Sermones de pascua

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

1989- Ciclo C

5º domingo de pascua

Lectura del santo Evangelio según san Juan 13, 31-33a. 34-35
Después que Judas salió, Jesús dijo: «Ahora el Hijo del hombre ha sido glorificado y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, también lo glorificará en sí mismo, y lo hará muy pronto. Hijos míos, ya no estaré mucho tiempo con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: amaos los unos a los otros. Así como yo os he amado, amaos también vosotros los unos a los otros. En esto todos reconocerán que sois mis discípulos: en el amor que os tengáis los unos a los otros»

SERMÓN

Vaya a saber por qué nuestro idioma castellano, tan rico en vocablos en otros aspectos del ser y de la vida, para expresar esa múltiple variedad de actitudes y afectos que en otros idiomas se nombra con palabras distintas, dispone de un solo término: “amor”. Nos vemos obligados a usar esta misma palabra tanto para denominar el sublime impulso del místico hacia Dios, como el querer del padre al hijo, o del amigo al amigo, o del marido a la esposa, hasta cualquier lasciva atracción hétero o aún homosexual.

El idioma griego, que es el que utiliza el nuevo testamento, disponía de un vocabulario más preciso y diversificado. No confundiría jamás el ‘ eros ' con la ‘ filía ' o con la ‘ storgué' y, mucho menos, con la ‘ epithimía ' o con otras atracciones sensibles más animalescas.

Pero es saludable que aún el psicoanalistas de cierta fama, sin saber nada de griego, ni de filosofía escolástica, ni de doctrina católica, como Erich Fromm , en su ya tradicional obra El arte de amar , o Scott Peck , más reciente, en La nueva psicología del amor (1), denuncien la confusión mental con la cual, por esta pobreza del lenguaje, se lanza a los chicos y chicas de hoy a tratar de encontrar éxito en aquello que constituye el meollo psicológico del realizarse del hombre; y que es el realizarse en el amor.


Erich Fromm (1900 – 1980)

Y ambos psicólogos están de acuerdo en que el no saber en qué consiste el verdadero amor es una de las fuentes de las más grandes frustraciones del hombre contemporáneo.

No hablemos de Fromm, harto conocido. Hagamos alguna breve referencia a algunas afirmaciones de Scott Peck quien, aclaro, así como Fromm es judío, marxista y freudiano, él es ciertamente ajeno a la tradición clásica y católica. De un cierto amoralismo panteísta con inclinaciones orientales; lo cual hace más valiosas sus afirmaciones, pues las saca de la observación experimental y clínica y no, como podría aducirse, de ningún ‘a priori' religioso o ideológico.


Morgan Scott Peck

Pues bien, una de las distinciones fundamentales de Scott Peck -para no entrar en todos los matices de su obra y quedándonos solo en el campo de lo normal y de lo lícito- es la que establece entre el ‘enamorarse' y el ‘amar'.

Dice: de todas las falsas concepciones del amor, la más vigorosa y difundida es la creencia de que “enamorarse” es amar. Concepción falsa de grandes consecuencias en la vida real ya que enamorarse se experimenta subjetivamente de modo muy vigoroso. Es lo que supuestamente vehiculiza la apasionada e infinitamente repetidas veces repetida susurrante afirmación “te amo”, “lo amo”, “la amo”.

Pero –dice Scott- aquí aparecen inmediatamente dos problemas: el primero es el de que la experiencia de enamorarse tiene relación específica con una experiencia erótica vinculada con el sexo. No nos enamoramos de nuestros hijos, ni de nuestros amigos del mismo sexo ¡Dios nos libre! Y el segundo problema es –continúa- que la experiencia del enamoramiento es invariablemente ‘transitoria'. Cualquiera sea la persona de la que nos enamoremos, tarde o temprano dejaremos de estar enamorados si la relación continúa el tiempo suficiente. Lo cual no quiere decir que invariablemente dejemos de ‘amar' a la persona de la que nos hemos ‘enamorado'. Porque el ‘enamoramiento' no depende de uno –es impulso instintivo-; pero el ‘amor' sí, porque es fruto de nuestra consciente decisión.

