1996 - Ciclo A
5º domingo de pascua
Lectura del santo Evangelio según san Juan 14, 1-12
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "No os inquietéis. Creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, os lo habría dicho. Yo voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevaros conmigo, a fin de que donde esté yo, estéis también vosotros. Ya conocéis el camino del lugar adonde voy". Tomás le dijo: "Señor, no sabemos a dónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?" Jesús le respondió: "Yo soy el camino, y la verdad y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí. Si vosotros me conocéis, conoceréis también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocéis y lo habéis visto". Felipe le dijo: "Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta". Jesús le respondió: "Felipe, hace tanto tiempo que estoy con vosotros, ¿y todavía no me conocéis? El que me ha visto ha visto al Padre. Cómo dices: "Muéstranos al Padre"? ¿No crees que estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Las palabras que digo no son mías: el Padre que habita en mí es el que hace las obras. Creedme: Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Creedlo, al menos, por las obras. Os aseguro que el que crea en mí hará también las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre".
SERMÓN
¿Quién no sabe que uno de los aspectos más 'stresantes' de la vida contemporánea es la inseguridad? Se acabó el viejo Estado protector, con sus enormes presupuestos y sus leyes de estabilidad del trabajo, sus indemnizaciones astronómicas y servicios sociales pagos, que garantizaban que cualquiera que consiguiera un puestito -lo cual era relativamente sencillo con alguna recomendación o influencia- tanto en ese mismo Estado como en las empresas privadas, supercontroladas por éste y los sindicatos, pudiera vivir tranquilo por el resto de sus días. Que esa estructura socialista o semisocialista fundió a los países que la sufrieron tanto económica como moralmente, que -en nuestro País- el descalabro actual de las jubilaciones sea consecuencia de aquel falso proteccionismo estatal, que eso haya dejado tantos vicios en nuestra gente, no quita que, mientras duró, garantizó la tranquilidad mental de mucha gente.
Actualmente los vientos de la economía mundial soplan hacia otro lado. Se impone por la fuerza de las circunstancias la libertad económica, la desregulación de las actividades, las privatizaciones, la flexibilización de las leyes laborales, la reducción de los costos y por lo tanto también del personal, cunde el desempleo, fruto ojalá transitorio del cambio de sistema... Esperemos que todo vaya mejorando; ciertamente lo anterior no servía. Pero, mientras tanto, no solo ¡cuánta zozobra en los que quedan en la calle y sus familias, sino en los muchachos que han de buscar trabajo y, antes, elegir su vocación, su carrera! ¡cuánta presión a que se encuentran sometidos ejecutivos y empleados por igual: de ser eficientes, de no caer en la volteada por ineficacia, por desactualización, porque aparece uno mejor, porque se vuelven viejos, porque no tienen la simpatía del de arriba...!
Lo menos que se puede decir es que -productivo, promisorio, único camino posible de la economía- el sistema económico liberal que se está imponiendo mundialmente no contribuye precisamente a la calma, al buen funcionamiento de nuestras coronarias, al sueño sin Lexotanil, a la serenidad familiar...
Y, justamente, es a discípulos angustiados a quiénes se dirige hoy el Señor. " No os inquietéis ". En realidad literalmente la frase es mucho más fuerte: "No se angustie, no tema vuestro corazón".
El pedazo escuchado pertenece precisamente a las últimas palabras de Jesús a los suyos en el transcurso de la última cena estando ya a punto de ser aprisionado y sus discípulos dándose cuenta, decepcionados y al borde del terror, que la empresa en la cual los ha metido el Señor y cuyo éxito habían esperado está por fracasar, quebrar, estrepitosamente.
Y Jesús los exhorta a la fe, a la confianza: no a la vana ilusión de que a último momento Dios hará un milagro que lo sacará del apuro o, como le contestará luego a Pilato, de que los suyos combatiendo no permitirán su entrega, sino la confianza de que, más allá de lo puramente humano, Dios llevará a buen fin el camino de los discípulos, por el mismo sendero en que el mismo Jesús entrará en su gloria, en su morada.
"Creo en Dios", decimos, y algunos entienden la frase como queriendo decir: creo que Dios existe . Lo cual es un disparate, al menos en el Credo. Porque la Iglesia sostiene que la existencia de Dios no es una verdad de fe, sino estrictamente racional, probada por la razón, constatada necesariamente por cualquier inteligencia sana. Yo no 'creo', yo 'sé' que Dios existe, y cuando digo Creo en Dios, Padre Todopoderoso, lo que creo es aquello que Dios me dice y lo que promete hacer por mi. Es una cuestión de confianza en El, no de opinión sobre su existencia. Es algo que surge de una fe vivida, de una confianza bebida en amistad y oración, no de una afirmación intelectual.
