Sermones de pascua

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

1987 - Ciclo A

domingo de pascua

SERMÓN

La Pascua lanza hoy su proclama y campanadas de alborozo aún cuando -como narra nuestro evangelio de hoy- todavía todo es confuso y lo único que se ve es la señal ambigua de la tumba vacía.

Todavía no ha habido -según Juan- apariciones del Resucitado. Los ojos nada pueden ver, las manos nada palpar. Subsiste aún el recuerdo amargo de la tragedia del Viernes Santo y el sol no ha despuntado del todo. Y sin embargo -narra- el discípulo "vió y creyó".

Cristo, luego, aparecerá. María Magdalena podrá abrazarse a sus pies y Tomás mirar las llagas de sus manos y costado y los discípulos hablar y comer con Él. En una dimensión que escapa, ciertamente, a la condición normal de un encuentro común con cualquiera. Se trata del cuerpo de Jesús, pero de un cuerpo que ha trascendido su condición terrena, espacial y temporal. Aún así ellos lo vieron. Su imagen se dibujó en sus retinas, su voz vibró en sus oídos, su ternura la sintieron en su mirar. Nuestra fe se basa, justamente, en esta experiencia única que lanzó a esta multitud de testigos a proclamar la Resurrección y a dar la vida por ello.

Pero nuestra fe, en última instancia, más se parece a la de estos discípulos de hoy que, aún en la oscuridad, en el vacío de la tumba, ven y creen, sin la presencia de Cristo visible. Nuestra fe se parece a la de la Virgen María, de la cual en ninguna parte de los evangelios se dice que haya visto a su Hijo resucitado.

Pero la fe en la Resurrección es mucho más. No es solamente el creer sin ver, estudiando la credibilidad de aquellos testigos, lo fidedigno del relato, la heroicidad de su testimonio, la coherencia y sublimidad de la doctrina, los milagros históricos y el ejemplo de santidad de sus seguidores. No es solamente creer basados en todo esto. En el hecho de la Resurrección de Cristo, sí, creo que sucedió, que, después de haber sido ajusticiado por los judíos y paganos, el Señor Jesús resucitó. Pero la fe pascual es algo mucho más complejo y profundo.

Vean. No se trata de creer que, a pesar del Viernes santo y de la Cruz, Cristo haya salido victorioso de la muerte, haya vuelto a al vida, sino que por y a través de la Cruz , Cristo ha llevado su ser humano a la participación plena de la Vida de Dios. Cristo, no ha recuperado la vida que fugazmente le arrebatara la muerte. Cristo a través de la muerte es glorificado y alcanza, más allá de la vida humana, la plenitud de la condición divina.

La Resurrección no es la antítesis, el polo opuesto, dialéctico, del Viernes Santo, sino la superación de lo humano, la plenitud gloriosa trinitaria que conquista precisamente mediante la Cruz.

Pero no solamente eso. Aún tratando de entender las cosas así, la Pascua puede permanecer como un hecho objetivo 'de otro', histórico, que festejamos como el triunfo de la batalla de Ayacucho o de Curupaití, pero que tiene lejana resonancia en nuestra vida.

No: para los cristianos la victoria pascual se ha injertado en cada uno por medio del Bautismo. " En él morimos y resucitamos con Cristo " nos dice san Pablo y, desde entonces, nuestra existencia humana vive en marcha también hacia la propia resurrección que, por el poder de Cristo y junto con Cristo, habrá también de instrumentar el viernes santo de nuestras propias muertes. No para retornar a la vida, sino para alcanzar, más allá de la humana, la Vida misma de Dios.

Y así el dolor y el sufrimiento de los hombres -de los cuales difícilmente se escape nadie, por una u otra causa, desde lo más temprano de su vivir, y que no son sino manifestaciones del límite de lo humano, o de fracasos parciales de sus deseos de felicidad, anticipos y muestras del fracaso final de lo humano en la muerte-, así estos dolores y sufrires, como la misma muerte, para el cristiano que se une a Cristo, se transforman en camino de Vida y Resurrección.

Quien piense que esto pueda darse en una alegría epidérmica, sentimental, alborozada, no entiende nada de la alegría pascual. No comprende que la Resurrección no pertenece, aún, al ámbito de nuestras experiencias humanas; que se da en la oscuridad de la Fe, en el ensancharse del alma de los actos heroicos, en la serenidad de un dolor que se sufre pero sabiendo que tiene sentido, en la entregada renuncia de sí mismo, en la seguridad inconcusa de saberse discípulo amado de Jesús.

Por eso, el júbilo sosegado de la Pascua es capaz de coexistir con todos los dolores del mundo, con todos los fracasos, oscuridades e interrogantes, con la persecución y la derrota, con la enfermedad y la pena, con la soledad y la nostalgia. Puede -por supuesto- y debe coexistir con las legítimas alegrías humanas, aunque no se confunde con ellas, pero jamás con la cobardía y el desánimo, con el abandono y la huída, o con la apostasía o el pecado.

Dios, pues, nos conceda, hoy a todos, la serena dicha de la Pascua, para que aún siendo todavía de noche, vivamos la esperanza y fortaleza que nos da Cristo, más allá de toda esperanza humana, a través de la Cruz, camino victorioso de la Resurrección.

Felices Pascuas.

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