Sermones de pascua

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

1999 - Ciclo A

5º domingo de pascua
(GEP, 02-05-99)

Lectura del santo Evangelio según san Juan 14, 1-12
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "No os inquietéis. Creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, os lo habría dicho. Yo voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevaros conmigo, a fin de que donde esté yo, estéis también vosotros. Ya conocéis el camino del lugar adonde voy". Tomás le dijo: "Señor, no sabemos a dónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?" Jesús le respondió: "Yo soy el camino, y la verdad y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí. Si vosotros me conocéis, conoceréis también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocéis y lo habéis visto". Felipe le dijo: "Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta". Jesús le respondió: "Felipe, hace tanto tiempo que estoy con vosotros, ¿y todavía no me conocéis? El que me ha visto ha visto al Padre. Cómo dices: "Muéstranos al Padre"? ¿No crees que estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Las palabras que digo no son mías: el Padre que habita en mí es el que hace las obras. Creedme: Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Creedlo, al menos, por las obras. Os aseguro que el que crea en mí hará también las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre".

SERMÓN

Carl Sagan -o Carl Sagán como se pronuncia por estas latitudes- el famoso autor de la serie científica televisiva Cosmos y varias publicaciones posteriores, poco antes de morir en 1996, sacó a luz su última obra -"El mundo y sus demonios ", subtitulado "La ciencia como una luz en la oscuridad"- en la cual hace una encendida defensa del método científico y, a la vez, una conmovedora confesión de su escepticismo respecto de las religiones en particular y de las ideologías en general. Que a pesar de ese escepticismo no era un hombre cerrado a lo extraordinario lo demuestra el hecho de sus cuidadosas investigaciones respecto a los ovnis y extraterrestres que estudió, no solo en las declaraciones y supuestas pruebas de los que afirmaban haberlos vistos o haber tenido tratos con ellos, sino en su colaboración con el proyecto Viking de búsqueda de vida en Marte y en observaciones prolijamente programadas para captar mensajes inteligentes desde los más lejanos espacios estelares. Sus conclusiones en todo esto fueron terminantes: todos los OVNIS o extraterrestres denunciados o eran fruto del fraude, o de la imaginación, o de fenómenos terrenos fácilmente comprobables. Los OVNIS o extraterrestres -según Sagan- no han dado por ahora la menor señal de presencia en el universo y, menos, en nuestro planeta. Ni de la vida hay el menor indicio -por ahora, por supuesto- en ningún lugar explorado de nuestro sistema. Dichas afirmaciones son tanto más honestas por cuanto Sagan estaba convencido de que la tierra no podía ser el único lugar del universo donde hubiera surgido la vida y que, ciertamente, tarde o temprano, nos pondríamos en comunicación con otros seres. El tema de los OVNIS este domingo no nos interesa, pero sí la decencia de Sagan y al mismo tiempo su disponibilidad para abrirse a cualquier realidad.

Ante la apertura de Sagan y sabiendo de su conocido escepticismo religioso una nube de gurúes, pastores, profetas de la New Age, fundamentalistas americanos, bautistas, imanes y otras sectas pseudoreligiosas lo rodearon como moscas -sobre todo en los últimos años- tratando de convencerlo de sus creencias. En esa nube informe de disparates que se venden como religiosidad gracias al libertinaje liberal que campea por todo occidente -y especialmente en nuestra querida gran Nación del norte- y que permite que cualquier sandez puede presentarse como religión, Sagan nunca pudo encontrarse con Cristo. Aún si hubiera conversado con muchos obispos y curas católicos, dado el desconcierto y deformación de la doctrina cristiana que impera entre nosotros, difícilmente hubiera descubierto la auténtica doctrina de Jesús. Hay tantas maneras infantiles de exponer la doctrina católica, que ninguna persona con dos adarmes de intelecto podría aceptarla. ¡Tantas apelaciones al sentimiento, tanto apoyo en lo falsamente religioso en forma de búsqueda de lo anormal y milagrero, tanto escrito y literatura cristianas monjiles francamente bobos, tantas formas de liturgia espectáculo sin trascendencia y sin ni siquiera buen gusto, tanta introducción en la Misa de músicas y letras banales y desacralizadas cuando no francamente mundanas, tantas incursiones de la jerarquía en problemas políticos y económicos sin el menor fundamento académico, tantas sanaciones y promesas de curaciones que no curan a nadie ni que pueden presentar la más mínima prueba de que lo hagan, tantos -por fin- escándalos en la vida de católicos y clero...! De tal modo que ninguna persona sensata que no sea ya católica o este convencida de entrada o, por casualidad y gracia de Dios, se encuentre con una presentación cabal de la doctrina de Cristo, sería capaz de admitir con seriedad que el catolicismo es el lugar donde Dios ha decido dirigirse a la humanidad. Dios perdonará a Sagan el que no se haya encontrado con la verdad habiéndola buscado y condenará a la vergüenza a los que no han sabido transmitir la palabra de Dios como debían -con la voz o con su vida-. Y también pedirá cuentas a los que, en ecumenismo suicida, han equiparado y mezclado confusamente a la Iglesia de Cristo con cualquier torpe o absurda creencia que se haya mostrado en forma de religión y por el solo hecho de autollamarse religión, obligando a la pobre gente a mirarlas a todas y elegir entre ellas en confuso montón y, a los capaces, a despreciar a una Iglesia que soporta semejante compañía, en vez de ponerse del lado de la ciencia, del arte, de la inteligencia, de lo literato, de lo serio, de lo sensato, como lo hizo en la mayor parte de su historia.

