Sermones de pascua

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

1981 - Ciclo A

VIGILIA PASCUAL

SERMÓN

Hemos escuchado, en la primera de las lecturas de esta noche llena de luz, de vida y de alegría, el relato de la creación. Ese antiquísimo poema que, en el velado lenguaje de los símbolos y los mitos, no de la ciencia tal cual hoy la entendemos, afirma –en contraste con mitos paralelos de otras culturas- que el propósito fundamental que está en la raíz misma del existir del universo, es la vida, no la muerte.

Intención, por otra parte, que, en la solemnidad hierática de la recitación, apunta a un destinatario, el que aparece al cabo de la obra creadora, ‘ ha adam ', en hebreo, ‘el hombre'. Los versos, enmarcados en una semana mítica de siete días, al mostrarnos cómo los diversos estratos de seres no pensantes -los cósmicos, los terráqueos, los vegetales y los animales- preceden al hombre, lejos de anticipar una cualquier o no teoría evolucionista, expresan, a la manera semita, lo que hoy llamaríamos una ‘jerarquía ontológica': el cosmos existe en orden a la tierra; la tierra en orden a la vida vegetal y animal; y todo existe para el hombre.

No para un primer hombre, para todo hombre y para todos los hombres.

Lo que pretende, pues, el relato no es darnos una imagen científica del origen del universo –por otra parte dicha visión en aquel tiempo era sumamente precaria-, sino proponernos, revelarnos, el estatuto ontológico de las cosas, del mundo. Todo en función y para el hombre.

El hombre es la intención principal y última del cosmos. Todo está subordinado a él. No que Dios ha creado las cosas ‘hace mucho', sino que Dios está sosteniendo constantemente al universo en su existir, dirigiéndolo y subordinándolo al hombre.

Por eso el himno de la creación se lee hoy en la liturgia de Pascua. No para referirse a un acontecimiento prehistórico y remoto, sino para recordarnos nuevamente la dirección fundamental y el propósito señero de la creación: el hombre. Diacrónica y sincrónicamente todo el alucinante universo, la hermosa tierra refrescada por los mares y la ubérrima fecundidad de las plantas y animales tienen un destinatario: el ser humano.

Pero más: el relato está escrito con una precisión terminológica en la cual cada detalle está cargado de significado. Por ejemplo, no es casual que en este hermoso capítulo hay solo dos obras a las cuales Dios bendice. De los demás seres la narración simplemente afirma “y vio Dios que era bueno”. Pero, cuando aparecen los animales, el narrador agrega, “y los bendijo Dios: sed fecundos y multiplicaos”. Lo mismo, repite y agrega cuando crea al hombre: “y los bendijo Dios ‘sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y a sometedla y mandad a peces y animales y a toda semilla' ”.

Es que la bendición de Dios en la Biblia siempre hace referencia a la vida. Hoy el término se usa de otra manera: “Padre, bendígame esta medallita”. En la Escritura la bendición de Dios apunta no a objetos sino al ‘vivir'. ‘Bendecir' en Dios es ‘infundir vida'. Y en su craso sentido biológico de ‘creced y multiplicaos'.

Por eso esta bendición especial al hombre significa que todas las cosas y aún la vida animal están ordenadas a la vida del hombre.

Pero, claro, aquí se plantea una objeción inmediata. ¿Cómo? todo ha sido creado para el hombre y éste para la vida ¿y resulta que el hombre muere? El relato está equivocado o, si Dios es, de alguna manera, autor del texto, ha fracasado en sus intenciones.

El significado del poema podría, sin embargo, defenderse explicando que no se está hablando de la vida de los ‘individuos' sino de la de la ‘especie' humana: unos mueren, pero otros nacen y, siempre, seguirán pululando seres humanos. Aún a nivel personal el Antiguo Testamento piensa que la vida de los hombres se prolonga, de algún modo, en su descendencia. De tal manera que no habría peor desgracia que morir virgen o estéril.

Eso podía conformar quizá a los antiguos hebreos; o a algunos filósofos modernos como Hegel que afirmaba “ la muerte de los individuos es el triunfo o libertad de la especie ”, “ lo que vive siempre es el espíritu humano ”, “ manifestación del Absoluto ”, o “ lo que vive siempre es el Estado ”. O, si no, a la manera de Comte , lo que pervive es “la Humanidad”, con mayúsculas. Lo cual siguen afirmando los marxistas.

