Sermones de pascua

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

1975 - Ciclo A

5º domingo de pascua
Inmaculada y San Benito

Lectura del santo Evangelio según san Juan 14, 1-12
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "No os inquietéis. Creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, os lo habría dicho. Yo voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevaros conmigo, a fin de que donde esté yo, estéis también vosotros. Ya conocéis el camino del lugar adonde voy". Tomás le dijo: "Señor, no sabemos a dónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?" Jesús le respondió: "Yo soy el camino, y la verdad y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí. Si vosotros me conocéis, conoceréis también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocéis y lo habéis visto". Felipe le dijo: "Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta". Jesús le respondió: "Felipe, hace tanto tiempo que estoy con vosotros, ¿y todavía no me conocéis? El que me ha visto ha visto al Padre. Cómo dices: "Muéstranos al Padre"? ¿No crees que estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Las palabras que digo no son mías: el Padre que habita en mí es el que hace las obras. Creedme: Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Creedlo, al menos, por las obras. Os aseguro que el que crea en mí hará también las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre".

SERMÓN

Yo creo en Dios, no en los curas” o “¡Si los curas son iguales que nosotros!
¡Cuántas veces habremos escuchado estas frases! ¡Cuántas veces, para justificar su alejamiento de la Iglesia, la gente señala la inconducta de tal o cual sacerdote, el torpe comportamiento de aquella o esotra monja! ¡Cuántas veces nosotros mismos hemos sido turbados en nuestra fe por el mal ejemplo de algún católico o por la defección o extravío de algún sacerdote o por defectos graves que hemos descubierto en personas consagradas!
Y, sin embargo, nadie medianamente instruido, debería extrañarse de que estas flaquezas humanas aparezcan en la Iglesia. Más aún: cualquiera conozca algo de historia, sabrá muy bien que, en su marcha a través del tiempo, la Iglesia, junto a eximios ejemplos de santidad y heroísmo, ha vivido constantemente el contraste de la miseria de la condición humana de sus miembros.
Claro, el buen o mal ejemplo de los integrantes de la Iglesia suele ser importante factor emocional en nuestro acercamiento o alejamiento de la fe. Un sacerdote digno, una religiosa santa, un laico abnegado, nos dan más bríos para ser buenos cristianos; así como uno poco virtuoso o una mediocre religiosa nos deprimen. Y, sin embargo, ni la santidad de sus ministros ni su corrupción afectan substancialmente la santidad fundamental y, digamos, ‘constitucional’ de la iglesia. ¡Guay de mi si yo creyera en la santidad de la iglesia por el ejemplo que me dan curas, religiosos y católicos!

Y, por eso, ante las pequeñeces de los hombres que formamos parte de la iglesia –ustedes, yo, obispos, papa‑ Cristo nos habla desde el evangelio que hemos leído y nos dice: “No se turbe vuestro corazón. No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mi.”
Y bien necesario les era a los discípulos oír estas palabras tranquilizadoras, porque, si Vds. miran el evangelio, verán que el trozo leído hoy forma parte de la despedida de Jesús en la Última Cena. Y recién les acaba de anunciar cuatro motivos de aflicción: la proximidad de su muerte en Cruz, su alejamiento, la traición de Judas, la negación de Pedro.

Cuatro calamidades que turban profundamente a sus discípulos. Cuatro calamidades que siguen perturbando hoy nuestro seguimiento del Señor.
Antes que nada la Cruz. Esa Cruz que siempre aparece en nuestras vidas y que todo nuestro ser rechaza y hasta nos hace dudar tantas veces de la misericordia y el amor de Dios. ¿Quién no ha sentido alguna vez esa profunda rebelión contra Dios que nos trae cualquier desgracia, cualquier fracaso?
Y ¿quién no ha sentido también la segunda cuita? La sensación del abandono de Dios; el parecer que Cristo nos ha dejado; la oración no respondida; la impresión de que Dios está lejísimos, que no nos escucha, a veces ¡que no existe!
¿Y quién no sabe también que Judas han existido, existen y existirán siempre entre nosotros? –tercer motivo de aflicción- Y que pastores timoratos, pedros negadores, también.
Y por eso también a nosotros hoy nos dice el Señor: “No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mi”. Y el resto de este precioso discurso.

Porque, sí, vendrá la Cruz, Cristo se irá, Judas y Pedro defeccionarán, pero todo eso será necesario para que el Señor plante su bandera de conquista en el pináculo de la eternidad y, de allí, nos llame, preparándonos nuestro lugar en la Casa de su Padre. Ya sabemos que el camino es fatigoso y, a veces, largo y pleno de asechanzas y de traiciones, pero justamente eso es Camino: paso transitorio, momento fugaz en el cual lo único que realmente importa es la meta perfecta a la cual Cristo nos llama.
¿Qué importa la Cruz, que importa la aparente ausencia de Dios y los malos compañeros de viaje si sabemos que El nos aguarda al final de la ruta para el encuentro definitivo?
Y más sabiendo que, a pesar de su ida misteriosa, a pesar de la ausencia de su figura terrena, El igual permanece entre nosotros, en medio de su iglesia.
Si: en medio de esta Iglesia constituida por hombres pecadores, mediocres, falibles, pequeños, permanece Jesús. Él está con nosotros en la presencia infalible de sus sacramentos y en la luz indefectible de su mensaje perenne custodiado por la iglesia.
Nadie nos dijo que teníamos que creer en la santidad o en la inteligencia de los curas o de las monjas “Creed en Dios, creed también en Mi”, “Yo” –no los curas‑ “soy el Camino, la Verdad y la Vida”.
Y entonces sí, creo que, a través de las palabras y de los gestos del más pequeño, infeliz y miserable de los sacerdotes, en los sacramentos, se nos ofrece la eficacia todopoderosa de Jesús. ¡Allá él, pobre hombre, si es infiel a su sublime vocación y dignidad! Pero sus miserias personales no habrán de ser nunca motivo de desconfianza en el poder de Jesús que, mediante ese pobre instrumento, actúa.
También sé que cuando expone sus ideas personales, sus opiniones, cuando se aparta de su misión específica, cuando incursiona por campos que no le competen no le tengo que prestar más crédito que a cualquier hijo de vecino. Pero creo firmemente que cuando predica ciñéndose a la palabra de Dios que no es suya sino de Cristo, que cuando enseña unido, en los asuntos de fe y moral, al supremo magisterio, no habla en nombre propio sino de Jesús. “El que a vosotros escucha a mi me escucha”.

Y así Jesús mismo se hace presente entre nosotros a través de hombres pecadores, ese Jesús que es Camino, Verdad y Vida, ese Jesús a quien mirando vemos al Padre, ese Jesús que, con los ojos de la fe, debemos seguir viendo presente en la iglesia, actuando en ella, llamándonos a la Casa de su Padre.

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