Curiosamente Sagan el único lugar en donde muestra auténtico respeto por el catolicismo es cuando habla de ese gran pensador católico que fue Tomás de Aquino a quien atribuye el haber en su época -estamos hablando del siglo XIII- puesto al día el lenguaje cristiano con las adquisiciones de la última ciencia de su tiempo, representada por el redescubrimiento de las obras científicas de Aristóteles.

Pero, en fin, ¿qué es lo que no encontraba Sagan en cualquier pensamiento que no fuera de orden científico, único pensamiento que él respetaba? La criba, la piedra de toque de experiencias y experimentaciones objetivas, constatables. Eso es lo que caracteriza a la ciencia. Así, las teorías cuántica o de la relatividad se prueban no solo por su coherencia matemática en el pizarrón del científico o en la computadora, sino por su capacidad de explicar fenómenos objetivamente observables. Y la seriedad de la ciencia se muestra por la actitud humilde del científico que considera cualquier teoría, mientras no esté demostrada, como mera hipótesis y está dispuesto a cambiarla si no logra demostrarse adecuada para explicar la experiencia, la realidad. De hecho esa es la vieja definición de verdad que usó siempre occidente y el catolicismo: la verdad es la adecuación o correspondencia de lo que pensamos de algo con lo que ese algo realmente es . La armonía de la teoría, de la idea, con la realidad. Si lo que yo pienso de la cosa coincide con lo que la cosa es en la realidad objetiva, frente a mi, ese mi pensamiento es verdadero. Si lo que yo pienso no coincide con la realidad, mi idea, mi pensamiento, es sencillamente falso. Si yo digo Jesucristo es Dios y en la realidad, verdaderamente, Jesucristo no es Dios, por más creyente que sea, por más subjetivamente convencido esté de ello, lo que estoy pensando es un disparate. Por supuesto que si Jesucristo es Dios y yo no lo reconozco como tal, o pienso que no es Dios o nada se de Él, eso me sumerge en la más trágica de las ignorancias. Pero la Iglesia no me pide simplemente que yo crea que Jesucristo es Dios por un acto absurdo de mi voluntad, sino que yo encuentre en la realidad, en los documentos de la historia, en la experiencia objetiva de la Iglesia, las razones que convenzan a mi inteligencia -no a mi sentimiento- que realmente Jesucristo es Dios.

Pero eso es lo que desde el vamos ha intentado la iglesia católica al apelar, en su predicación tradicional, no a cualquier fideísmo ni actitud meramente subjetiva, sino a demostrar la incidencia en la realidad de la veracidad de sus enseñanzas.

Cierto que el mismo Sagan encerraba excesivamente sus criterios en el campo de lo meramente observable y buscaba la legitimación del saber solo en la experiencia, y en la eficacia de sus aplicaciones tecnológicas. La verdad capaz de ser explorada por la ciencia quedaba para él constreñida al campo de lo constatable aquí y ahora. Pero así, 'a priori', cualquiera que estudie la realidad se priva de poder entenderla plenamente. No quizá en su estructura matemática, física o química, que, por más compleja que sea -aún en sus manifestaciones vitales y psíquicas- podrá a la larga ser explorada y medida por instrumentos de laboratorio y por la razón humana, pero si en su sentido, en su significado, a saber en su realización plena, que está más allá de toda posible observación humana, precisamente porque pertenece al futuro de por si inobservable . Hasta que la sinfonía no esté terminada, hasta que el cuadro no se pinte del todo, hasta que la construcción no finalice, es imposible saber lo que es la intención del autor, a menos que éste nos diga lo que pretende hacer.

