Sermones de pascua

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

1982 - Ciclo B

VIGILIA PASCUAL

SERMÓN

Cuando, hacia el año 2000 AC, tribus arameas, semitas, nómades, -según los investigadores, antepasados de los judíos- estacionadas temporalmente en el norte de la Mesopotamia, se desplazaron hacia la costa del mar Mediterráneo, se encontraron con que la franja que hoy conocemos como Palestina y Siria estaba habitada por una población que, al menos desde el año 4000 AC estaba allí establecida.

Esta población no formaba un solo país sino que estaba distribuida en muchas llamadas ‘ciudades-estados'. Cada una con su rey y con su templo. Lo que todas tenían en común era el idioma y una misma o parecida religión. Eran los ‘cananeos' -llamados ‘fenicios' por los griegos y los romanos-.

Su religión fue sumamente importante, ya que, en parte, purificada, fue adoptada por los futuros judíos, depurándola de sus aberraciones.

Su Dios supremo y más antiguo era un tal “ El ” –en plural, “ Elohim ”-, cuyo nombre, tanto en singular como en plural, será adoptado por Israel. Pero los cananeos preferían adorar a uno de sus descendientes, un dios más joven, “ Baal ” –que, en algunas leyendas parece haber destronado a El-.-

Pareja con su hermana “ Astarté” , la tierra, Baal era el dios del Cielo y quien ponía orden a las estaciones y a las cosas. Entre ellas al mar – Yam y sus huestes- que, en el mito, intentaba invadir la tierra. Baal lo detenía luchando contra él y contra uno de sus demonios más malignos, Leviatán . Ambos, aliados de Mot , la muerte.

Mot lograba una vez por año –en invierno- matar a Baal, que debe ser rescatado y revivido todas las primaveras por Astarté. El mito era un reflejo de la marcha de las estaciones.

En muchas de estas ciudades-estado, para propiciar a Baal y Astarté, además de otros ritos nefandos, se les ofrecían sacrificios humanos, sobre todo de niños. Es obvio que este crimen horrible, aún cuando el judaísmo tome algún elemento de la religiosidad cananea, será rechazado terminantemente. Esta será la clave de la explicación del origen de una de las lecturas de esta noche a la cual hoy daremos particular importancia: la del sacrificio de Isaac (Lectura 2ª: Gn, 22, 1-18) .

Las tribus nómades antecesoras de los judíos que, en el año 2000 AC, penetran en Canaán y se ponen en contacto con los cananeos, tiene ritos muchos más sencillos. Por ahora son clanes y tribus independientes que, no pueden distinguirse por un determinado territorio, sin embargo, también ellos tienen en común una primitiva religiosidad. Cada cual con el ‘dios del antepasado': el dios de Abrahán, el de Jacob, el de Isaac. Cuando se plasme su unificación nacional lo harán emparentando a sus antepasados en un supuesto antecesor común. El clan de los descendientes de Jacob, el clan de Israel, el clan de Abrahán, con el tiempo se unirán y establecerán entre estos personajes legendarios relaciones de parentesco. La unidad de la nación se sostendrá en un supuesto origen común. Finalmente, Abrahán se convertirá en el antepasado por excelencia del conjunto de los judíos. Al mismo tiempo todos los dioses tribales se habrán transformado en uno solo y, para nombrarlo, usarán el nombre del cananeo ‘El' o, mejor, su plural, ‘Elohim', añadido a un dios norteño ‘Yahvé'.

Pero, hacia al año dos mil AC el de Abrahán es solo uno de estos clanes independientes y su divinidad un pequeño dios tribal.

Aunque nómade, se establece más bien hacia el sur de Palestina, vecino al lugar donde se mueve el clan de Isaac, ambos alrededor de la ciudad de Berseba . Esta ciudad es históricamente importante porque allí precisamente los cananeos rinden culto al viejo dios ‘El', bajo el nombre de ‘El-Olam', ‘el dios antiguo' –o como después lo traducirá el latín, ‘el Dios eterno'-.

Pues bien, a diferencia de Baal, El-Olam no aceptaba sacrificios humanos. Los miembros de las tribus o clan de Abrahán no tendrán pues inconvenientes para frecuentar el santuario de ese dios. Y corría allí la leyenda de que, en cierta ocasión, cuando se estaba a punto de sacrificar un niño sobre uno de los altares de Berseba, El-Olam había intervenido para impedir la brutalidad de tal inmolación. Desde entonces se había instaurado la costumbre, en ese lugar, de inmolar un animal en sustitución del niño destinado al sacrificio. Quedaban así abolidos, mediante esa leyenda, los sacrificios humanos.

