2005 - Ciclo A
5º domingo de pascua
(GEP, 24/04/05)
Lectura del santo Evangelio según san Juan 14, 1-12
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "No os inquietéis. Creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, os lo habría dicho. Yo voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevaros conmigo, a fin de que donde esté yo, estéis también vosotros. Ya conocéis el camino del lugar adonde voy". Tomás le dijo: "Señor, no sabemos a dónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?" Jesús le respondió: "Yo soy el camino, y la verdad y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí. Si vosotros me conocéis, conoceréis también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocéis y lo habéis visto". Felipe le dijo: "Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta". Jesús le respondió: "Felipe, hace tanto tiempo que estoy con vosotros, ¿y todavía no me conocéis? El que me ha visto ha visto al Padre. Cómo dices: "Muéstranos al Padre"? ¿No crees que estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Las palabras que digo no son mías: el Padre que habita en mí es el que hace las obras. Creedme: Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Creedlo, al menos, por las obras. Os aseguro que el que crea en mí hará también las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre".
SERMÓN
Entresacados de los dislates que la ignorancia supina de los periodistas tiene respecto de tantísimas cosas, pero mucho más de la Iglesia Católica, he escuchado en estos días que hoy sería la 'coronación' del Papa, su 'asunción al poder', su 'entronización'. (¡Su 'entronación'! -singular neologismo oí a una periodista ayer a la tarde.) Pocos han acertado con la afirmación de que el Papa es Papa desde el momento en que, ante la opinión mayoritaria del colegio cardenalicio, el candidato acepta la designación. Su conciencia y Dios.
Y no, tampoco, que sean los cardenales quienes otorguen la autoridad al Sumo Pontífice. De hecho, podría haber otra manera de designar al Papa: por medio, por ejemplo, del voto popular, o de un nombramiento dejado por escrito por su predecesor, o la pajita más larga -como se hizo en la primitiva iglesia con Matías , el sucesor de Judas -. Hasta el siglo XI, en que el sínodo de Letrán de 1059 reservó el derecho de elección a solo los cardenales, el nombramiento de los Papas se hacía de diversas maneras, donde intervenían el pueblo y los nobles romanos, cuando no, a partir de Carlomagno , el Emperador del Sacro Imperio o, más tarde, durante el período de Avignon , el influjo del rey de Francia.
La misma elección mediante los cardenales tuvo sus bemoles. Había que reunirlos, ponerlos de acuerdo. Algunos obedecían a los intereses de España, otros de Francia, otros los del Imperio, otros los de las grandes familias romanas. El 'cónclave' resultó, finalmente, la gran solución. A la muerte de Clemente IV , cuando los cardenales estaban enfrentados entre sí y no se decidían por nadie y la Iglesia estuvo sin Papa ¡dos años, nueve meses y dos días!, la mayoría de los cardenales que -por inconvenientes en Roma- residían en Viterbo , por consejo de San Buenaventura , fueron encerrados bajo llave -'cum clavium'- por los habitantes de la ciudad, en una gran casa, para obligarlos a elegir de una buena vez, tapiándoles hasta las ventanas. Algo parecido había sucedido ya en la elección de Inocencio III . Incluso como, a juicio de los viterbinos, los cardenales encerrados y sin comida demoraron la elección demasiado, les levantaron el techo. Al final fue electo Gregorio IX , uno de cuyos primeros actos fue redactar, en 1274, las normas para la elección papal. Estas normas son las que, substancialmente, levemente modificadas luego por Bonifacio VIII , Pío IX , Pío X , Pío XII , Juan XXIII y Pablo VI , están actualmente en vigencia.
A lo que voy es que no son ni los cardenales ni el pueblo ni ninguna autoridad humana quienes delegan el poder en el Papa, sino que solo lo 'designan'. La autoridad le viene directamente de Dios -del Espíritu Santo, como dice la gente- tan pronto el designado acepta el cargo. Lo cual de ninguna manera quiere decir que infaliblemente, inspirados por el Espíritu, los cardenales siempre elijan al mejor. De hecho, lo sabemos por la historia, no siempre ha sido así.
Los teólogos discuten, en cambio, qué pasaría si la designación recayera sobre un laico. Si comenzaría a ser Papa desde entonces, o solo desde cuando, necesariamente, fuera consagrado obispo. Se preguntan también si podría nombrarse un Papa sin que, al mismo tiempo, fuera obispo de Roma. Si la función depende esencialmente de que lo sea o no. En fin, temas que no nos interesan.
Lo que es divertido saber es que, desde la Revolución Francesa , la autoridad papal es 'en teoría' ilegítima. Digamos: un gobierno 'de facto'. Como Vds. saben la Declaración de los Derechos del Hombre de 1789 dice, en su artículo 3: " El principio de toda soberanía reside esencialmente en el pueblo. Ningún cuerpo o individuo puede ejercer autoridad que no emane del pueblo. " No es el caso del Papa, justamente.
