Sermones de pascua

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

2000- Ciclo B

6º domingo de pascua
(GEP; 28-05-00)

Lectura del santo Evangelio según san Juan 15,9-17
Jesús dijo a sus discípulos: «Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto. Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre. No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo concederá. Lo que yo les mando es que se amen los unos a los otros»

SERMÓN

En muchos católicos hay como una especie de sospecha a las tareas u obligaciones que se hacen con gusto, con alegría, como si ellas no tuvieran gran mérito cristiano, y que solo lo hecho con esfuerzo, con dolor, sin ganas, a pura fuerza de voluntad, tuviera réditos sobrenaturales. Esto unido a una unilateral asociación de lo religioso a los aspectos dolorosos y sufrientes de la cruz, mirada solo como un suplicio asumido por Jesús en compensación por nuestros pecados y no como un abandono de amor y donación de si mismo hecho libremente por Cristo a nosotros y al Padre.

Es probable que ello tenga que ver con antiguas doctrinas estoicas y dualistas que veían en toda pasión -entre las cuales contaban el placer y el gozo- algo que se oponía al señorío de la razón sobre los instintos. Para los estoicos todas las emociones eran defecciones del logos , de la razón. Aún l a alegría . La cual, en cambio, para Platón y Aristóteles era una pasión buena, una eu-patía . Más aún: para ellos la alegría era uno de los grandes bienes del hombre, compañera de cualquier verdadera plenitud. El gozo surge espontáneamente del encuentro del querer con lo querido, del amor con lo amado. Hay que pensar que tanto para el Estagirita como para Platón -al menos en su aspecto de pobreza, de penía- el amor es una especie de carencia. Carencia que apetece colmarse con aquello de lo cual carece; de tal manera que el amor colmado, la superación de la carencia, se transforma automáticamente en alegría. Al amor, pues, no solo pertenece desear o querer, tender al bien ausente, sino también descansar y disfrutar el bien adquirido. Eso es la alegría. De tal manera que la alegría y el amor son dos aspectos de la misma realidad o, mejor dicho, la alegría es la plenitud del amor.

Eso tampoco lo entendió ese otro gran dualista que fue, en el mundo moderno, Kant, para quien, como para los estoicos, todo aquello que no tuviera que ver con la razón era sospechoso. Peor: afirmaba que solo eran buenas y morales las acciones del hombre impulsadas por el deber, por el altruismo, y que toda otra motivación -búsqueda de alegría o de placer- convertía al hombre en mercenario y por lo tanto en inmoral. En el mundo moderno y liberal y aún postmoderno el influjo kantiano ha sido tan dominante que la ética, la moral, para la mayoría de la gente, significa ahogo del placer y aún de la dicha, represión, orden marcial, cara seria, índice en alto. Cuando por ecumenismo o diálogo los funcionarios eclesiásticos en lugar de hablar de Cristo y del cristianismo se pone a pontificar de moral -y eso hoy en el mejor de los casos, cuando no tratan cuestiones politiqueras y económicas fuera de su competencia- cuando, digo, en vez de hablar de Cristo se ponen a hablar de moral, de ética, despiertan en la gente todos estos malos recuerdos represivos estoicos y kantianos, y flaco favor le hacen a la sociedad y nulo a la gente y, menos, a su eterna salvación.

Ya Max Scheler , el siglo pasado, hablaba, en una época en que se confesaba católico, de la "traición a la alegría" hecha por Kant y sus sucesores moralistas, entregados -decía- a un "falso heroísmo", a una "inhumana idea del deber ". Scheler le reconocía a Kant que la alegría no debía ser un fin en si mismo, pero sostenía que en el acto bueno venía de suyo, estaba indisolublemente unida y era concomitante a su movimiento. "La alegría aunque no sea buscada en si misma -afirmaba Scheler- acompaña necesariamente la acción moral". Otro gran pensador francés, Bergson, cuyo pensamiento casi cristiano fue un gran canto a la vida, y por lo tanto a la alegría, escribía: "La alegría anuncia siempre que la vida ha logrado su propósito, ha ganado terreno, ha alcanzado una victoria: toda alegría tiene acento triunfal". Ya Baruch Espinosa había definido la alegría como "la pasión mediante la cual ascendemos a una perfección mayor". La etimología indoeuropea del término 'alegre', tiene que ver con 'crecer', 'expandir'.

