Sermones de pascua

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

1988 - Ciclo B

5º domingo de pascua

Lectura del santo Evangelio según san Juan     15, 1-8
Jesús dijo a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. El corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié. Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde. Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán. La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos»

SERMÓN

Hoy quizá nos sorprenda, pero una de las principales acusaciones que hicieron los romanos al cristianismo en los tres primeros siglos y que justificaron su persecución y muerte, era la de ‘ateos'. Misma acusación que justificó, por otra parte, siglos antes, en Atenas, la muerte de Sócrates.

Pero, en el caso del cristianismo, la acusación era fundadísima, porque, por primera vez se hacía pública y se difundía por el mundo esa constatación que habían afirmado los judíos en el primer capítulo de Génesis hacia el siglo VI AC y que sostenía que nada de lo visible por el hombre, ni de lo invisible detrás de lo visible –ni sol, ni estrellas, ni fuerzas naturales, ni fuerzas totémicas animales, ni psíquicas, ni humanas, ni sociales-, nada de eso era divino. Todo era natural, creatura, mundano, profano, persona o cosa. Todo físico o químico o biológico o psicológico o político.

Pero, justamente, a todas esas realidades era lo que alegre y unánimemente el paganismo oriental u occidental, egipcio o mesopotámico, griego o romano, hindú o amerindio, se había dedicado a adorar como divino. Como si el universo y sus diversos fenómenos naturales o humanos fueran dioses, seres animados.

También la razón o el emperador o correspondientes autoridades, en la antigüedad, eran divinos, como el Estado –la' dea Roma', la diosa Atenea- o el dios Sol o la diosa Luna, o la diosa Tierra.

Afirmar pues que Dios no era nada de eso, sino que estaba mucho más allá y mucho más acá de todas las cosas, era desmitificar las supersticiones que ataban al pueblo a la magia, a los sacerdotes, a los astros, a los demonios y, sobre todo, a la prepotencia de la autoridad humana divinizada. Cuando el cristianismo recoge, definitivamente aclarada en Cristo, esta verdad que los judíos habían terminado de perder en sus especulaciones talmúdicas (i), y comienza a pregonarla a todo el mundo, se hace, pues, reo de un ateísmo subversivo e inadmisible. Y es por ‘ateos' como son ajusticiados nuestros primeros mártires.

Pero, ya en el siglo II, surgen vigorosos escritores cristianos que tratan de polemizar con los paganos y defenderse, escribiendo largos descargos o apologías dirigidos a las autoridades romanas.

Conservamos muchos de estos escritos que forman parte de la más antigua literatura cristiana que poseemos: Arístides, San Justino, Taciano, Atenágoras, Teófilo de Antioquía, Hermias, todos filósofos o abogados convertidos que utilizan su capacidad dialéctica para defender la doctrina de Cristo (ii).

Niegan ser ateos, porque –afirman- adoran al único verdadero Dios. Lo que los paganos adoran son puros ídolos, fuerzas naturales. Ellos, pues, son los ateos.

Vale la pena leerlos. Arístides o Justino , por ejemplo, se dedican a demoler la divinidad de cada uno de ellos. Establecen en sus obras un largo elenco de divinidades paganas, mostrando cómo, ya sea el cielo o el sol o la luna o el fuego o el aire o la tierra, todos seres mutables corruptibles, son cosas, de ninguna manera reúnen las características que debería tener el verdadero Dios, inmutable, infinito, absoluto.

Y se detienen en señalar los rasgos, incompatibles con la auténtica concepción de la deidad, que la mitología griega y romana atribuyen a sus dioses, empezando por el padre de todos ellos: Zeus o Júpiter, asesino de su padre Cronos, adúltero, injusto, iracundo, amante del muchachito Ganimedes, etc. Etc. Y siguiendo por Hefesto, Asclepios, Ares, Dionisio, Heracles, Apolo, Afrodita, Adonis, mamarrachos de dioses, a cual peor, cada uno mostrando paradigmáticamente algún rasgo perverso del ser humano. Leer a estos primitivos teólogos ha sido una buena fuente para conocer las antiguas supersticiones.

No es casual que la psicología profunda, empezando por Freud , haya recurrido abundantemente a la mitología para caracterizar tantos complejos morbosos de la psique humana.

El viejo Adán está abundantemente reflejado en esa constelación de vicios humanos que era el Olimpo griego o el Panteón romano: dioses de la sexualidad, de la riqueza, de la guerra, de la locura, del comercio. De cada uno de estos dioses podemos sacar un prototipo de hombre enfermo o inmoral y son casi un catálogo de vicios utilizable hoy por el moralista cristiano. Algo de eso haremos este domingo con Hermes o Mercurio.

En este sentido, pues, el cristiano de hoy también debe ser ‘ateo' y negarse a adorar los falsos ídolos y dioses de este mundo: la democracia, el sexo, los derechos humanos, el dinero, etc.

Y quizá sea interesante, esta tarde, dirigir nuestra atención a Mercurio entre los romanos, o Hermes en su traducción griega, ya que, curiosamente, comparte con el evangelio de hoy, la imagen del pastor.

Su mitografía no tiene una historia lineal y sus principales anécdotas se desarrollan cuando, hijo de Zeus, casi recién nacido, precozmente, se libra de sus pañales y corre a Tesalia, donde su hermano Apolo –los dos son hijos de Zeus- guarda como pastor los rebaños de Admeto. Le roba la mitad, se dedica él mismo a ser pastor, inventa la lira, símbolo de las diversiones y, cuando Apolo le persigue y encuentra, queda tan encantado con ese instrumento que se lo cambia por el caduceo o cayado que éste usaba, haciéndose definitivamente dueño del rebaño.

