Sermones de pascua

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

1996 - Ciclo A

domingo de pascua

SERMÓN
(Mt. 28, 1-10)

Nuevamente la Iglesia, en su conmemoración anual de la Pascua, vuelve a proclamar a todas las naciones la buena noticia, el eu-angelio, de que Jesús ha resucitado.

Buena noticia para los cristianos, buena noticia para todos los hombres, buena noticia para el universo.

Porque no se trata solo de que aquel hombre que, predicando tantas cosas buenas nos enseñó a portarnos mejor y fue injustamente asesinado, haya sido vuelto a la vida, como una especie de póstuma reivindicación, como el espaldarazo milagroso a su doctrina y obra en este mundo... Pensar eso sería no entender nada del acontecimiento decisivo que festejamos hoy.

No se trata del buen fin de una biografía personal, ni siquiera de una historia local en Palestina, ni tampoco del nacimiento de una institución como la Iglesia que ha revolucionado al mundo y partido en dos la historia de los hombres, antes de Cristo, después de Cristo. No se trata solo de un golpe tremendo de timón en la civilización humana y la gestación de una nueva cultura. Lo que ha sucedido en Pascua es simplemente la superación de lo cósmico, la ruptura de la barrera del tiempo y del espacio, la introducción de lo humano en la esfera de lo divino, la emergencia de una nueva raza destinada a la pervivencia en el gozo perenne de Dios.

Cristo no vuelve a la vida, avanza -y con él lo que lleva de humano- hacia la dimensión propia de Dios. Se trata de una transformación tal de lo natural y del hombre que bien las Escrituras pueden hablar de "nueva creación". No esta caduca que se gasta en expansión, derroche de energía y entropía, sino una permanentemente joven y renovada que será -ya es, en el Señor resucitado- la superación de la actual.

La Resurrección de Jesús no retorna, no retrocede en el tiempo, así como no es un vuelta a nuestro espacio, sino que supera enteramente las posibilidades de nuestras cuatro dimensiones.

Nueva Creación, Hombre nuevo, nuevo Adán, son los términos que, tartamudeando, emplea Pablo para señalar esta metamorfosis pascual de Jesús. Jesús transformado que ahora debe reconocerse como Señor. El Señor, el mismo apodo que en el antiguo testamento designaba la majestad única de Dios, de Yahvé. Cristo es el primogénito de la nueva Creación , "por él, en el y para él fueron creadas todas las cosas" . El no es un personaje de la historia: es el Señor de ella, como es el Señor de la Creación.

Jesús, unido a la palabra divina, al Verbo, ha conquistado el destino definitivo al que es llamada la humanidad.

La historia de este mundo quedará atrás, el mismo tiempo del universo caducará en estrellas apagadas y en planetas muertos, pero todos aquellos que en el breve tiempo de su gestación en este mundo hayan creído en Cristo y recibido su bautismo, un día -ese día sin fin en el cual ya habita el Señor, domingo permanente- se encontrarán con él, también transformados, mutados, metamorfoseados, elevados con él.

Que esta vida que, como dice san Pablo, sufre dolores de parto hacia esa definitiva creación, vida en la cual ya llevamos por la fe y el bautismo el germen de la Resurrección, sea, en nuestras obras buenas y gestos de amor a Dios y a los demás, anuncio al mundo, pregón de buena noticia, deseo eficaz a nuestro prójimo de la muy feliz Pascua de Resurrección.

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