Sermones de pascua

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

1999- Ciclo A

6º domingo de pascua
(GEP, 09-05-99)

Lectura del santo Evangelio según san Juan 14, 15-21
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Si me amáis, cumpliréis mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y él os dará otro Paráclito, para que esté siempre con vosotros: el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Vosotros, en cambio, lo conocéis, porque él permanece con vosotros y estará con vosotros. No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros. Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero vosotros sí me veréis, porque yo vivo y también vosotros viviréis. Aquel día comprenderéis que yo estoy en mi Padre, y que vosotros estáis en mí y yo en vosotros. El que recibe mis mandamientos y los cumple, ése es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él".

SERMÓN

No hay duda de que uno de los adjetivos más prestigiosos que se puedan añadir a un saber, a un proceder, es el de que sea 'científico'. Y la Ciencia un substantivo que se pronuncia con el máximo respeto. Materialismo o socialismo 'científico' llamaba Lenin a la doctrina marxista, para hacerla brillar con el prestigio de aquella.

Y ¿quién dudará de la inmensa calidad y cuantía de los descubrimientos que señalan el avance fulgurante de la ciencia en los dos últimos siglos y de los cambios pasmosos que sus aplicaciones tecnológicas han producido en nuestras vidas?

Nos sacamos el sombrero, ¡"Chapeau"!, frente a estos genios, que no siempre suficientemente recompensados ni promovidos por la sociedad, nos han llevado y nos siguen llevando a progresos inimaginables no hace tanto tiempo. Loor a la inteligencia del 'homo sapiens' capaz de tanta maravilla. ¡Tanto camino recorrido por la especie desde los primeros intentos del 'homo habilis' por dominar al mundo!

Es bueno recordar que este avance de la mente humana sobre su universo toma decidido impulso ideológico cuando el hombre se da cuenta de que el mundo no es un organismo semidivino, misterioso, poblado de dioses, demonios y fuerzas ocultas y caprichosas o astrales que hay que propiciar por medio de la magia, la superstición y la hechicería, al modo de las religiones bochornosas que han extraviado y continúan extraviando a la humanidad, sino una entidad puramente material normada por leyes fijas de orden físico, químico y biológico impasibles a los sortilegios, los ensalmos, los sacrificios y las ofrendas. El primer registro de esta luminosa idea de que las cosas son simplemente cosas y no hay ni genios, ni hadas, ni endríagos, ni gnomos, ni divinidades detrás de ellas, es el magnífico poema de la creación en Génesis uno -escrito en el siglo VI antes de Cristo- y que desmitologiza, desdiviniza el cosmos, lo declara puramente creatura, manejado por leyes constantes y puesto al servicio del hombre, encargado de someterlo.

No por azar es en la conjunción luminosa de la claridad y lógica griegas con esta visión judeo cristiana desacralizante del mundo, en occidente, donde finalmente se libera el impulso de la ciencia que configura nuestro mundo contemporáneo.

Pero ¿será esta ciencia la que realmente defina al hombre como hombre? Si es verdad, como lo sostenía la vieja definición aristotélica, que el ser humano tan animal como sus hermanos los primates y sus primos los insectos, se diferencia de estos por ser racional -animal, pero racional (aunque no siempre así proceda)- ¿qué es lo que define esta racionalidad? ¿Su capacidad de hacer ciencia? ¿de dominar al mundo? ¿de enviar naves a Marte, a la luna, a Alfa del Centauro o de hacer ingeniería genética?

Ciertamente que nadie ve a una jirafa haciendo semejantes cosas. Pero los griegos -que algo de ciencia habían comenzado a pergeñar y no les faltaban hermosas transformaciones de la naturaleza en sus ciudades, sus obras de arte, sus astilleros...- en todo esto no veían sino un aspecto -y ni siquiera el más importante- de la capacidad racional del hombre.