Zeus, satisfecho por la inteligencia y precocidad de su retoño, lo nombra, desde entonces, su mensajero o heraldo, y lo pone a su servicio personal y el de sus dobles negativos, las divinidades infernales Hades y Perséfone . Sucesivas leyendas lo muestran especialmente astuto y locuaz, capaz de convencer de cualquier disparate a las mismas piedras. Salva dos veces a Ulises, le da a Heracles la espada con la cual realizará varias hazañas, a Perseo el casco y los talares que lo transportaban por los aires, a Anfión la lira. Inventa la droga en los dominios de Circe y es uno de los dioses que provoca la guerra de Troya.

Los griegos lo consideraban el dios del comercio, del robo y de la mentira. Lo invocaban antes de sus guerras, de sus rapiñas, de sus diversiones, de sus juegos.

Se lo representaba calzado con sandalias aladas, cubriéndose la cabeza con un sombrero de anchas alas –el ‘pétaso'- y empuñando el caduceo o cayado.

O, si no, en su primitiva función de pastor. Una imagen muy común de Hermes es la de un joven llevando un cordero sobre sus hombros. Es el tipo conocido como “Hermes crióforo ” –de ‘ crio´, carnero y ‘ foro' portador- (iii)

Como dios de la elocuencia se le llama “Hermes logios” . O, entre los competidores de las arenas olímpicas y semejantes -especialmente boxeadores y aurigas de carreras-, el dios ‘ enagonio '. Los políticos le rendían culto con el apodo de Hermes ‘ dolios' , el ‘confabulador'.


Hermes crioforo

Pero el subconsciente del hombre no se equivoca en todo, porque, en el mito, finalmente, la función de Hermes, al término de la vida humana, consistía en, como pastor, como servidor en última instancia de los dioses infernales, llevar las almas de los muertos, portándolas sobre sus hombros, al Hades , al mismísimo infierno. Esa era su función final, recibiendo allí el título de ‘ Psicopompo' (iv). Allí terminaban todas sus elocuencias, sus músicas, sus astucias y su comercio.


Hermes

No es extraño pues que -en polémica anti pagana y utilizando la imagen de pastor que nos pinta el antiguo testamento y que hoy Cristo nos presenta en nuestro evangelio- que los primeros cristianos hayan aprovechado esta iconografía de Hermes –un pastor llevando una oveja sobre sus hombros- para representar a Cristo.

Son famosos, ya cristianos, el buen pastor de El-Mina, una estatua de 60 cms hallada en Palestina, del siglo segundo. O el del cubículo ‘della Velata', en las catacumbas de Priscilla, del siglo III. O el buen pastor del museo lateranense. Solo la época y el contexto arqueológico nos hacen saber que se trata de Cristo y no de Hermes.


Capella della Velata

Pero la semejanza ha sido querida a propósito para mostrar que el verdadero ‘psicopompo', conductor de almas, que lleva a la Vida, no al Hades, al Infierno, no es la mentira, el comercio, el robo, la charlatanería de los políticos, la diversión, el poder del dinero, ni la droga, sino Cristo Nuestro Señor.

Entrando en el mausoleo de Galla Placidia (siglo V) -del cual hablamos el domingo pasado-, en Ravena, nimbado por el azul funéreo e imponente de sus mosaicos, si -después de la impresión profunda recibida por la penumbra cerúlea- nos damos vuelta otra vez hacia la entrada, a la luz de la mañana que penetra por un ventanal del fondo, nos encandila con su colorido, en la luneta sobre la puerta, el famoso mosaico del Buen Pastor.

Esto, después del lóbrego azulado del interior, es un llamado a la esperanza. Recuérdese que estamos en un mausoleo, en una tumba. Se trata de un paisaje de plantas, de pastores y de agua. Las ovejas mirando todas a Cristo, la fuente de la verdadera vida.

Pero, para un cristiano del siglo V, todavía habituado a los símbolos del paganismo, la cosa es más elocuente. La primera impresión le recuerda inmediatamente a Hermes. Hay una figura de pastor, con un caduceo en la mano, calzado con sandalias y con un sombrero de ancha ala –que parece el pétaso- sobre su cabeza. Parece el Hermes ‘psicopompo' que conduce a sus ovejas al infierno. Solo acostumbrándose a la luz y mirando con más atención se descubre que las sandalias no tienen las falsas alas de la palabra mentirosa y del dinero sin patria y sin frontera; que el pétaso no es un sombrero que oculta de la luz del sol y disfraza el rostro con hipocresía sino la aureola que representa el contacto con lo verdadero, sagrado, santo y luminoso trascendente a este mundo; y que el caduceo no es el báculo de poder comprado en oro y ejercido en la demagogia de la lira y del circo, sino la cruz del verdadero Pastor. No el que quita la vida de las ovejas o las transforma en ‘pecunia', en votos, en masa explotable y esquilable; sino la de Aquel que les da la vida, ‘psicopompo' de cielo, Jesús nuestro Señor.

i Y perderán más aún en sus elucubraciones cabalísticas.

ii Se los llama, en la historia de la Iglesia, “los Padres Apologistas”.

iii No hay que olvidar que esto tiene relación con el dinero. Para hablar de él se utiliza en roma el término ‘pecunia' (de allí, pecuniario) que venía de ‘pecus', oveja, que era una común medida de intercambio.

iv Psychopompós , que se compone de ‘psyche', "alma", y ‘pompós', "el que guía o conduce".

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