Cuando el clan de Isaac llega allí -y terminará apropiándose no solo del territorio sino de la misma ciudad y el templo-, en esta progresiva formación del pueblo de Dios que, inspirado paulatinamente por el Espíritu, va conociendo cada vez más a Dios y a sus exigencias, adopta sin más este relato, cambiando el nombre de los personajes.

Lo utiliza, antes que nada, para mostrar como el ‘dios de Isaac' y el ‘dios de Abrahán' que asumen ahora también el nombre ‘El-Olam', el ‘Dios eterno', no quiere de ninguna manera sacrificios humanos, esa plaga de la antigüedad y el paganismo. Vean Vds. cómo, lentamente, comienza la labor de purificación religiosa y ética que culminará con la revelación plena del Nuevo Testamento.

Pero esta historia que adoptan estos clanes -y que, cuando se fusionan los clanes de Isaac y Abrahán, muestran al primero como hijo del segundo-, toma su forma casi definitiva recién mil doscientos años después, en el Reino del Norte, justamente cuando éste está a punto de ser destruido por los asirios. Se reescribe el relato en estas tremendas circunstancias, cuando no se ve qué esperanza puede caber par los israelitas frente al poder enemigo, que efectivamente aniquilará a Israel.

Es entonces cuando los teólogos del norte llegan a descubrir una de las leyes más paradójicas de la pedagogía divina: “la ley del fracaso aparente”, destinada a levantar las esperanzas israelíes aún en las situaciones más desesperadas. Y esto está perfectamente reflejado en el relato que hemos escuchado y que, en su forma actual, pertenecería a está época.

Los redactores definitivos consideraron que la antigua leyenda de Berseba ilustraba perfectamente la historia del pueblo de Dios, Isaac o Israel, condenado al sacrificio, al exterminio, pero salvado siempre por Dios de manera inesperada.

Así, de ser una crítica a los sacrificios humanos, finalmente, el relato tiende a describir los rarísimo métodos de Dios. Va preparando a los creyentes a comprender los fracasos, los terribles momentos de oscuridad y dolor en los cuales puede Dios permitir que el hombre caiga, para salvarlo después. Como hace con Isaac.

Este es el sentido de la segunda lectura que hemos escuchado y en la cual nos hemos detenido, pero que se conecta con las otras de la Vigilia, en cuanto todas ellas, de una manera u otra, nos muestran una etapa de la progresiva revelación por medio de la cual Dios ha ido iluminando la vida de Israel.

Por esas lecturas, la de la creación, por ejemplo, (Lectura 1ª: Gn. 1,1 – 2,2) sabemos que Dios no tiene como ‘adversario' el mal –que, en los mitos cananeos, se personificaba por Yam, el mar, o Leviatán, que pelean contra Baal-. No. Dios no pelea con nadie. Dios ‘crea' al mar. Nada ni nadie puede ser enemigo de Dios a ese nivel divino. El mar no será sino un elemento de los que componen el universo, y Leviatán, como dicen los salmos, le sirven ‘para jugar'. Y aún en sus fuerzas destructivas será usado por Dios para bien de los suyos.

Todo lo que crea Dios es bueno y lo crea para el hombre. A quien hace surgir a la existencia no para dejarlo en manos de la muerte, para Mot, sino para la vida.

Aunque, a veces, como en el relato de Abraham y de Isaac, sus planes sean difíciles de entender.

Y el que no quiere la muerte de los hombres no queda en expresión de deseo, sino que lo hará intervenir activamente para salvarlo, cuando el hombre sea amenazado. Es lo que recuerda el épico relato del Éxodo (Lectura 3ª: Ex. 14, 15 - 15,1) . Aun las mismas fuerzas del mal que el hombre desata con su libertad -y personificadas por Egipto- son vencidas por Dios en el bautismo del Mar Rojo, también recuerdo de Yam.

Y en todo esto, insiste Isaías, (Lectura 5ª: Is. 55, 1-11) a veces no entenderán porque “ los pensamientos de ustedes no son los míos, ni los caminos de ustedes son mis caminos ”. Pero háganme caso y “ comerán buena comida. Escuche bien y vivirán ”. Y más: “ si el malvado abandona su mal camino el Señor tendrá compasión ”.

Porque en esto machaca constantemente el AT: Dios siempre quiere el bien del hombre. El mal nunca lo produce Dios. Quizá males que ‘parecen' males, porque no los entendemos, pero que Él quiere finalmente para nuestro bien. El verdadero mal lo produce el hombre usando mal del don de su libertad. Porque, como escuchamos a Ezequiel, (Lectura 7ª: Ez 36, 16-28) profanan la tierra con su conducta, con la sangre que derraman, con los ídolos que adoran, con las injusticias que cometen”.