Ese es el problema del cosmos, del universo, de la vida humana: que no están acabados, que son algo que está en evolución, en construcción, en camino, en 'fíeri', en gestación, sin terminar. Nadie podría conocer, por más científicamente que lo estudiara, qué es un ser humano si lo único que tuviera para estudiar de él fuera un embrión, un feto. Tal como estamos, una investigación prolija del universo y del hombre solo nos podrían llevar a la constatación de que éste está profundamente desarreglado, mocho, inacabado, que hay demasiadas cosas que no funcionan, no hablemos en el orden terriblemente cruel y competitivo de la vida, de la zoología, donde individuos devoran a individuos, y especies suprimen a especies y rige la terrible ley de la supervivencia de los más aptos, sino en el orden más cercano de la vida humana, llena de iniquidades, dolores, injusticias, maldades, tropelías, enfermedades, guerras... Es verdad que la gran esperanza de Sagan estaba depositada en que la ciencia podría, en el futuro, paliar muchas de esas carencias, sin embargo también él llegó a constatar que la ciencia podía multiplicar el efecto de las perversidades de los hombres y que resultaba utópico, al fin, confiar totalmente en ella, amén de que, como astrofísico que era, sabía perfectamente de la caducidad de la materia y de su inevitable destino de extinción y de muerte térmica. Sabía muy bien del absurdo de este universo que desde hace 20000 millones de años viene avanzando hacia la vida, pero que inexorablemente terminará globalmente en la muerte.

Así es: el universo capaz de ser investigado por la ciencia se revela como una incógnita, en el fondo como un desatino, y frente a él un verdadero científico tiene, por exigencias de su ciencia y de su calidad de ser humano que ha de indagar por la verdad, preguntar: ¿porqué existe? ¿para que sirve? ¿hacia donde se encamina? ¿será verdad que todo, incluso la vida humana, en medio de este desbarajuste y complicación del existir, haya de terminar en la nada? ¿será posible que todo sea descabellado?

Pero ¿quién podría responder a esa pregunta sin saber cual es el proyecto del Universo? ¿Y de quién es el proyecto sino del Creador? ¿y quién sabrá de ese proyecto sino aquel a quien el Creador se lo quiera revelar?

De allí que el verdadero científico, con los métodos propios de la ciencia, si no quiere renunciar a saber, haya de investigar dónde Dios, el único que conoce el proyecto que da razón al mundo y a nuestras propias vidas, nos lo ha comunicado. Eso lo llevará, si no se extravía en el camino, si es honesto consigo mismo, si se encuentra con la doctrina auténtica y no con deformaciones y ñoñeces, sin ninguna vacilación ni duda, directa, científicamente, a la única Iglesia de Cristo.

No temas a la verdad, no temas a la ciencia, no temas a Dios: todo lo que es verdadero, en cualquier campo del saber humano, siempre finalmente termina por conducir a Jesús.

 

De la falta de explicación del mundo y su incompleción siempre fueron conscientes hebreos y cristianos. De allí que la verdad para ellos no era algo que pudiera descubrirse solamente mirando al mundo o al hombre, una teoría que pudiera explicarse en un pizarrón, una interpretación de las cosas tal cual son -sencillamente porque, tal cual son, las cosas no tienen explicación-. La explicación de las cosas y del hombre no está en lo que las cosas son sino en lo que serán .

Por ello, para la sagrada escritura, la verdad es algo dinámico que apunta al futuro: más que una teoría de la realidad, un plan para realizarla, un camino, una sabiduría. Ya en el antiguo testamento la sabiduría no se confunde con la pura ciencia, que solo alcanza a mostrarnos como funcionan las cosas, sino que es un saber que lleva al crecimiento, a 'saber proceder' de tal manera que el ser humano y las cosas que los rodean alcancen su fin. La imagen de la tierra prometida atrae a Israel como un espejismo que nunca podrá alcanzar en este mundo y que se tiende hacia adelante como un deseo, una pregunta, un angustioso pedir a Dios.

Estas imágenes son las que configuran la revelación final del proyecto de Dios en su Hijo Jesucristo. Jesucristo resucitado, en la inauguración de los últimos tiempos y en la terminación de los cielos nuevos y tierra nueva que se cumple en su sagrada humanidad, se revela como el objetivo último de la creación. Es su acabado último fin, el que le da su coherencia última, su auténtica explicación, su verdad.

A ese hombre que, si piensa científicamente ha de preguntarse como Tomás "¿a donde vamos?", "¿cuál es el camino?", Jesús hoy les contesta con sus memorables palabras, quizá las más famosas del evangelio: "Yo soy el camino, la verdad y la vida". Esa sabiduría que buscaban los antiguos, ese saber que explique el universo que inquiere la ciencia, esa técnica capaz de ayudar al hombre a realizarse en plenitud, esa respuesta que nunca encontró Sagan -y Dios perdone a los que se la ocultaron o deformaron- no está contenida en abstrusos libros de filosofía, ni bibliotecas de símbolos matemáticos, ni eruditas conferencias de geopolíticos o premios nobeles de la física o la química o la medicina... está encarnada en un hombre como nosotros que, en su mismo existir terreno se mostró como la maqueta y el método del verdadero crecer e ir haciéndonos hombres, que dejó en los santos, en la iglesia -en su saber, en su civilización y en su arte- las pruebas de su existir, que sigue hablando por medio de ella, y que, en sus poderosos sacramentos, nos pone en contacto con su dominio transformante y definitivamente creador: se trata de Jesucristo, el Resucitado, Nuestro Señor, que es Dios, y vive y reina por los siglos de los siglos.

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