El hombre, para los griegos, era tal, sin duda, por su inteligencia, pero la característica de esa inteligencia no era solo su capacidad de domeñar el mundo, sino antes que nada la capacidad de abrirse a éste. El animal está encerrado en si mismo. Los sentidos, ni siquiera en los animales superiores, les permiten abrirse a la realidad como tal. Lo único que perciben de ella son datos sensoriales que les son útiles para su supervivencia. Como bien lo confirman los etólogos de nuestro tiempo, el animal es prisionero de su nicho ecológico, de su mundo circundante, y solo percibe las señales exteriores que hacen a su defensa personal o social, a su apareamiento o a su nutrición . Lo demás, para él, no existe. Aún el dueño del perro entra en el sentir del perro solo como jefe de jauría. El hombre, en cambio, está abierto por su inteligencia a todas las cosas, al universo o, hablando más técnicamente, al ser .

Es ese apertura al ser la que permite al hombre, mediante el conocimiento, enriquecer su interioridad con todas las cosas. El animal no puede ser más de lo que es. El hombre puede llegar a todo. "Anima est quodammodo omnia". "El ánimo humano es de alguna manera todas las cosas", afirmaba Aristóteles. Precisamente porque es capaz de admirar, de conocer, de hacer suyo en su mente al universo, acrecentarse con su belleza, y, por supuesto, pero en segundo lugar, aprovecharlo para si. El conocer, el saber, es valioso en si mismo, no necesita tener aplicaciones prácticas para justificarse. Saber, mirar un paisaje, escuchar una sinfonía, leer un poema, verse reflejado en los ojos rientes de un hijo, eso basta para hacernos humanos, abiertos al ser, aunque no tengamos computadora ni aspirina. Para éso está, antes que nada, la inteligencia humana. Para la pura teoría , dirían los griegos. (Teoría viene de zeorein que quiere decir, sencillamente, "ver"). El ver, mirar el ser, contemplar asombrado la realidad tratando de entenderla y hacerla de alguna manera parte de mi mismo al interiorizarla, esa es la función primera y privilegiada de la inteligencia humana.

Pero al hablar meramente de entender, de ver, no justificamos plenamente esa afirmación aristotélica de que el hombre es capaz de ser por su ánimo de alguna manera todo. No basta conocer para que lo que conozco se me meta adentro y me enriquezca. Lo racional en el hombre tiene dos facetas siempre entreveradas: la propiamente intelectual del entender y la afectiva y electiva del amor. Si es la inteligencia la que sube la persiana y abre la ventana de mi yo al mundo, es el querer, el amor el que me lo mete adentro o, mejor, el que me hace salir de mi y zambullirme en el existir de lo demás. Por ello, conocer, en la Biblia, jamás designa el acto de entender separándolo del querer.

¿Y quien no sabe que las dos cosas van de consuno? Que no puedo querer ni amar lo que no conozco, pero que tampoco puedo conocer bien lo que no amo. ¿Qué estudiante podrá llegar a saber bien una materia que detesta o con un profesor que no la sabe hacer querer? ¿Quién puede conocer a una persona a quien no estima o le resulta antipática? ¡Qué profundidades de su hijo -a las cuales no puede llegar ningún frío psicólogo- no podrá intuir una madre aún sin instrucción! "Ubi amor, ibi oculus", decía Ricardo de san Victor. "Donde el amor, allí el ver".

Es ese adentramiento en el otro, que mencionaba Max Scheler , del cual es incapaz la pura inteligencia y que genera el amor. La empatía, endopatía, proyección afectiva, Einfühlung , introafección, de la cual habla la moderna psicología. Adentrarse en el otro, extrañarse de si mismo, que nos lleva a enriquecernos con él.

Porque aquí estamos en un punto clave: el conocer humano está dirigido al mundo, sí, al ser -como decía Aristóteles- pero sobre todo al ser de los demás . De lo existente que nos rodea no hay nada de mayor dignidad, de más maravilloso, de más digno, de más inteligible y misterioso que el otro, que las personas. Y, entonces, ahora, si me preguntan para qué sirve el saber, la inteligencia, el conocimiento humano, yo les respondo: antes que nada para conocer y amar personas . ¡Pobrecito científico de laboratorio si no supiste conocer y amar y hacerte amar de tus hijos y de tu mujer! ¿De que te valen -al menos a vos- tus brillantes tesis, tus aceleradores de partículas, tus planos de los cielos, tus cócteles de hadrones y leptones?