Es verdad que -en el pasaje escuchado- estrictamente Jesús no está consolando a sus discípulos de puras dificultades económicas ni está tratando de suplantar al Trapax o al Tranquinal. Jesús está hablando a hombres que no solo están enfrentando problemas materiales, sino que corren riesgo de vida precisamente porque, mal que bien, se han jugado por él.
Yo no puedo ir a una persona enferma o con problemas de depresión o que enfrenta desastres pecuniarios o falta de trabajo y decirle 'récele a San Cayetano', o 'confíe en Jesús y todo se le va a solucionar'. Sería estafarlo con una esperanza vana, con una ilusión casi supersticiosa a la cual casi lo obligo a aferrarse, como el que, agotados todos los médicos, recurre incluso a la curandera o al sanador que le recomienda la vecina. Sería una deshonestidad...
Es distinto enfrentar los problemas que me causa el ser fiel a Jesús; es diferente el que en fe total se entrega al camino de Cristo y, desde allí, enfrenta la cruz, que quien, en momento de desesperación, recurre a Él a ver si lo que no pudo hacer con los recursos de su fortuna o su mutual o su currículum o sus recomendaciones o sus talentos, Jesús se lo puede arreglar con un milagro...
No te digo que si rezás vas a conseguir trabajo o te vas a curar o se te va arreglar tu situación familiar -aunque por cierto que si quiere, bien puede Dios hacer milagros-; lo que ciertamente te prometo es que, si te das a Jesús y creés en él, nada de lo que te suceda te apartará del camino de la victoria, del camino de la santificación.
El cristiano no es aquel que porque cree todo le sale de perillas; sino el que cree y tiene confianza en Jesús a pesar de que todo a lo mejor le sale mal.
Pero es que el éxito que nuestro instinto biológico busca en esta vida no es en definitiva el éxito que al hombre propone Dios.
No hay verdad ni auténtica vida en el camino que el mundo sugiere al hombre, de aumento de producción, de diversión y esparcimiento, de ocio estéril, consumo enloquecido, placer a toda costa, de éxitos y de 'status' que necesariamente suponen posición inferior de los demás... Y aunque en algún futuro los cerebros electrónicos y la máquina suplantaran totalmente la actividad humana y repartido eso justamente todos pudieran vivir en la abundancia, sin trabajar, esa no sería la verdad sobre las posibilidades del hombre y mucho menos su máxima posibilidad. Dios quiere darnos harto más que la riqueza que sea capaz de producir el ser humano por si mismo. Y ya sabemos que aún en el orden de lo humano más vale un momento de amor y comunión entre nosotros que todo éxito material; más duele una herida de familia que un desmedro en nuestra cuenta; más regocija la felicidad reflejada en el rostro de un hijo que un aumento de sueldo...
Conocemos también lo de que 'el dinero no hace a la felicidad pero contribuye a mantenerla', pero, también sabemos que, tarde o temprano, seremos despojados de absolutamente todo y lo único que finalmente permanece es aquella morada que Cristo nos ha ido a preparar y que nosotros habremos ganado en nuestro seguirlo a él.
Seguirlo en su camino, en su verdad y en su vida, reflejo de la vida del Padre, revelación de la intimidad de Dios, del Padre que engendra al Hijo y se regala a Él y en Él a nosotros por el amor que nos tiene. Y por eso mismo motivo de suprema confianza en El.
Lo dirá San Pablo: El que no se reservó a su propio Hijo sino que lo entregó por todos nosotros ¿no nos concederá con él toda clase de favores?
De allí esa pujanza alegre que sale del verdadero cristiano entregado a Dios, en seguridad serena, en plenitud de fe, y quien -porque sabe que todo, aún los desaguisados de los ministros de economía, lo maneja Dios para su bien- no se arredra frente a las dificultades de este mundo.
De allí esa vitalidad de los santos, en frescura y luz, que no alcanzan ni los Rockefeller ni los Rotschild ni los Onassis de la tierra, y que es perenne manifestación de la verdad de Jesús: "el que crea en mi hará también las obras que yo hago y aún mayores".
Dios no nos salvará, quizá, de nuestras angustias, inseguridades, sudores de sangre y tribulaciones propias de la vida del hombre en esta tierra, ni tampoco de la necesidad de médicos y sedantes, ni de las leyes implacables de la economía, ni de los errores o deshonestidades de los gobernantes, ni de repasar atribulados los clasificados de los diarios, ni de ajustar nuestros presupuestos, pero, desde la fe, nos ayudará a hacerlo en señorío de espíritu, en confianza al Padre, en bríos de combate, en deseos de santidad.