Sermones de pascua

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

1993- Ciclo A

6º domingo de pascua
(GEP, 16-5-93)

Lectura del santo Evangelio según san Juan 14, 15-21
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Si me amáis, cumpliréis mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y él os dará otro Paráclito, para que esté siempre con vosotros: el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Vosotros, en cambio, lo conocéis, porque él permanece con vosotros y estará con vosotros. No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros. Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero vosotros sí me veréis, porque yo vivo y también vosotros viviréis. Aquel día comprenderéis que yo estoy en mi Padre, y que vosotros estáis en mí y yo en vosotros. El que recibe mis mandamientos y los cumple, ése es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él".

SERMÓN

Uno de los períodos más felices de la Roma imperial fue cuando, durante la época de los emperadores antoninos, a partir de Adriano , cada cual nombraba todavía en vida a su sucesor. Este sistema dotó al Imperio de una serie de hombres esclarecidos que gobernó sabiamente Roma casi un siglo: Antonino Pio , Lucio Vero , Marco Aurelio . Lamentablemente Marco Aurelio rompió esta buena costumbre y nombró sucesor a un hijo suyo llamado Cómodo que fue un desastre y acabó con ese sistema.

En realidad, cuando no se admiten intereses dinásticos ni de sangre, el método de nombrar los dirigente a sus propios sucesores no es mal método. Es el que usa normalmente la Iglesia: son los obispos quiénes nombran a los obispos, no el pueblo. Algo de eso pasa en el ejército con la junta de calificaciones. Mucho de eso, también, en las empresas.

Es el que gobierna o maneja quien más perspicaz suele resultar en el descubrir quien puede sucederle, para un puesto que solo él conoce bien que aptitudes exige.

En el pueblo de Israel han sido legendarias determinadas sucesiones: Moisés nombra en su lecho de muerte a Josué para sucederlo en la conducción de su pueblo. Elías nombra él mismo a Eliseo como sucesor.

De hecho en la literatura hebrea hay todo un género literario, el llamado género de los discursos de despedida, en donde a la vez que el patriarca o jefe da sus últimas recomendaciones a quiénes va a abandonar por vejez o cambio de destino, también les señala quien habrá de ser su sucesor. El libro del Deuteronomio, por ejemplo del Pentateuco, está concebido como un último largo discurso de Moisés a su pueblo en donde a la vez que lo consuela por su partida y les da sus últimas instrucciones, les indica a Josué para sucederle. El mismo Josué habrá de despedirse luego de los suyos, cuando a su vez le toque morir, mediante un discurso. También Jacob antes de morir consuela a sus hijos y les da su bendición hablándoles largamente. Hay cientos de ejemplos en la literatura judía de este tipo de despedidas en las cuales, a veces en el marco de una solemne comida, se alienta a los que quedan a no entristecerse, a mantenerse unidos, a cumplir las instrucciones, a que se quieran entre si... Un poco la costumbre de nuestros abuelos, que cuando sentían próxima la hora de su muerte reunían a sus hijos alrededor de su cama para darles sus últimas afectuosas recomendaciones; en la época en que se los dejaba morir piadosamente en su lecho, antes de que se nos obligara a morir enchufados a diversos caños y aparatos en anónimos cuartos de terapia intensiva.

Más o menos a este género corresponde el relato del largo discurso de la última Cena que Jesús dirige a sus discípulos antes de morir: sus últimas instrucciones a todos nosotros y de las cuales hoy hemos leído un pasaje.

También aquí Jesús nos dice que se despide de nosotros. No contaremos más con su presencia física, temporal; es como el viejo padre que en su lecho de muerte se despide de sus hijos. Nos da sus últimas recomendaciones: que los hermanos permanezcamos unidos, que nos queramos, que seamos honestos y cumplamos con las enseñanzas que nos ha dejado... -lo que todo buen padre en más o menos los mismos términos dice a sus hijos-. Pero, amén de ello, nos asegura que no quedamos huérfanos, que no quedaremos huérfanos, alguien se hará cargo de nosotros. Nombra a un sucesor.

A otro nivel y en otras instrucciones Jesús nos dejará a cargo de pastores, especialmente de Pedro, pero en el fondo ellos serán figuras secundarias; el que realmente se hace cargo de nosotros, directamente, es alguien no de nuestro nivel, como los obispos y el Papa, sino del nivel de Jesús. Cómo él mismo dice, con un vocablo extraño: se hará cargo de nosotros otro Paráclito.