En el conocer y en el amar me hago capaz de hender los límites de mi yo y extenderme -dándome- al vivir de los demás. ¡Posibilidad maravillosa del homo sapiens! y que, a pesar de las diferencias de su ciencia y de su técnica, me hace bien hermano del hombre paleolítico, o del que para proteger a los suyos blandía espada y cubría su cuerpo con cuero o bronce, y del que todavía me hace suspirar lo humano en Sófocles y Eurípides, en Ovidio y Virgilio, en Shakespeare y en Cervantes, en Evaristo Carriego y en Hernández, y que ya me hace sentir hermano del negro o el rubio de ojos celestes que ponga por primera vez el pie en una planeta de lejano sol en lejana galaxia pensando en sus hijos, en la camaradería de sus amigos... y componiendo, quizá, una poesía...

¡Ich bin in ihm, er ist in mir!, canta la Kaiserin, la reina, de su rey, de su amado, en "La Mujer sin sombra", de Richard Strauss. "¡Yo estoy en él; él está en mi!" Esa inmanencia del amor que rompe la soledad. Aún apretujado en la multitud, aun sentado junto a otros en el banco de la Iglesia, puedo estar solemne, terriblemente solo, pero nada, ni la distancia, ni el desierto, me hará entrar en triste soledad si alguien está en mi por el conocer y por el amor. ¡Pobres los que solo saben de contactos de piel y ausencias de espíritu, lejanía de personas!

Pero, si finalmente he de responder a quienes preguntan a qué la inteligencia humana, a qué el saber, a qué la razón, diré: sos persona, sos hombre, sos 'homo sapiens', tenés neocortex, cerebro capaz de conocer y amar, para poder suprema, finalmente, conocer y amar a Dios, enriquecerte con el existir de Dios, con su vivir, para -en el conocer y el amar- estar en Él y que Él esté en vos.

"Si me amáis", ¡si me amáis! ... "volveré a vosotros". "El mundo no me verá, pero vosotros sí me veréis", ¡si me amáis! Y el texto griego usa, para decir ver, el verbo zeoréin, contemplar. Este mundo que no puede contemplar a Dios es, para Juan, no la tierra material sino el mundo de los egoísmos y orgullos humanos, el hombre cerrado en si mismo, sin verdadero conocimiento, porque sin amor. Ese mundo no puede recibir a Dios ni a su Espíritu de verdad. "Pero vosotros -¡si me amáis; si me amáis!- sí me veréis - zeoréite me -, porque yo vivo y vosotros de mi viviréis". "Aquel día comprenderéis que yo estoy en mi Padre, y que vosotros estáis en mí y yo en vosotros"

¡Endopatía, empatía divina que rompe nuestro límite, rasga nuestra soledad y nos proyecta a la riqueza rutilante de Dios! Inhabitación de Dios en el hombre que le llaman los místicos y de la cual hoy nos habla Juan.

Hombre: 'animal racional', definía Aristóteles. Zoon theoumenon , 'animal divinizable', corregía Gregorio Nacianceno . Capax Dei , 'capaz de Dios', traducía Agustín .

Sí, 'chapeau' a la ciencia y a la técnica. Loor al 'homo sapiens' de laboratorio y ordenador capaz de tanta maravilla. Pero loor también al conocimiento que se transfigura en amor, el que se hace luz en la mirada de la madre, alegre bienvenida en los ojos del hijo, espejo insondable del yo derramado en las pupilas de la amada, fuerza cordial en el apoyo del amigo, 'sabrosa ciencia' en la oración del monje, trampolín de eternidad en el corazón del santo.

Dame Señor esa ciencia; dame Señor ese amor; para que siempre ¡siempre! yo esté en Vos y nunca ¡nunca! me dejes Vos a mi.

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