Sermones de pascua

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

1983- Ciclo C

5º domingo de pascua

Lectura del santo Evangelio según san Juan 13, 31-33a. 34-35
Después que Judas salió, Jesús dijo: «Ahora el Hijo del hombre ha sido glorificado y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, también lo glorificará en sí mismo, y lo hará muy pronto. Hijos míos, ya no estaré mucho tiempo con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: amaos los unos a los otros. Así como yo os he amado, amaos también vosotros los unos a los otros. En esto todos reconocerán que sois mis discípulos: en el amor que os tengáis los unos a los otros»

SERMÓN

Hace bien poco los obispos han vuelto a repetir –entre otras cosas- que la verdadera solución a todos los problemas es ‘el amor'. En esas encuestas televisivas en que se entrevista a toda clase de gente, es también frecuente que, sobre todo entre los jóvenes, se afirme que es necesario construir la sociedad sobre ‘el amor'. Probablemente, aunque no es seguro, los obispos hablen del ‘amor' en un sentido algo más elevado que el que de la palabra ‘amor' tienen los segundos, apuntando a un significado más allá del que habitualmente tiene en el contexto del cine o de la televisión o del tango o de Radiolandia 2000. Sin embargo, sería bueno preguntar a todos qué significa para ellos la palabra ‘amor'.

He hecho, alguna vez, hablando con uno u otra, la prueba y he constatado que ni en una sola ocasión –¡ni una!- ha faltado, a la definición o descripción que se me intentaba dar como respuesta a mi inquisición sobre el significado del ‘amor', la palabra ‘sentir' o ‘sentimiento'. Todas las definiciones deban vueltas alrededor de una frase parecida a: “ Amar es sentir afecto o cariño por alguien ”.

Claro, así, en principio, eso de que la solución a los problemas sociales sería el amor parecería viable. Es evidente que, con la gente a la cual tengo cariño, afecto, simpatía, las cosas tienden a andar bien, en paz. Sería magnífico si todo el mundo nos cayera simpático, si espontáneamente sintiéramos afecto por todos, ternura por el colectivero, el taxista, el policía, el ladrón, el locador, el inquilino, el comerciante, el obrero, el chiflado y el ruso y el inglés.

Pero, esto es pura fantasía. Antes que nada, porque este tipo de cariño, de afecto puramente sensible, no siempre es bueno. ¿Quién no sabe de esos cariños posesivos, celosos que anulan a los hijos, que ahogan al marido, que someten a la mujer? “Amores que matan.” Esos afectos ciegos que lleva a los padres a nunca tomar una medida con sus hijos; a las novias a concederse a sus novios; al que tiene cariño a cerrar los ojos criminalmente frente a los defectos y errores del objeto de ese pseudoamor.

No, si el cariño no es guiado por la inteligencia del bien, por si solo no basta para constituirse en auténtico amor.

Por otra parte, el cariño, el sentimiento es siempre endeble. Se funda en lo biológico, en ese mundo de instintos, impulsos y represiones que, fruto de nuestra herencia animal, están inscriptos en nuestro ADN como una biogramática del actuar espontáneo.

Allí el único instinto o sentimiento verdaderamente ‘estable' -porque arraigado en la larga serie de evolución animal como necesario para la subsistencia de la especie- es el sentimiento de cariño de la madre por sus hijos -algo menos el del padre, que tiene menos antecedentes animales-.

Fuera de este instinto materno, todos los demás instintos afectivos son más o menos fluctuantes y tendientes no tanto a la protección de la especie sino a la del individuo. ¿Quién no ha experimentado, a este nivel, tantas veces en su vida, el que aquel que me resultaba simpático en cualquier momento –sobre todo si lesiona de alguna manera alguna parte de mi yo- puede volvérseme antipático? ¿Quién no ha tenido tantas veces fáciles entusiasmos por alguna persona, o algún deporte, o algún hobbie, o alguna música, o alguna profesión o trabajo y, al tiempo, se ha hastiado de ellos?

Sobre esa sola base del ‘sentir' ciertamente tampoco puede construirse la convivencia entre un hombre y una mujer. La trampa instintiva que lleva al varón a apasionarse por una mujer y viceversa, tiene, en nuestra programación hereditaria, el estricto papel de garantizar la propagación de la especie y la protección de cachorro durante sus primerísimos años –y eso cuando se respeta a la naturaleza-. Todo lo que va más allá ya no depende del puro instinto, de lo espontáneo, del sentimiento. Debe ascender al ámbito de lo ‘humano', de lo ‘personal', de lo que se ha decidido y luego cultivado a nivel del neocortex. A una cierta profundidad y altura la convivencia marital de varón y mujer no pueden depender solo del instinto, del sentir, sino de la libertad, del señorío, del compromiso personal.

