se construyen a partir de lo que recibe mediante sus sentidos y es capaz de procesar con ese sofisticado aparato que es nuestro cerebro que, para funcionar bien, también exige ejercitación y aprendizaje, porque no sale razonando correctamente desde el vientre de la madre.

De tal manera que el hombre individuo no existe: está indisolublemente unido a los otros. Desde a los padres -que necesita para nacer y le transmiten una carga genética fruto de la evolución de millones de años de vidas biológicas anteriores-, pasando por el lenguaje que le enseñan, los estímulos que recibe, las costumbres que asume, los sentimientos que le afinan, los amores y repulsiones que le programan, los valores que le señalan... Todo lo que sabe, todo lo que piensa, todo lo que siente, tienen su base y aún su desarrollo en lo que de la sociedad recibe. Y no digamos nada de los inventos, alimentos, productos, construcciones, aparatos, tecnología, que usa y consume...

Somos, pues, seres sociales. Estamos en asociación con otros hombres, fundamentalmente a través del lenguaje y la cultura. Somos un momento personal de una experiencia colectiva. Nadie puede cortarse solo y el bien común hace al bien de cada uno. Al revés, el hombre malo es como la manzana podrida que provoca la pudrición de las otras, nunca se pudre sola. Tampoco el hombre bueno y culto deja de hacer crecer a su grupo y, en casos conspicuos, a la sociedad toda...: el influjo de un gran poeta o escritor, de un gran director de cine, de un héroe, de un gran científico, de un santo...

Estamos conectados los unos con los otros en una identidad común a través del lenguaje, a través de nuestros quereres y displaceres, de nuestras costumbres, de nuestras normas, de nuestros mutuos ejemplos. Formamos parte de una especie de organismo vivo, de una personalidad colectiva, de un entramado de raíces, tronco, hojas y frutos. No hay fronteras entre el individuo y la sociedad. Y son la palabra y el querer los vasos comunicantes que nos posibilitan el ser social. Es verdad que, a falta de auténticas libertades y recias personalidades lo común y globalizado, la 'sociedad.com' , puede imponerse exageradamente a la persona. No digamos nada hoy en día cuando las ciencias de la comunicación dan lugar a que multitud de hombres escuchen, vean, quieran, disfruten o abominen de los mismos programas, el mismo lenguaje, la misma música, los mismos productos, las mismas ideas o falta de éstas, a veces hasta al mismo tiempo... Peor aún cuando este mundo de los medios es capaz, adrede, de fabricar su realidad propia, una realidad virtual, con hechos inexistentes o deformados, -baste pensar en la mendaz reconstrucción mediática de nuestra historia reciente-, con héroes y antihéroes prefabricados, con normas artificiales deformadoras de la verdadera moral y que se imponen como patrones de comportamiento a las masas... Sofistas que defienden lo indefendible, periodistas y políticos que siempre están del lado de lo peor, de lo contranatura, de lo aberrante, de la inmoralidad, del delincuente, del ilegal, del disparate, en nombre de una adulterada libertad. Un mundo cada vez más dominado por los sofistas, por los fabricantes de opinión, por los persuasores de masas, al servicio de embozadamente tiránicos estamentos mundiales y nacionales, fabricantes de mentecatos, hombres masificados en lo bajo, impermeables a los verdaderos valores, lejos de sus destinos personales y trascendentes, y por lo tanto compartiendo una vida falsa, destinada finalmente a la senilidad del geriátrico, a la nada.

Quienes no piensan, y nacen y son educados en este ambiente que estamos padeciendo, creen que esto es lo normal, lo que va de suyo, lo natural... "Así es la vida, así son las cosas"... No se dan cuenta de que la cultura, costumbres y normas que se van generalizado cada vez más en nuestra sociedad contemporánea son fruto de ideologías perversas, de la manipulación de los medios, de la falsa predicación de los sofistas de nuestro tiempo, y, para decirlo sin tapujos, del influjo de los enemigos de la idea cristiana del hombre, de los adversarios de la Iglesia...