Algunos son más pesimistas, como Freud o Sartre , que sostenían textualmente: “ el objetivo de la vida es la muerte ”. En realidad éstos tendrían más razón que los primeros. Hoy no podemos continuar sosteniendo que la vida, el su universo, va a existir siempre, tal cual lo postulaba el pensamiento antiguo. Al contrario, sabemos que sol y estrellas ni son divinos ni están compuestos de una materia especial y perenne como se pensaba hasta no hace tanto tiempo, sino que consumen el combustible de su masa y disipan su energía constantemente. Se gastan. Un día se apagarán y quedarán segadas todas las fuentes de potencia eficaces que hacen posible la vida, en la llamada ‘muerte térmica del universo'. El destino final del cosmos es, ineluctablemente, la oscuridad, el cero absoluto y la dispersión silente, en el infinito, de toda la materia, ya definitivamente muerta.

Si esto es así y nada puede oponerse a esta ‘muerte térmica' o superarla el relato escuchado sería una burda patraña y la fugaz vida de los hombres -y aún de la historia, y aún del cosmos- una nota discordante y efímera en el gran abismo de la nada.

A esto, a pesar de todo, sigue respondiendo resonante en cada Pascua el relato del Génesis: el destino final del universo no es la nada, no es la muerte, no es las tinieblas, no es el frío. Es la vida.

Y si el Génesis no bastara y nos hiciéramos sordos a la palabra de Dios, el gran canto, poema cósmico, que descubre la ciencia de nuestros días, cuando se encuentra con el pasado de las especies y el origen y la evolución de la vida, nos estaría otra vez insistiendo en el propósito vital que ha guiado siempre la historia del universo, en donde aún la muerte se subordina a la vida, es un paso hacia ella y su crecimiento.

¿Qué son sino los restos fósiles de trilobites y ammonites, estegocéfalos y saurios, pterodáctilos y gliptodontes, sino las huellas de formas superadas que, en sucesivas apariciones y extinciones, muertes, fueron preparando y permitiendo el paso a las formas superiores, al delicado equilibrio ecológico que hoy posibilita la vida humana?


Trilobite, 540 millones de años

Y, entonces: la muerte del individuo átomo para transformarse, sublimarse en molécula, la muerte de la individua molécula, para transformarse en célula, la muerte de la independiente célula para transformarse y sublimarse en órgano, son todos ‘pasos' en donde la renuncia y muerte de lo inferior permite el acceso a lo más alto.

La evolución de las especies es el lento plasmar de Dios de seres que, muriendo, permiten la vida de otros. De especies que, extinguiéndose, dan lugar a formas superiores. Todo convergiendo, en el tiempo y el espacio, a la aparición de aquel que, en su constitución estupenda, subsume todas las potencialidades de la materia, de lo vegetal y de lo zoológico: el ‘homo sapiens'.

Microcosmos, le llamaban los estoicos, porque en él se resume y se encumbra todo el universo.

Todas las especies muertas que descubren los paleontólogos, todas las muertes vegetales y animales que la naturaleza hoy nos descubre funcionando como ciclos vitales en delicado equilibrio y permitiendo la vida del todo, convergen en línea recta hacia el ser humano.

Si hoy -como afirman los ecologistas- este equilibrio es roto por el hombre, eso ya lo habían descubierto los hebreos. De alguna manera tenían que explicar cómo, a pesar del propósito divino de vida, los hombres morían. De allí que no pudieran sino sostener que la muerte había sido introducida por el pecado del hombre.

A pesar de eso, la Iglesia no lee hoy el relato del pecado del tercer capítulo del Génesis, sino el de la creación, el primero, porque quiere seguir afirmando que aún a pesar del pecado, aún a pesar de la muerte, -aún a pesar de la muerte térmica del universo-, el propósito que nos sostiene en la existencia y nos saca a cada uno de la nada, es la vida.