Scott asimila el acto de enamorarse –en algunos aspectos- a un acto de regresión. Porque, según él, enamorarse es la reedición nostálgica de la antigua unidad del hijo con la madre durante los meses de gestación y nueve meses posteriores al nacimiento. De acuerdo al psicoanálisis el niño tarda todo ese tiempo, en darse cuenta de que es distinto de la madre y del mundo que lo rodea. Antes, cuando mueve sus brazos y piernas, es el mundo el que se está moviendo. Cuando tiene hambre, el mundo tiene hambre. Cuando ve que su madre respira, es como si él mismo estuviera respirando. Cuando su madre canta, el bebe no sabe si él mismo no está emitiendo esos sonidos. No hay distinción entre ‘yo' y ‘tu', entre ‘bebe' y ‘mundo'. No hay fronteras, no hay separación. Esa unidad se vive de alguna manera como lo que los psicoanalistas llaman sentido de omnipotencia.

Pero, con el tiempo, el niño comienza a experimentarse a si mismo, separado del mundo, separado de la madre. Sus deseos comienzan a no ser los deseos de la madre; sus quereres no son los del mundo. Empieza a tener conciencia de su yo, de sus límites, de sus fronteras, de su ‘separatividad', de su soledad, de su estar inerme frente al mundo.

Período de maduración necesario, pero doloroso que, en la adolescencia, puede vivirse traumáticamente. Ese mundo, esas personas que ‘no son yo', en la personalidad esquizoide, se transforman en peligrosos, hostiles, confusos. Sienten, entonces, que sus propias fronteras lo protegen, y encuentran cierta sensación de seguridad en la soledad.

Pero, en última instancia y finalmente, esta soledad, estas fronteras del yo son percibidas como algo penoso y quisiera escapar de ellas.

Justamente, la experiencia de enamorarse permite esa evasión. Es un repentino desmoronamiento de una parte de las fronteras del yo, lo cual permite que uno funda su identidad con la de otra persona. Nosotros y la persona amada somos uno. Ya no existe la soledad. Se vuelve incluso a la sensación de omnipotencia, de la unidad con el mundo y con la madre. Ahora, enamorados, todo parece posible, cualquier empresa realizable, cualquier obstáculo salvable.

Pero así como la realidad irrumpe en las fantasías de omnipotencia del niño, lo hace también en la fantasía de unidad de la pareja enamorada. Tarde o temprano, roto el colapso transitorio de las fronteras del yo, del enamorarse, -que es una respuesta estereotipada del hombre, programada genéticamente a pulsiones internas y estímulos externos encaminados a la concepción, a la supervivencia de la especie-, tarde o temprano, dice Scott, el individuo vuelve a afirmarse a sí mismo en la exclusividad de su ego. El desea ir al cine, ella no. El quiere comprar dólares, ella el lavarropas. Ella desea hablar de los chicos o de su trabajo, él desea hablar del suyo. A ella no le gustan los amigos que él tiene, a él no le gustan los de ella. Y, poco a poco, se empiezan a dar cuenta penosamente, desilusionadamente, que no son ‘uno' con la persona amada, que ésta tiene y continuará teniendo sus propios deseos, su propia personalidad. Una a una, poco a poco, las fronteras del yo vuelven a crecer en su lugar, dejan de estar enamorados, de nuevo son dos individuos separados, dos soledades. Y allí entonces –dice Scott- es cuando comienzan a disolverse los lazos de la relación o, bien por el contrario, se inicia la obra del verdadero amor.

En su distinción del enamoramiento y el amor, Scott destaca diversas formalidades. Entre otras la que se refiere a la calidad racional del amor. Éste, afirma, de por sí, no tiene sus raíces en ningún sentimiento de amor. Por el contrario, el verdadero amor a menudo se da en un contexto en el que el sentimiento de amor falta. Por ejemplo, cuando ‘obramos' con amor, a pesar de que no ‘sentimos' amor.

Pero, en fin, abreviando, y ya que también Scott dedica un capítulo a mostrar la inconsistencia del amor romántico, ¿qué es, para él, el verdadero amor? Es la voluntad –sostiene- la decisión consciente, de abrir y extender el ‘sí mismo' de uno con el fin de promover el crecimiento espiritual de otro o de otra o de otros. Es un dar, un construir, un afirmar al otro y, con una característica, que es un construir atinado, juicioso, no impulsivo, no caótico, no permisivo.

Pero, “dígame, padre, todo eso que dice Scott, ¿no es lo que decía Aristóteles: ‘buscar inteligentemente el bien de la persona amada'? ¿no es lo que enseña la Iglesia?” Claro; pero la gente es tan zonza que si lo dice un psicólogo o Mirtha Legrand los convence más que si lo dice un cura en la predicación.