Eso está reafirmado en la masónica Declaración Universal de los Derechos del Hombre de las Naciones Unidas del año 1948 en su artículo 21: "La voluntad del pueblo es la base de la autoridad de todo poder público; esta voluntad se expresará mediante elecciones auténticas que habrán de celebrarse periódicamente, por sufragio universal e igual y por voto secreto u otro procedimiento equivalente que garantice la libertad de voto". Ciertamente los países islámicos no firmaron nunca esta carta. Con lo cual se da la paradoja de que los únicos que en teoría admitirían la legitimidad del Papa son ¡los musulmanes! Y que los mismos eclesiásticos, cuando ignaramente hablan de la democracia y los derechos humanos, sin saberlo, están suicidando su propia autoridad.
El asunto es que, pese a la Cábala , los masones y los poderes secretos y no tan secretos mundialistas y sus prometeicas declaraciones de derechos humanos Benedicto XVI ya es Papa; y la ceremonia de hoy no ha sido sino una especie de exteriorización pública de su ministerio.
Pero es verdad que, en otras épocas, una vez nombrado Papa por los cardenales, éste debía ser -en ceremonia similar a la de los líderes políticos- coronado formalmente. Al fin y al cabo el Papa, además de Sumo Pontífice de todos los católicos, era hasta 1870, soberano de los llamados Estados Pontificios, una gran parte de la Italia actual.
Para esta ceremonia de coronación y las grandes solemnidades se utilizaba lo que todos conocemos como ' tiara '. Vds. la conocen, porque suele figurar sobre el escudo del Papa o como sello papal. Una especie de cono de cuero o lienzo en el cual están encastradas tres coronas de metal superpuestas; colocada sobre dos llaves cruzadas. Todavía el 29 de Junio, día de San Pedro y San Pablo, sigue adornándose con ella la estatua de San Pedro que tocan todos los peregrinos cuando, en Roma, entran en el gran templo de Miguel Ángel.
El último Papa que fue coronado con la tiara -una hecha con especial esmero por los orfebres de Milán de donde había sido arzobispo- fue Pablo VI , en 1963, que no solo mandó suprimir luego la ceremonia, sino que vendió la tiara para repartir lo obtenido entre varias asociaciones de ayuda a los pobres. Los orfebres de Milán no se lo perdonaron nunca.
'Tiara', en su origen, es un término griego que designa lo que nosotros solemos llamar 'gorro frigio'. Como es sabido, símbolo de la libertad; ya que los frigios que lo pusieron de moda lucharon decenas de veces por conservar la suya. Parece que este gorro lo comenzó a usar, a fines del siglo IV, el papa Silvestre I , como símbolo de la libertad de los cristianos frente a los poderes del mundo. Algunos dijeron, legendariamente, que se lo permitió utilizar Constantino -el emperador que convirtió el imperio al cristianismo- como signo de la libertad finalmente obtenida por la Iglesia , después de la sangrienta época de las persecuciones. O quizá, mejor, como signo de la libertad de Roma frente a los poderes del infierno, del error y del pecado.
" La verdad os hará libres ", dijo el Señor. La suprema libertad del cristiano: la de ser iluminados y guiados por Aquel que es "el camino, la verdad y la vida". Curioso que, luego, la Revolución Francesa usurpara el símbolo del gorro frigio para declarar su enemistad visceral y constitutiva contra la Iglesia ; y nuestros propios revolucionarios de la Asamblea del año XIII lo añadieran a nuestro escudo, sin saber -o quizá sabiendo- que era el signo milenario de la libertad de los cristianos y de la Iglesia.
Una primera corona fue añadida a la tiara o gorro frigio hacia el siglo VIII, probablemente con León III , cuando coronó a Carlomagno emperador y él mismo fue reconocido por éste como soberano de media Italia. Bonifacio VIII añadirá una segunda corona en el siglo XIII; y la tercera aparece con Clemente V en 1305. Allí comienza ya a llamarse 'trirreino', y se hace símbolo de la suprema autoridad papal.
No es, sin embargo, tan fácil determinar exactamente qué es lo que las tres coronas en el gorro frigio significan. En el ritual de coronación papal del siglo XVI, cuando se colocaba la tiara al Papa, se lo designaba como 'padre de todos los reyes y príncipes y autoridades de la tierra' -primera corona-; 'regente del mundo' -segunda corona-; 'Vicario de Cristo' -tercera-. Por supuesto que, desde la Revolución Francesa , la pérdida de los Estados Pontificios en el siglo XIX y la creación de la ONU , ya usar la tiara resultaba casi folklórico. Pablo VI hizo bien en dejarla de lado. El mundo apóstata, entregado a los poderes del hombre autodivinizado y rebelde a Dios, no puede tener el honor de que el Papa use la tiara. Solo se coloca la mitra, como cualquier otro obispo, aunque sea el de Roma. Pastor, aunque perseguido y no reconocido sino por sus ovejas, de toda la Iglesia.
