1982 - Ciclo B
5º domingo de pascua
Lectura del santo Evangelio según san Juan 15, 1-8
Jesús dijo a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. El corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié. Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde. Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán. La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos»
SERMÓN
La viña con su tronco retorcido, sus largos vástagos trepando por los emparrados, sus pámpanos abundantes y sus flores y frutos arracimados, madre del vino y del delirio de la embriaguez, ha sido utilizada desde la más remota antigüedad como símbolo religioso. Y, muy frecuentemente, como símbolo de la vida: Esa vida frondosa que se renueva todos los años en primavera sobre el tronco aparentemente seco de la vid del invierno, y que es capaz de convertirse en la sangre colorada de la copa.
Ya el ideograma sumerio de la vida, estilizado en cuneiforme, era originariamente una hoja de parra. En las recensiones más antiguas del poema acádico de Gilgamesh, este pide la vida inmortal a Siduri –‘la muchacha', quizá uno de los nombres de ‘Ishtar'- que lleva como calificativo el nombre de ‘ sabitu' , ‘la mujer del vino', parada junto a una cepa de vid.
Siduri, en Oriente, es la ninfa Calipso de los griegos, descripta en la Odisea rodeada de racimos de uva y que ofrece a Ulises el ‘néctar (1)' y la ‘ambrosía', capaz de conferirle la inmortalidad. Y Calipso no es más que una de las tantas representaciones o facetas de la antigua “Gran Diosa Madre” –‘ Gestin' , ‘ Madre cepa de vid ', la llamaban en Sumer- que vive en el centro del mundo junto con el árbol de la vida. Doble también de Hebe –luego reemplazada por Ganimedes- también copera del Olimpo, denominada Juventus por los romanos.
La vid, pues, era, para los antiguos, expresión vegetal de la inmortalidad. Así como el vino símbolo de la juventud y de la vida. En persa al vino se le dice ‘ maieishebab ', bebida de la juventud y, en sumerio, a la vid, ‘ geshtin' , ‘planta de la vida'. En fin, los ejemplos podrían multiplicarse.
Hasta qué punto esta simbología influye en la Escritura es difícil decirlo. Ciertamente influye en la literatura judía paralela a la Biblia. La Mishná , afirma, por ejemplo, que el árbol de la ciencia del bien y del mal era una viña. Lo mismo el libro de Enoch . Y otro apócrifo dice, refiriéndose a la palabra de Dios: “ ella es la ambrosía, el alimento que no perece y la bebida de la verdadera vid ”.
Qué significa primitivamente la vid que aparece en el escudo de los macabeos o la vid de oro que colgaba en el vestíbulo del Santo de los Santos, en el Templo de Jerusalén, tampoco es claro.
El tema, en cambio, de la viña –no de la vid- como una plantación de vides, es utilizado en el Antiguo Testamento por Oseas , Isaías , Jeremías y Ezequiel para simbolizar al pueblo de Israel que Dios planta en el mundo y cultiva y vigila pero que, en lugar de dar uvas, de agraces. Ese mismo tema lo recoge Jesús en su parábola de los viñadores homicidas.
En nuestro evangelio de hoy no se trata de viña, sino de vid. Porque precisamente lo que quiere simbolizar es la unidad vital que corre por todos los frutos y ramas y que depende de la adhesión de estos al tronco central: Jesús. Obviamente estamos más cercad del tema del ‘árbol de la vida' que del de la viña, aunque ambos significados se complementan. Y, en labios de Jesús, asocian también la resonancia del tema eucarístico, la bebida del ‘fruto de la vid'.
La comparación asimismo sirve en su costado negativo. La vida humana, independiente de Dios, es como el sarmiento cortado. Breve o larga termina; está destinada a la muerte; los años la secan; muere y, finalmente, se transforma en ceniza.
Es lo que, de otra manera, dice Jesús a Nicodemo: “ La carne –es decir, lo humano- no da la vida. Hay que nacer de nuevo, por el agua y el Espíritu ”. El agua purificadora. El Espíritu, la Vida de Dios que transforma al hombre.
Eso mismo afirma hoy Jesús en su alegoría de la vid. La muerte a lo humano está señalada en la purificación de ‘la poda' y Juan, a propósito, juega con la ambigüedad de la palabra griega ‘ airein ', que significa, a la vez, ‘purificar' y ‘podar'. “ Ustedes ya están limpios ”, puede traducirse también “ Ustedes ya están podados ”.
La misma ambigüedad o polisemia del agua del bautismo- A la vez limpia y mata. En el diluvio, el agua hace perecer a los malos, pero marca un nuevo inicio de vida para Noé y los suyos. El mismo mar que ahoga a los egipcios es la puerta hacia la fundación del pueblo liderado por Moisés.. “ Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte –dice Pablo a los romanos- para que así como Cristo resucitó por la gloria del Padre, también nosotros llevamos una vida nueva ”.
