Sermones de pascua

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

1971- Ciclo C

5º domingo de pascua

Lectura del santo Evangelio según san Juan 13, 31-33a. 34-35
Después que Judas salió, Jesús dijo: «Ahora el Hijo del hombre ha sido glorificado y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, también lo glorificará en sí mismo, y lo hará muy pronto. Hijos míos, ya no estaré mucho tiempo con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: amaos los unos a los otros. Así como yo os he amado, amaos también vosotros los unos a los otros. En esto todos reconocerán que sois mis discípulos: en el amor que os tengáis los unos a los otros»

SERMÓN

Uno de los tantos vicios de nuestro progresista y moderno mundo, es la tendencia a degradar el valor de las palabras. Ya decía San Agustín que las cosas se envilecen con el uso: " Consueta, vilescunt ", afirmaba en hermosa y condensada expresión latina, difícilmente traducible.

Entre quienes hayan peregrinado a Roma hace unos veinte años, muchos recordarán seguramente, la honda impresión que causaba en el pueblo la aparición del Papa. Por aquel entonces, en muy pocas ocasiones se mostraba en público. Desde hace un tiempo, en cambio, como todos saben, el Santo Padre multiplica sus encuentros con la gente. Pues bien, la última vez que asistí a una bendición papal, en la Plaza de San Pedro, la mitad de los presentes fumaba indiferente, las parejas se abrazaban, muchas señoras comentaban su última compra en Vía Véneto y, cuanto más, esbozaban rápidamente algo parecido a una persignación, en el momento en que se oía la bendición.

Otro tanto ha ocurrido con los viajes al espacio. Cuando se enviaron los primeros cohetes a la Luna, parecía no haber otro tema de conversación ni noticia más importante para la primera plana de todos los diarios. Hoy, nadie les presta atención y, como mucho, reciben un brevísimo honor en las terceras páginas.

Lo mismo, lamentablemente, nos ha ocurrido con la Santa Comunión. Cuando no se acostumbraba comulgar diariamente, cada comunión era un hecho extraordinario, para el que uno se preparaba largamente, previa confesión y ayuno. Hoy, para algunos ("mejorando lo presente"), se ha transformado en una suerte de "copetín al paso", habitual, que no requiere más esfuerzo personal que aquel de hacer la cola. La gente se acostumbra a todo, aun a las cosas más santas y sublimes.

De igual modo ocurre con las palabras. Pregunten, Uds., a cualquier perito en propaganda, cuánto sudor y lágrimas les cuesta hallar palabras "nuevas", que resulten impactantes y les sirvan para vender el producto que publicitan. Hasta no hace mucho, bastaba que una tienda colocara, en sus vidrieras, carteles anunciando "rebajas" o "liquidación", para que las señoras se precipitaran a comprar. Poco a poco, estas palabras se gastaron y fue preciso encontrar otras, o agregar epítetos o adjetivos superlativos: "¡quema!", "grandes rebajas", "increíbles super rebajas", "liquidación total", "nos fundimos"....

Cuando yo era chico, el pariente rico del Pato Donald se llamaba "Tío Patilludo" o, simplemente, "Tío Rico". La última vez que tomé un "Pato Donald", ya "rico" no era suficiente, y el tío se había transformado en el "super-extra-maxi-archimillonario".

Claro, esto no sería nada si las cosas quedasen allí. Lamentablemente, no quedan allí. Porque en este movimiento de desgaste y transformación también sucumben palabras sagradas y difícilmente reemplazables. Cuando, por ejemplo, para decir que un vestido es lindo, se afirma que es "divino" -lo cual si no fuera que es ya una expresión habitual y un poco ridícula deberíamos declarar que es blasfema- estamos vaciando de significado un término de por sí único y estupendo.

Otro tanto ocurre cuando se utilizan palabras tales como "trascendente" o "magnífico", para calificar un hecho más o menos importante o "libertad", para justificar cualquier arbitrio prepotente, inmoralidad o anarquía.

Pero, uno de los términos que hoy se encuentra quizá más deformados, gastados, pervertidos, deformados, en los labios de la gente, es la palabra 'amor'.

"Amor" se llama al enésimo rejuntarse de la actriz ' X' con el actor ' Y' . En el "amor" se escuda la madre sin carácter para acceder solícita a todos los caprichos de sus hijos. "Amor", es el de la historia insulsa del fotoromance y del teleteatro. Amor es el de la pareja furtiva que se oculta en las sórdidas piezas de los hoteles alojamiento. Amor es el de los adúlteros, el de los débiles, el de los semihombres. Como si se tratase de una etiqueta de nobleza, este amor justifica toda locura, toda estupidez, todo pecado.

Pero, señores, aunque el sonido de la palabra pueda confundirnos, no equivoquemos los significados. Nada de lo anterior es verdadero amor; al menos, no es eso lo que Cristo quiere significar cuando nos manda: "ámense unos a otros".

El amor cristiano no tiene nada que ver con aquel de la costurerita que dio aquel mal paso (1), ni con la pasión drogada de los hippies, ni con la tolerancia del cobarde y del débil, ni con la sensiblería barata. Amor no es un sentimiento obtuso del corazón.

Porque el amor cristiano es el que nace de la Cruz. Es el amor que se sacrifica y que se entrega, que cumple con su deber y con los mandamientos, que busca no su propio bien egoísta sino el del otro. Que sabe esperar en el noviazgo y comprometerse para siempre en el matrimonio. Que es capaz de poner la otra mejilla, pero, también, empuñar una espada y sacar a latigazos a los mercaderes de los templos. Capaz de perdonar, pero también de castigar con justicia.

Es el amor del monje y del soldado. El que dura, transformándose, desde la noche de bodas hasta la vejez. El que sostiene en el respeto mutuo los largos o cortos años del noviazgo. El que hace castos a los jóvenes y da hijos a las parejas. El que, en la vida religiosa, florece en la virginidad, en los claustros, en las escuelas, en los leprosarios. El que afronta sereno las dificultades y del dolor. El que lleva día a día la carga de la monotonía de una vida sencilla. El que sabe entregarse hasta la muerte por los que quiere.

Éste es el mandamiento nuevo que Jesús nos da. No toleremos en nuestras vidas sus burdas mistificaciones.

"Así como Yo los he amado -no de cualquier manera- ámense también Uds. unos a otros".

En esto reconocerá el mundo que somos sus discípulos.

1- Evaristo Carriego.

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