El primer Paráclito ha sido Jesús, ahora le toca el turno al segundo.

Término extraño el de Paráclito, que algunos traductores han querido verter como Consolador, Abogado, Intercesor, valedor, pero que preferiblemente hay que simplemente trasliterar en su sonido original ya que ninguna de esas traducciones alcanzan a resumir el significado de esta figura. Es alguien que inspira, que hace de intermediario, que da fuerzas, que alienta, que exhorta, que revela, que interpreta... Es un título sacado del lenguaje forense de los tribunales judíos, y que etimológicamente significa " el que es llamado al lado de uno ". Título que adquiere particular significado en el lenguaje religioso pero que, para ser sinceros, los exegetas no alcanzan todavía a develar totalmente. Lo único que sabemos de cierto es que el evangelio de Juan que habla del otro Paráclito solo en cuatro ocasiones -únicas por otra parte en todo el nuevo Testamento- lo identifica con el Espíritu Santo, también llamado Espíritu de la verdad y, en otros lugares, espíritu de Jesús.

Sea lo que fuere de ello se hace aquí evidente que el espíritu Santo no es solo una fuerza, sino un alguien de carácter personal que, ascendido Jesucristo al Padre, hace las veces de presencia personal de Jesús junto a los cristianos. Es como otro Jesús. La promesa que hace Cristo de permanecer siempre con nosotros se cumple en el Paráclito. Es el estar del Señor con nosotros más allá de su resurrección. Lo que Jesús fué corpóreamente durante su existencia anterior a la Pascua, ahora lo es, espiritualmente, en el Paráclito.

El Paráclito es Josué tomando el lugar de Moisés, Eliseo reemplazando a Elías, es el que nos libera de la orfandad aparente en la cual nos deja Cristo.

Quizá sea importante insistir hoy en esta presencia viva de Jesús en su otro Paráclito en medio de nosotros. Muy fácilmente tendemos a mirar de la Iglesia solo su aspecto visible, su jerarquía humana, sus instituciones exteriores, a las cuales, ciertamente, como católicos que somos, mucho respetamos y amamos, aún con todas sus imperfecciones.

Pero nuestra fé, nuestro aprecio y nuestra confianza en la Iglesia serían vanas si se apoyaran solo en ese aspecto terreno de su rostro; si solo fuera ella una especie de Facultad tratando de prolongar en el tiempo las enseñanzas del Maestro. Nuestra fé se apoya en la presencia viva y permanente de Jesús en la Iglesia mediante su otro Paráclito. Éste es quien permanente apoya e inspira a los suyos con su presencia íntima, cercana y constante; éste es quien impide que su Iglesia, por más pecadora que sean sus miembros y más oscurecidas estén sus mentes, mantenga siempre en el núcleo de sus enseñanzas e instrucciones supremas la luz de la verdad y en sus acciones sagradas sacramentales la eficacia de la gracia.

No es al Papa, ni al obispo, ni al cura, a quien ha nombrado Cristo como su sucesor; Cristo tiene un solo sucesor, un solo reemplazante, uno solo a quien ha designado él mismo: el Paráclito. A todos los demás, excepto los doce, lo designan los hombres, y solo valen para nosotros en la medida en que se dejen gobernar ellos mismos por el verdadero Paráclito; no en sus iniciativas humanas, no en sus errores, no en sus pecados; solo en la medida en que son fieles a Cristo y se hacen santos; o en la medida que en sus acciones, a pesar de ellos, realizan la obra del Espíritu, como en los sacramentos.

No son los curas, ni los obispos, ni el Papa, quiénes dan la vida a los cristianos, en todo caso pueden ser mediación, ayuda, -a veces, hay que decirlo, obstáculo, al menos como personas-. Ellos solo son medio, tercería obligada, mal necesario: es el Paráclito quien viene realmente en nuestra ayuda, es El quien nos trae la presencia del Padre y de Jesús, en la medida en que, con El, nos decidamos a amar a Cristo y tratamos de cumplir con las claras instrucciones que nos dejó, antes de morir, sentados a su mesa.

Menú