El mismo sentido ambivalente, pues, del verbo ‘ limpiar-podar '.
Debemos ser limpiados, podados, purificados de lo humano para, injertados en la vida que es Cristo, renacer en el vino de su sangre, que nos hace partícipes de la Vida divina.
Es que el juego ‘morir' a lo humano, para ‘renacer' a lo divino es la dinámica misma de la Cruz de Cristo y de la vida cristiana.
No son las iniciativas de la carne y de la sangre; no son nuestros esfuerzos humanos; ni las energías de la naturaleza; ni el progreso de la técnica; ni las obras de la inteligencia; ni el establecimiento de la justicia en el mundo, lo que lleva a la Vida. Todo eso, tarde o temprano, por mejor que vaya, ineluctablemente lleva a la muerte y con ella termina.
Lo que lleva a la Vida es la posibilidad de abrirse al regalo de Dios, a la Gracia, al don, y que recibimos a través de nuestra adhesión a Cristo y nuestra permanencia en Él por medio de los sacramentos y de la oración y del cumplimiento de su voluntad.
En el fondo, es un trueque no proporcionado: entregamos a Cristo nuestra vida humana –caduca, perecedera, cuando no obnubilada y pecadora- y Él nos regala Su Vida, Su savia, Su divinidad, Su ambrosía, Su vino- Nos deifica hacia la eternidad.
De allí lo de “ el que ama su vida la perderá, pero el que odia su vida en este mundo, la conservará para la vida eterna” . Y, para eso, la ‘poda-limpieza' de la Cruz.
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Y esto hace volver nuestra atención a los momentos dramáticos y grandiosos que, después de letargo de decenios, está viviendo nuestra Patria. Por fin la vida humana, la vida burguesa parece no constituirse en el fin supremo que parecía ser el norte ambicionado de los argentinos, educados en la ideología de los mercaderes liberales, de las oligarquías gobernantes. Decenios de enseñanza masónica trataron de imponer a la sangre argentina, bullente de ecos de cruzada, de conquista, de martirio y de cruz, la visión adocenada de sus bancas y supermercados y yates y Mau Maus (2).
No se trataba más, según ellos, a la española de ser viriles, libres, fuertes y dignos. Se trataba de ser ‘civilizados' a la Sarmiento y a la Alberdi. No se trataba de hacernos, en cualquier forma, dueños de nuestro destino, sino de seguir dócilmente las huellas protestantizadas de Norteamérica, Inglaterra y Francia. No de caballerosidad y señorío, sino de sumisión y torpeza. No de ser heroicos, sino de ser ricos. No de ser una gran nación, sino de ser una territorio próspero. No de crear una cultura propia, sino de copiar la ajena. No de ser cristianos, sino de ser ciudadanos del mundo, pluralistas, adocenados.
Hoy, ante nuestros ojos asombrados, despiertan los manes ancestrales, en un nuevo momento fundante de Patria. Miles de hombre y mujeres argentinos redimen nuestra historia y están dispuestos a demostrar con su sangre que hay valores más grandes que la vida humana.
La guerra ha aparecido en todo su horror tremendo- Y, con el quemar de las heridas y el dolor de las madres, todos debemos orar a Dios para que venga la cordura, la justicia y, con la victoria, la paz. Pero, mientras tanto, es la prueba magna del valor magnífico que se escondía en el alma argentina.
Triunfo o derrota –y ni Dios ni la Virgen la quieran para nosotros- la prueba ha sido superada. Existe una nación y una patria y, en ella y por ella, por fin vale la pena vivir y morir.
La presencia de la muerte, olvidada durante decenios en la asepsia de los sanatorios y los asilos geriátricos, devuelve hoy a todos los argentinos la seriedad frente a la vida, la gana de darle sentido trascendente, el deseo de transformarla en servicio y entrega. Y ha de ser, para los cristianos, incentivo de santidad y de martirio.
Ya no podremos volver a ser los de antes. No hemos, a pesar del dolor y el miedo, rechazado la muerte, porque queremos, por fin, auténtica vida-
El jinete apocalíptico de la guerra cabalga nuestros mares, nuestras islas y nuestras costas. En su puño, la espada que purifica y que poda.
1- El ‘néctar' era la bebida, el vino de los dioses. La ‘amabrosía' era lo que reemplazaba al alimento sólido.
2- Mau Mau fue una boîte de Buenos Aires, ubicada en la calle Arroyo, inaugurada en 1964, y subsistente asta 1992.