Es verdad que la alegría es mucho más que el puro contento o placer, puesto que hay placeres que finalmente terminan por causar tristeza -los tristes placeres de los porteños-; así como alegrías capaces de vivirse en el dolor...

Porque la alegría verdadera se anida no en los cambiantes mecanismos de los sentidos abiertos a placeres limitados -con clímax más allá de los cuales es imposible extraer más placer-, sino en los hondones de nuestra personalidad, allí en donde nos abrimos indefinidamente a los verdaderos bienes, valores y belleza.

Precisamente esa abertura innata de nuestro ser personal es el amor; ese apetito de plenitud sin límites, más allá de los sentidos, que nos diferencia de lo animal y nos hace humanos. Ese hambre de bien, que es, a la vez, hambre de alegría, aunque, en ocasiones, para alcanzarla, debamos enfrentar el displacer.

Pero ¿de dónde y para qué es ese amor que aqueja el corazón humano? ¿de dónde proviene? ¿hacia donde se dirige finalmente? ¿qué es lo que hace que, a la manera de una inmensa flecha que apuntara hacia lo alto, -una extraña fuerza de gravedad que diera impulso a la realidad-, la historia toda del universo, desde el aparecer de la energía y las partículas elementales en el lejano inicio del cosmos, haya ido organizándose, paulatina e inexorablemente, como dirigida y poseída por un inconsciente pero poderoso apetito, hasta transformarse en la ilimitada capacidad de deseo que es el hombre: la materia pujando hacia la vida, en danza de estrellas y planetas agitando átomos y moléculas, la vida hacia el ser humano, en la prolífica línea de la evolución? ¡Todos los deseos y apetencias de la materia y de lo vegetal y de lo animal sublimados, briosos e irrefrenables, en el corazón ávido de bienes del ser humano!

Se trata de una historia de amor que nace en el seno de la belleza y alegría infinita de aquel que es la plenitud del ser y del compartir, el Uno y el Trino, el Dios definido por San Juan como "el que es amor". Pero ahora amor sin carencias, amor que no necesita nada, plenitud infinita de existir y poseer juntos en el abrazo de los Tres, amor que nada puede adquirir porque todo tiene y goza.

Pero ya decía Platón que al amor no era solo pobreza, penía , sino también riqueza, poros. No está solamente el amor que es indigencia y tiende a adquirir lo que desea y ama; sino también el amor que se basta y se desborda y, de lo suyo, quiere dar al ser amado. El ser para vos, 'ti voglio bene', 'ti voglio il bene', quiero que seas, quiero que tengas de lo mío, quiero que crezcas, quiero que seas feliz, quiero tu bien, quiero tu alegría... Así Dios se despliega en la creación, sacando de las alforjas llenas de tesoros de su ser reflejos de su existencia y de su belleza, y, en la línea cálida del tiempo, de la historia, va creando el universo del hombre y finalmente al mismo hombre: el hombre persona, el hombre capacidad de conocimiento y amor, preparado para recibir en su corazón el don del amor mismo de Dios.

Y en el alborozado 'sí' de la Virgen crea la más pura imagen de su ser, reflejo perfecto de su amor, amado del Padre, su Hijo Jesús. En Jesús el amor riqueza, el amor don, el amor plenitud de Dios, se ofrece -desnudo en los brazos abiertos de la cruz- al amor mendigo, al amor indigencia, al amor pobreza y deseo del hombre. Y allí se produce el gozoso encuentro de la innata nostalgia y conscientes carencias del ser humano, con el único objeto capaz de colmarlo: el Dios amor hecho hombre en el seno de María, Cristo el Señor.

El amor, pues, no es un añadido que viene a traer el evangelio, la predicación de un maestro iluminado, la recomendación del consejero sentimental, la fórmula romántica de la convivencia entre los hombres, la solución utópica de los conflictos sociales... Es el existir mismo de Dios, es el hilo metafísico que une al más lejano de los 'quasars' con la rotación de la tierra, al más humilde de los protones, con el primitivo vivir del protozoario y el complejo pensar y apasionarse del cerebro humano... Es el centro de la predicación del evangelio, porque, al mismo tiempo, el eje mismo del existir del cosmos y del vivir del hombre, la energía interna de la materia, de la vida, de toda la creación...

