1975- Ciclo A
6º domingo de pascua
4-V-75
Inmaculada, San Benito
Lectura del santo Evangelio según san Juan 14, 15-21
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Si me amáis, cumpliréis mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y él os dará otro Paráclito, para que esté siempre con vosotros: el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Vosotros, en cambio, lo conocéis, porque él permanece con vosotros y estará con vosotros. No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros. Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero vosotros sí me veréis, porque yo vivo y también vosotros viviréis. Aquel día comprenderéis que yo estoy en mi Padre, y que vosotros estáis en mí y yo en vosotros. El que recibe mis mandamientos y los cumple, ése es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él".
SERMÓN
Una de las aseveraciones más comunes respecto de la Iglesia y, más, alrededor y a partir del Vaticano II, es que ésta debe ‘adaptarse’ al mundo moderno. Es porque sus estructuras y formas externas son anticuadas, obsoletas –se afirma‑ el motivo por el cual tanta gente hoy se muestra indiferente a la religión, la rechaza. La apostasía actual de las masas, el pequeño número ‑proporcionalmente‑ de católicos practicantes y de conversiones, se debería a que la Iglesia no ha sabido ponerse en consonancia con la historia, a tono con el progreso del mundo. Así, pues, que lo que era otrora la Cristiandad haya hoy dejado de ser católica se debe al troglodismo y conservadurismo de una Iglesia dormida sobre mustios laureles anacrónicos.
De allí –según estas críticas romas- la necesidad imperiosa de dar al traste con esas viejas formas y maneras y estilos y, agitando banderas de profética modernidad, mostrar al mundo un nuevo rostro ‘OK’, siglo XX. ¡Todo el mundo regocijado se convertirá entonces en masa!
¡Fuera, pues, las anticuadas sotanas y hábitos! ¡Corbata o chomba y vaqueros Lee! Tuteos y modales cancheros, recortar las faldas de las monjas, cigarrillo y un poquitín de rímel en las pestañas. Una que otra mala palabra para que no vayan a creer que uno es remilgado. Misas sentados a la mesa, guitarras y bombos, guiñar al sexto mandamiento, hablar mucho del amor y de la justicia social, una cita del “Che” y otra de Mao, dos o tres visitas a una Villa Miseria, despotricar contra los imperialismos y la explotación, una pizquita de parapsicología y ¡hétenos aquí perfectamente adaptados al mundo moderno! Ahora ¡vengan las conversiones y resurrección del cristianismo!
Yo, ¡qué quieren que les diga! Esas conversiones no las he visto. Si he visto –y, más, al comienzo, cuando esas actitudes eran más raras y por eso más llamativas‑ la popularidad a todo trapo de ciertos sacerdotes con guitarras o revolucionarios. He visto también llenarse iglesias de muchacho y muchachas atraídos por la novedad del folklore y del ‘ye-ye’ introducidos en lo sacro. He visto también apeñuscadas y vociferantes células de muchachos engañados por curas politiqueros.
Pero también he visto el apagarse de todo eso. Fuegos fatuos y meteóricos encendidos solo por la chispa de la novedad, vacíos de hondura y puramente sensibleros. He visto jóvenes aburridos del ruido y las liturgias improvisadas, algunos volviendo a las Misas en serio y, otros, perdidos para siempre. He visto jóvenes que fueron confiados por sus padres a la iglesia extraviarse en el odio contestatario y aún en la guerrilla. He visto a muchos sacerdotes ‘nueva ola’ terminar en pantuflas burguesas en los brazos de una mujer. He visto conventos desiertos, seminarios vacíos, clérigos amargados, fieles desorientados y escandalizados.
Por eso me pregunto ¿qué habrá de cierto en todo este asunto de la ‘adaptación’? ¿Será verdad que la Iglesia no es oída porque viste aún su mensaje con ropajes obsoletos? O ¿no habrá quizá, más bien, algo en el mensaje mismo de Cristo profundamente diverso y antagónico a lo que el ‘mundo’ de siempre, pero sobre todo de hoy quiere escuchar?
“Yo les daré otro Paráclito, el Espíritu de Verdad, a quien el mundo no puede recibir porque no lo ve ni lo conoce.”