Porque si bien es cierto que, en un mundo recto, todos deberían reconocer su autoridad de servicio de la verdad, de la moral, de la auténtica libertad y de la justicia entre los hombres -Vicario como es del mismísimo Rey y Señor del Universo-, en este mundo rebelde su reino, de hecho, alcanza -"venga a nosotros tu reino"- solo a los que le siguen y obedecen. Solamente a las ovejas que reconocen su voz. Solo los que, en Cristo, como dice Jesús en el evangelio de hoy, ven al Padre. Y en el Vicario de Cristo saben reconocer, cuando corresponde, la voz del Señor.
Porque ya sabemos que, incluso entre los que se dicen católicos, hay muchos que no les importa nada lo que diga Pedro, ni en liturgia, ni en ética, ni en doctrina. ¿Dónde está el influjo de la doctrina católica en países que formalmente se dicen de mayorías tales? ¿Dónde está el cristianismo en la vida y costumbre de los argentinos, al menos de sus políticos y dirigentes? ¿Para qué usar la tiara si ésta ya no significa nada excepto para los que queremos -aunque nos cueste y no siempre lo logramos- ser auténticamente católicos? ¿Qué diferencia hay entre un presidente con mocasines o un canciller con corbata colorada con otros que solemnemente asisten a las ceremonias pero, en la práctica, se oponen sistemáticamente a la doctrina cristiana? ¿Qué nos hace el que un 'charter' de más de cien funcionarios argentinos con buenos viáticos vayan a Roma -aunque solo haya habido cinco lugares designados para ellos en San Pedro- , si toda su intención es desterrar el influjo de la visión católica en la Argentina e, incluso, a la manera de antiguos déspotas orientales, se atribuyen el poder de deponer obispos? Intención que en el momento de partir para la ceremonia reiteró esta mañana nuestro desabrochado presidente, al bajar de su piso del lujoso hotel de Vía Veneto donde se alojó con sus allegados.
No: el Papa, como el mismo Cristo, Su Señor, no depende en su autoridad no solo de ninguna delegación popular, ni voto democrático, ni del apoyo de sus pares, ni del aplauso de los medios, ni del homenaje 'postmortem' de los poderosos, ni del reconocimiento formal de delegaciones o embajadas o nuncios, sino del santo poder pastoral que le viene de Cristo: "camino, verdad y vida" de los hombres. El único que puede conducir a individuos y pueblos a la auténtica salvación, a 'las habitaciones que ha ido a prepararnos'.
Ya notamos, después del triunfo que fue, para nuestros corazones cristianos, ver a tanta gente que con su presencia rindió homenaje a la figura venerable de Juan Pablo II , la instrumentación mediática que se hizo de su persona para mostrar cómo lo que había valido en su larguísima gestión pastoral era su 'apertura', sus concesiones al espíritu moderno, sus pedidos de perdón por glorias del pasado, su promoción involuntaria de la confusión religiosa. Y ya estamos viendo la reticencia con la cual se anuncia el advenimiento del nuevo Papa: las amenazas veladas de las izquierdas, de los poderes de este mundo, si el Papa decide insistir en posturas católicas. Los aplausos hipócritas a cualquier afirmación o palabra que pueda seguir el camino de lo que llaman 'aggiornamiento', la dichosa 'apertura'. Ya notamos el respiro que le dan mientras sigue todavía diciendo generalidades y adhiriéndose a los principios 'políticamente correctos', para, tan pronto haga algo que auténticamente signifique seguir a la Verdad , el Camino y la Vida , lanzarse sobre él con críticas y calumnias. Preferimos las sinceridades casi obscenas de Página Doce , a las sonrisas untuosas de los que solo han estado en las ceremonias mentadas -la de hoy con más de medio millón de participantes- para tratar de instrumentar su prestigio. Como tratarán de influirlo o desviarlo en su gobernar.
Nosotros, católicos, aunque no hayamos podido viajar a Roma, estamos junto a él, no como figura mediática y triunfalista, no como críticos esperando qué es lo que vaya a decir o hacer, no porque me guste que sea 'abierto' o 'cerrado' -aunque no se sepa muy bien que es lo que estas palabras en el fondo significan-, sino como auténticos católicos romanos , que sabremos disimular sus errores si los tiene, llorar sus extravíos que Dios quiera no los tenga y seguir su camino hacia la Vida , cuando, en nombre de Cristo, no vacile en proclamar, guste a quien guste, pese a quien pese, la Verdad , o mejor dicho, a Aquel que es la Verdad. Llevando siempre, aunque no la triple corona de la cual hemos sido despojados, el gorro frigio, la tiara, de la verdadera libertad.