¿Cómo sorprenderse de que cada vez los matrimonios duren menos, cuando cada vez menos la gente sabe lo que es verdaderamente amar y se mueve al nivel -sin contar los que lo hacen en el de la pura atracción física- al nivel de lo espontáneo y sentimental? No. El sentimiento, salvo en lo materno –y allí, aún, debe ser corregido- es algo sumamente fluctuante, frágil, si no lo ordena, lo cuida y lo protege la prudencia, virtud que en el orden del actuar proviene de la inteligencia, de la razón.

Lo sentimental no solo es fácilmente mudable, fatigable, respecto de los individuos humanos y las metas temporales sino respecto a Dios. Si amar fuera sentir cariño o ternura por Él ¿cuántos Le amaríamos?

Y, finalmente, cualquiera que se conozca lo más mínimo, sabe que, si la solución es que todos nos amemos y el amor pasa por el sentimiento, ese es un objetivo imposible. Porque ¿cómo voy a sentir lo mismo por mi hermano, por mi hijo, por mi novia, que por el diariero de la esquina o por un señor cualquiera que camina por la calle Florida? ¿Cómo voy a sentir la misma simpatía, atracción, por el bueno que por el malo, por el alegre que por el plomazo, por la linda que por la fea; por el respetuoso que por el mal educado; por el correntino y por el gurka; por el amigo que por el enemigo? No, a ese nivel se me estaría pidiendo algo impracticable. El evangelio sería una disparatada utopía.

No basta decir que la solución de todos los problemas es el amor. Hoy, al menos, no se puede empezar por allí, porque, antes, es absolutamente necesario hacer saber a la gente en qué consiste el verdadero amor y en enseñar a amar . Ya lo decía Fromm : “¡Pensar que el amor es el núcleo más profundo de la vida humana y dónde se juega la felicidad o no de los hombres, y en las escuelas se enseña de todo –matemáticas, geografía, historia- lo único que no se enseña es a amar, como si todos supiéramos de nacimiento amar!” “No”, dice, “a amar hay que aprender, como se aprende a hablar, a caminar, a leer y a escribir”.

Claro, Fromm -él mismo judío marxista y freudiano- no se da cuenta de que eso sucede ahora porque se han desterrado de la sociedad las buenas costumbres y las buenas leyes y, sobre todo, porque se ha desterrado a Cristo.

Porque son, justamente, las costumbres y las leyes, asimiladas en la familia, en la sociedad, en la educación, las que van enmarcando los instintos, llevándolos de la espontaneidad de lo biológico a la actuación de lo humano.

En nombre de una falsa libertad se han liquidado todas las sanas tradiciones, todas las censuras. Las leyes se multiplican, sí, pero en el plano no de lo ético sino de lo económico o lo administrativo. Se puede mentir impunemente, calumniar, deshonrar al padre y a la madre, a la autoridad y a la patria, desear la mujer del prójimo, adulterar, faltar el respeto, abortar, corromper, todo, cada vez más impunemente, sin condigno castigo, y hasta con aplauso social.

Y Cristo, arrinconado o deformado, presentado o como mero justiciero social -y hasta promotor de la democracia- o como un dulce predicador inofensivo y desvirilizado de amores bobalicones y sentimentales.

Nadie habla de que el amor no pertenece al plano del sentimiento –aunque pueda y deba usarlo- si no al plano de la inteligencia que busca el verdadero bien del amado, en el compromiso, en la justicia , en la fuerza, en la templanza, en la palabra empeñada, en la palabra veraz, en el cumplimiento de los compromisos, en la actitud noble, en la adhesión a los principios y, finalmente, si es necesario -porque amar es afirmar al otro, no al propio yo- en el sacrificio de sí mismo.

Por eso Cristo ubica su precepto del amor –que, por otra parte, no suplanta sino que asume toda la ley y todos los profetas y todas sus enseñanzas y todos sus ejemplos- lo ubica, digo, en ese misterioso contexto que oímos de su glorificación, que no es otra cosa sino la entrega de sí mismo a Dios y a nosotros en la Cruz.

En Cristo, por Cristo, desde Cristo y con la ayuda de Su gracia, así sí, la solución a los problemas debería pasar por el amor.

Amaos los unos a los otros, no de cualquier manera, sino ‘como yo' os he amado.”

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