“A quien el mundo no puede recibir” afirma paladinamente el Señor. Y más adelante dirá: “Si Vds. fueran del mundo, el mundo los amaría como cosa suya. Pero como no son del mundo, sino que yo los elegí y los saqué de él, el mundo los odia.”
Y esto tiene que ser así, porque si no, si tuviéramos que reconocer que en los últimos siglos la Iglesia ha retrocedido por incapacidad, por falta de inteligencia en la ‘adaptación’, por estupidez –sin descontar que todo esto también lo hay‑ y, en cambio, el mundo ha avanzado y ha progresado y está fenómeno, entonces ¿dónde la asistencia del Espíritu Santo prometido a la Iglesia? Si la Iglesia se ha equivocado tan groseramente durante tantos años ¿cómo confiar en Ella?
O ¿para qué ser católico? ¡Mejor embarcarme con los del mundo: los ateos, los políticos liberales y marxistas, los sociólogos, que han logrado esta maravilla que es el mundo moderno!
¿Para qué ni siquiera ‘adaptar’ la Iglesia? ¡Me hago directamente del ‘mundo’ que aparentemente ha sabido manejarse mejor que Ella! Y me dejo de monsergas y supersticiones.
¡Pero no es así, señores! No es que la Iglesia se haya cruzado de brazos. –No al menos en el sentido que nuestros renovadores indican; sí quizá en el sentido de que no se ha predicado suficientemente la santidad‑. No, no es eso. Es que ese ‘mundo’ –no el de las cosas creadas por Dios sino el del egoísmo humano y el de los súbditos de Satán‑, ese ‘mundo’ que siempre ha pugnado contra Cristo y el Espíritu de Verdad aún en las épocas más católicas, desde hace cuatro siglos –a partir de la Revolución Protestante‑ se ha desatado, cobrado carta de ciudadanía, proliferado en ideologías anticatólicas y comprado a la humanidad. Sus grandes intelectos han legitimado, en las ideas y la política, lo que, antes, aun existiendo, era considerado pecado.
¿Qué puede haber de más antagónico a un Cristo que ha predicado el amor, la pobreza, la castidad, la humildad y la obediencia que este mundo cuyas banderas y motivaciones son el egoísmo, el dinero y el confort, el sexo y los sentidos desenfrenados, la soberbia libertaria del “me ne infischio” en la moral, en la ley y en la autoridad?
¡Cómo me voy a extrañar de que un pavote, asfixiado por su ambiente, engañado por la propaganda, llevado de sus narices por lo que todo el mundo piensa y hace, me mire sin entender o con sorna o con rechazo cuando le hablo de los valores del cristiano y le digo que la mayoría de las cosas que vive, dice y quiere son pavadas, futilezas, incluso pecado! ¿Me voy a asombrar acaso de que los cerdos pisoteen las margaritas, de que un necio no aprecie la poesía de un Bernárdez o un Amado Nervo, de que un ensordecido por disk-jockeys se aburra en una sala de conciertos? ¿Me voy a acomplejar porque un glotón sibarita no entienda lo bueno de la temperancia o un lujurioso lo sublime del celibato y la virginidad o un charlatán la majestad del silencio y la oración?
No, señores. Si ‘adaptación’ significa encontrar un lenguaje más moderno e inteligible, o dejar, quizá, ciertas formas exteriores que hoy no dicen nada; si ‘adaptación’ quiere decir explicar mejor algunas verdades que antes se entendían mal o no se entendían, bueno, estamos de acuerdo. Pero si ‘adaptación’ quiere decir ceder un solo ápice en mi personalidad cristiana, callar una sola verdad, venderme demagógicamente en las formas al ‘mundo’, transigir con la estupidez y la chabacanería, adoptar las ideas de este entorno anticristiano ¡no, señores! Un no rotundo y neto. Porque, en el fondo, ni la misma gente quiere un cristianismo espurio y aguachento. Y el cristiano que hay en todo hombre solo despertará ante las palabras meridianas y sin tapujos del evangelio de siempre, de la doctrina virilmente presentada, de la Verdad con mayúsculas.