Pero ni siquiera todos esos males que produce el ser humano con sus egoísmos, con su alejarse de Dios, con sus envidias, con sus odios, con sus concupiscencias, desvían a Dios del propósito de llevar al hombre a la vida: “ los rociaré con agua pura. Los purificaré de todas sus impurezas y de todos sus ídolos. Les daré un corazón nuevo y ponderé en ustedes un espíritu nuevo; les arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne ”.

Y allí se quedaba el Antiguo Testamento, con esta fe inquebrantable en el poder y la bondad de Dios y con una admirable esperanza que, al fin y al cabo, solo se sostenía en hechos legendarios del pasado y que prometía la prosperidad de un pueblo futuro. Porque, en realidad, nada decía de los destinos individuales. No podía dar explicación del sufrimiento y de las muertes personales. ¡Eso si que era esperar contra toda esperanza! ¡Admirable la fe de los judíos de antes de Jesús!

Por eso, cristianos, Pascua es hoy, para nosotros, el momento de la luz y de las campanadas de alegría, y del agua que quita la sed y da Vida definitiva. La Resurrección de Cristo nos habla, ahora sí, del fin admirable a donde Dios quiere conducir a su Pueblo y a cada uno de nosotros desde el envión de la creación y de la historia del hombre y de Israel.

Al fin entendemos por qué, para alcanzar esa Vida para la cual crea al hombre, nos exige Dios caminos que no entendemos y que no quisiéramos transitar. Y por qué han de ser diseñados por pensamientos que no son los nuestros.

Y es que nuestros senderos, nuestros planes, son meramente humanos. Solo pueden imaginar una felicidad humana; solo pueden concebir un paraíso a nuestra corta medida de hombres.

Pero Dios quiere darnos muchísimo más: Su Felicidad divina. Y, para eso, no tiene más remedio que conducirnos por caminos no humanos, incomprensibles. Pero no porque ambiguos o incoherentes, sino porque divinos. Si queremos revestirnos del traje de rey, tenemos que dejar nuestros amados harapos. Si queremos ser ascendidos al puesto divino, debemos abandonar nuestra querido rincón de cadetes. Si aceptamos ser levantados hasta la vida de Dios, tenemos que dejar nuestra vida de hombre. Como dice San Pablo “ si nos identificamos con Cristo por una muerte semejante a la suya también nos identificaremos con Él en la Resurrección ”.

No ya para el interminable ciclo de la primavera y del invierno, de Baal rescatado otra vez a la vida pro Astarté. No: no se trata de un rescate, de un regreso; es una elevación, una transformación, un paso a través del mar rojo, en el cual la muerte, el aparentemente peor de los males, es detenida por la mano del Ángel y, simbólicamente, en la zambullida del agua del bautismo, nos transforma el corazón de piedra en corazón de carne, alentado por el espíritu de Dios.

Eso nos dice, pues, la Pascua que hoy celebramos: Dios ha creado al mundo y al hombre para la Vida. No quiere ni el mal ni la muerte definitiva. A pesar de que nuestra mente a veces no pueda, por más que quiera, descubrir el bien que traen ciertos aparentes males, aparente fracasos.

Tampoco Dios tiene adversarios de su nivel, todo lo que no es El es creatura. Solo la libertad del hombre abusada, es capaz, ella sí, de engendrar verdaderos males. Pero también estos males, y aún el pecado, los vence Dios y los supera con su infinita misericordia –“¡oh feliz culpa!”--. Dios no quiere el castigo sino la conversión a la vida. El que obstinadamente rechace la misericordia y el don divino lo hará contrariando el querer de Dios.

Sí, eso nos dice la Pascua. Dios es más fuerte que el pecado. Dios es más poderoso que la muerte. Y eso lo ha demostrado en Cristo quien, en el límite, como Isaac, ¡más allá del límite!, en la juntura misma de todos nuestros dolores que asumió en la Cruz, de todos nuestros pecados que se agolparon siniestros y mortíferos en la angustia de su alma abandonada, en la juntura misma –digo- de todo ese horror, en el abismo de la muerte en la cual Cristo se sumerge, el brazo de la nada ha de detener su puñalada fatal y la tiniebla relampaguear con nueva luz y correr las aguas de la vida. Allí Cristo conquista la gloria de Dios, la derecha del Padre.

Allí donde también a nosotros nos conduce la luz de Jesús y, a través de la muerte, la correntada fresca y alegre de las aguas de nuestro bautismo.

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