Ciertamente quien, sin visión crítica, creciera en medio de esta humanidad, con una familia cada vez más desestructurada, sin concepto de la verdad, amigo solo de opiniones y de sentires, relativista, freudiano, liberal, positivista, postmoderno... sin lecturas o solo leyendo best sellers, ayuno de reflexión, poniéndose gustoso sin discernimiento en simbiosis con locutores y actores, con televisores y películas, con revistas y amistades frívolas, admirando falsos ídolos del deporte o del jet set o del estadio o de la pantalla, injertado en una estructura social fundamentalmente empobrecedora, exangüe, vivirá una existencia artificial, desmedrada, pobre, chata, evanescente, destinada a la inexistencia, " Son un rebaño para el abismo, -dice el Salmo (49)- la muerte es su pastor, y bajan derechos a la tumba; se desvanece su figura y el abismo es su casa ."

Sí: todos somos permeables los unos a los otros, permeables a nuestros amigos, a nuestros dirigentes, al medio en que estamos insertados por estudios o por trabajo o por deporte. "Dime con quien andas y te diré quien eres."

De allí que cambiar al individuo es imposible sin cambiar el medio en el cual este se insiere.

Quizá estas consideraciones nos lleven a comprender algo mejor la idea de la vid a la cual hoy se refiere Cristo. Ya para el antiguo testamento Israel era una vid plantada por el Señor Yahvé. Israel tendría que haber tenido siempre conciencia de esa personalidad corporativa hecha de leyes, de visión común de las cosas, de sentido de la vida, de historia, de relación con Dios, que los hacía distintos a los demás y vivir una existencia más plena y fructuosa... Ya sabemos, empero, que esa vitalidad fue agostada por la falta de coherencia a su vocación, por los influjos de saberes e ideologías espurias y extranjeras... y cómo Dios se arrepiente de su retoño... El profeta Ezequiel se hace eco de su decepción: "¿Cómo te has convertido en cepa degenerada, en viña bastarda?"

Estas imágenes son las que vienen hoy a labios de Jesús en su discurso de despedida. "Yo soy la vid, vosotros las ramas, los sarmientos".

No hay que entenderlo como si algún fluido misterioso, que corriera impalpable, invisible, indetectable, por nuestras venas, nos uniera a algún monstruoso organismo. Se trata de nuestras adhesiones personales, potenciadas por la gracia, a las palabras y al amor de Jesús. Adhesión a esa sociedad, atmósfera de crecimiento y respiración del cristiano, que es la Iglesia. Por eso el bautismo, a la vez que nos transforma interiormente, dándonos capacidad de escucha a la palabra de Dios y modulación de nuestro querer según su amor, en fe y en caridad, nos saca de la sociedad profana en la cual estamos insertos de nacimiento y nos injerta, nos hace miembros, como personas auténticamente libres, de la sociedad de la Iglesia. Y eso no es algo mágico ni sola inscripción en el libro de bautismos. Eso significa ser educados en la palabra de Jesús, en el catecismo, en las normas cristianas, en la pedagogía del amor, en el vencimiento del egoísmo, en el respeto por el débil, por el enfermo, por el anciano, por el menesteroso... Eso significa ser alimentados por los gestos eficaces del amor de Dios que son los sacramentos, en la solidaridad comunitaria vivida en la Misa, en la limosna, en las obras de bien... Eso significa erradicar de nuestras mentes los pensamientos mundanos, el error, la mentira, los argumentos sofistas... y retornar a la realidad, a la Palabra de Dios sin mutilaciones ni explicaciones fraudulentas, al amor normado no por la insensatez subjetiva sino por los mandamientos, por Su eterna Ley... Eso significa ver las cosas como Jesús las ve, no como nos parece a nosotros. Jesús -no el hombre, no nosotros- es la medida de todas las cosas.

Hemos de vivir injertados en la vid, en la Iglesia. La Iglesia, el cuerpo de Cristo. Vid que hunde sus raíces en dos mil años de historia. Por eso, si nos desconciertan a veces las voces de ciertos voceros actuales de la Iglesia, también ellos mentecatos, captados por el mundo, volvamos a los probados por el paso del tiempo, frecuentemos los evangelios, el magisterio perenne de la Iglesia, hagámonos amigos de los santos, leamos sus vidas, escuchémosles en sus escritos, aprendamos de su modo de vivir y de su teología...

Y si la sociedad de los sofistas, de las mayorías raptadas a su madre la Iglesia, ya se nos ha escapado de las manos, dejémosla, esperemos... Juntémonos mientras tantos en verdadera Iglesia, con amigos y familias cristianos, capaces de refundar aunque más no sea en chiquito para nosotros y para nuestros hijos una verdadera sociedad cristiana, viña de Cristo, levadura de futuro, y dar fruto abundante. Y, así, ser sus discípulos.

Menú