Pero el amor de Dios no es informe y apasionado impulso carente de inteligencia y de razón. Ya sabemos que, en Dios, su amor y su alegría se identifican con su ciencia, con su saber... El amor de Dios se ha desplegado, al crear, en sapiencia de fórmulas matemáticas, de leyes físicas, químicas, biológicas, que han guiado sabiamente el acontecer de su historia... Tampoco habrá de ser amorfo y ciego el crecer del hombre en el amor. Se trasuntará también en leyes: leyes de su mente, leyes de su hacer, leyes de su ciudad, leyes de su amar: "Si cumplís mis mandamientos permaneceréis en mi amor..."

A través de esas formas concretas del amor que son las sabias normas de Dios que regulan nuestro actuar es como cada uno de nosotros va aprendiendo a amar y a encauzar la fuerza primigenia de su amor extrayendo de ella su gemela alegría, su concomitante gozo. "Os he dicho estas cosas para que mi gozo sea el vuestro, y esa gozo sea perfecto".

El término griego que usa el evangelista para designar ese gozo, esa alegría, es jará , la misma raíz etimológica que sirve para sustentar a la palabra 'gracia', járis . La gracia que nos transforma en amigos de Jesús no es otra cosa que la alegría que nos embebe de su amor. Alegría tanto más perfecta cuanto mayor es el amor que recibimos... ¡y damos...!

Porque no hay otra manera de percibir si realmente nuestro decir que amamos a Dios es real amor y, por lo tanto, encuentro de la pobreza de nuestros deseos con la riqueza de su divino querer que nos recrea y transforma, que experimentando al mismo tiempo que ese amor de Dios se traduce en nosotros en divino amor a los demás. " Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os mando ... y ... lo que os mando es que os améis los unos a los otros"

El cristianismo es la posibilidad que se ha dado al pobre ser humano, mediante Cristo, de, por gracia, ser semejantes a Dios. Pero Dios es amor. Y amor hecho hombre en Jesucristo. De allí que ser semejantes a Dios no es otra cosa que amar con el amor con que Dios ama; amar como Jesús.

¿No amás así? ¿no amás como Dios ama, a todos los que Dios ama y por eso los crea y recrea y espera y quiere perdonar y envía a Jesucristo a morir de amor por ellos...? ¿excluís a uno solo de tu amor... con tu indiferencia, con tu condena, con tu palabra? No sos cristiano. Pero " ¡Voy a Misa! ¡me sé de memoria el catecismo! ¡doy limosna! ¡hago penitencia todos los viernes! ¡adoro al Papa! ¡me voy caminando a Luján! tengo callos en las rodillas de rezar!" ... ¿no querés a los que quiere tu amigo Jesús? No sos su amigo, no sos cristiano, ni siquiera podés llamarte su servidor.

" Como el Padre me amó yo os amo; como yo os amo amaos los unos a los otros... " Cascada de amor que, gestada en la Trinidad Santísima, germinó en fuegos de estrellas y en colores de montañas y de mares, bajó al vientre de María y se hizo inmenso viento de amor en el último crucificado suspiro de Jesús. Ese suspirar de amor es el que te levantó con su ímpetu en el bautismo. Hazlo florecer, hacelo dar fruto, en amor y en alegría... Vos, amigo de Jesús, amigo de sus amigos, ¡da frutos!, ¡da frutos duraderos! Reflejá el amor y la alegría de Dios, en tu vivir cristiano, en tu optimismo alegre a pesar de las tristezas de esta vida, en tus legítimos placeres elevados a verdadera alegría, en tu simpatía y no cortantes desprecios, en tu paz y no adusta mirada, en tu buen humor y no tu frialdad estoica, en tu consejo y corrección fraterna y no tu cortante condena, en tu jovialidad mariana y no tu fruncimiento kantiano... Liberá tu corazón para el amor gozoso, para la amistad con Cristo, para la benevolencia a tus hermanos, para la verdadera y sempiterna alegría.

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