Porque, aún para los que no poseen la luz de la fe ¿cómo es posible que todo este desplegarse, a través de decenas de miles de millones de años, de la historia del universo, de la formación de las galaxias, de nuestro sistema planetario, de nuestra tierra, poniéndose a punto para la aparición de la vida y esa maravillosa floración vital en la evolución de las especies en donde todo parece estar dirigido -a través de la complejidad creciente de los organismos- por una inteligencia prodigiosa y un hambre de vida superior, como es que todo esto pueda terminar en el fracaso estrepitoso de la muerte?

Porque la muerte de dinosaurios y pterodáctilos, la del sapo que se come la culebra y la culebra que es comida por el águila, podemos entenderlas como superación o equilibrios a favor de la vida en general; pero la muerte final del universo dando al traste con este movimiento ¿no hace acaso que todo sea absurdo, indigno en todo caso de una inteligencia capaz de plasmar todo este concierto? ¿Una gran burla? ¿Un gran juego?

Más. Puedo justificar la muerte de un animal. Entre ellos el individuo no cuenta, cuenta la especie. Puedo entender la extinción de las especies en pro de formas de vida superior. Pero ¿cómo justificar la muerte de un hombre cuando precisamente en él alcanza su aspiración suprema la naturaleza material justamente porque no es mero individuo, sino persona, conciencia? ¿siendo el mismo, en su inteligencia y en su amor, aspiración de infinito y único consciente de su vida y de su muerte?

¿Cómo puede fracasar toda esta aspiración de vida de un universo en el cual toda muerte se hace necesaria para la vida, en aquel para quien todo este esfuerzo vital parece encaminado?

Porque, si entre los animales interesa la especie como rebaño de individuos renovados constantemente, a nivel de la vida humana, lo que interesa es la vida de cada yo, de cada persona. La ‘Humanidad' no existe, existen ‘las personas' y cada una es el universo, porque el universo adquiere vida y significado solo en cada yo consciente, en cada exclusivo ser humano que mira y entiende, siente y ama, goza y sufre, usando de un universo hecho por él y para él.

Y si sufre y muere la cosa es clara: o ese sufrimiento y muerte condena al universo y a la historia al sin sentido o ese sufrimiento y esa muerte tienen un propósito y un significado.

Pero si todas las muertes anteriores del reino animal y aún de la materia en sus formas más simples tienen un propósito ¿cómo no habrá de tenerlo la del hombre?

Pero allí ya nada puede decir la ciencia; nada la filosofía. Porque ni siquiera la inmortalidad que postulan algunas filosofías o religiones naturales responden la pregunta. La inmortalidad puede compensar, pero no explicar el sufrimiento y la muerte.

Es allí cuando viene luminosa la respuesta de la Pascua de Resurrección, precedida de su Viernes Santo.

El propósito de la creación sigue siendo la vida. Pero la bendición de Dios que alcanza al hombre se nos revela ahora de tal naturaleza que la vida que Dios quiere dar al hombre no es la humana sino la divina ¡Su propia Vida!


Resurrección , Koekkoek , inglés, vivió en Argentina,1887-1937

Y así como el átomo debe morir para sublimarse en molécula y ésta en célula y ésta en órgano. Así como la especie inferior debe extinguirse para permitir la vida de la más alta. En el hombre, persona, ya no caben saltos o progresos de especie que no le toquen como individuo. Ha de morir el individuo persona como hombre porque el Creador quiere hacerle vivir como Dios.

Y, como es persona, no puede simplemente morir, ‘dejarse' morir, sino ‘elegir' su propia muerte, en la pedagogía del sufrimiento, en la sumisión de su cerebro y su corazón a la fe, la esperanza y la caridad, para que Dios, conservándolo como persona, lo resucite a la Vida divina.

¿Ven? La muerte aceptada es condición de la intervención de Dios. Él no puede darnos Su Vida si nosotros no asumimos nuestra muerte.

Y eso hace Dios mismo en Cristo. Se hace hombre, se abraza al sufrir y a la muerte de los hombres y resucita a esa humanidad asumida a la gloria de la divinidad.

Desde entonces, a través de ésta humana vida, con sus dolores y sus muertes, estamos todos y cada uno, los cristianos, llamados -recreados por el bautismo- para la Vida de la Gloria. La de Aquel que hoy triunfante resucitó.

Felices Pascuas.

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