El asunto es que, aún en la época en que se escribieron los evangelios y, a pesar de la cantidad de términos comunes que existían en el idioma griego para designar las diversas acepciones del amor –como les dije ‘ filía' , ‘ eros' , ‘ storgué' , ...- como tampoco en esa época se leía a Aristóteles demasiado, y las palabras eran tan abusadas como lo son hoy en día, cuando los evangelistas traducen al griego el término arameo que Jesús utilizó para referirse al verdadero amor, no usan ninguna de esas palabras usuales, sencillamente inventan una nueva, a partir de una raíz poco usada: ‘ agape ', ágape en castellano -traducida, luego, al latín no por ‘amor' sino por ‘caridad'-, sin casi precedentes en la literatura o en el uso profano. “ Agápense los unos a los otros ”, así de raro les sonaba la frase de Jesús –aún en griego- a los que la escuchaban.

Inmediatamente, así, se daban cuenta de que no se trataba de un amor cualquiera y menos aún del que por instinto empuja a la naturaleza, sin necesidad de ninguna orden externa.

Y, para evitar el término equívoco, reafirma Cristo: “ agápense los unos a los otros ‘como yo' los he agapado”.

En un ‘como yo' que no es solamente ‘a semejanza' del amor que Jesús nos tiene, sino con el mismo amor que El nos tiene. Amor, ‘agape' creador, abnegado, transformante, dadivoso, entregado. Ya que Jesús es también Dios y nos ama con amor que es más que humano, sobrenatural, espíritu santo encendido en el mismísimo amar divino. De allí que nuestro amor de hijos de Dios, de hermanos de Jesucristo, ha de ser mucho más que un mero amor de hombre, por más recto, despojado e inteligente que sea. Habrá de manifestar y hacerse instrumento ‘del mismo amor con el cual Dos mismo ama a sus criaturas'.

El auténtico cristiano, el santo, se hace transparencia perfecta, canal, del amor que Dios nos tiene. Quiere con el querer con el cual Jesús ama.

Para lo cual, por supuesto hay que tener en la cabeza, a través del estudio, pero sobre todo de la oración y la meditación, el modo, las ideas, los objetivos y propósitos con los cuales Jesús creadoramente ama. Y, mediante los sacramentos y la práctica de la vida cristiana, adquirir y hacer crecer la caridad que potenciará la frágil manera del amar humano.

Y, por eso, si como decía Scott no hay verdadero amor humano, si no es atinado, juicioso, inteligente, de acuerdo a la norma y a la verdad; es decir, no hay amor sin inteligencia, tampoco hay ‘agape', caridad, fuera de la fe, fuera de la verdad de Cristo, en el error, en la herejía, en la heterodoxia. El amor cristiano es luminoso, inteligente, normado en justicia y en verdad, en licitud y nobleza, en evangelio y mandamiento, o deja de ser amor, deja de ser ‘agape', caridad.

Y, para terminar, “ amaos los unos a los otros ”. Es curioso como Juan , el último de los evangelistas, insiste no tanto en el amor ‘universal', a ‘todos los hombres', sino en el amor entre nosotros ‘los cristianos': “ amad a los hermanos ”, dice en su epístola, es decir a los que tienen la misma fe en Cristo.

En estas épocas ecuménicas y de los derechos humanos y del mundo sin fronteras y del pluralismo, en que se ha insistido, algo unilateralmente, en el amor a ‘todos los hombres' y, al final, tontamente, nos estamos dejando tragar por otros grupos y otras razas que se cierran y se apoyan entre sí, los cristianos debemos leer más atentamente a Juan. Sin olvidar la abertura universal del amor cristiano, será bueno insistir que, aún como signo de ese amor que quisiéramos extender a todos, debemos, antes que a nadie, los cristianos, amarnos y apoyarnos los unos a los otros. Conservar nuestra individualidad, nuestras costumbres, nuestras familias. No dejarnos absorber por ningún pluralismo absurdo; ni traer a nuestras casa y a nuestra amistad a cualquiera.

Si alguna vez hemos de intentar reconquistar la patria y el mundo, antes debemos hacernos fuertes entre nosotros, en el cristiano amor. Para que, otra vez, como en los primeros tiempos, al ver a nuestras familias edificadas en el ‘agape' de Cristo, desde la opacidad y nostalgia de lo bueno y bello de los paganos, ellos puedan decir ‘ mirad como se aman ' y, en eso, reconozcan que somos discípulos de Jesús.

1- The Road Less Traveled: A New Psychology of Love, Traditional Values and Spiritual Growth (Simon & Schuster, 1978). Morgan Scott Peck (22 May 1936 – 25 September 2005) psiquiatra y neurólogo americano.

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