1997 - Ciclo A
VIGILIA PASCUAL
SERMÓN
"Yo, Ciro , rey del Universo, gran Rey, rey fuerte, rey de Babilonia, rey del país de Sumer y Akkad, rey de las cuatro partes del mundo, hijo de Cambises, nieto de linaje perpetuo de realeza, entré pacíficamente en Babilonia y establecí mi morada soberana entre júbilo y alegría. Mis tropas numerosas entraron pacíficamente en Babilonia y no permitieron revoltoso alguno en todo el país de Sumer y Akkad. Guardé en bienestar a la ciudad de Babilonia y todos sus lugares de culto. A los habitantes de Babilonia que, contra la voluntad de los dioses, habían soportado tiranía procuré alivio, aflojé sus ataduras [...] Todos los reyes del mundo que se sientan en tronos en todas partes me trajeron su magnífico tributo y besaron mis pies. A todas las ciudades devolví sus dioses y reuní a todas sus gentes y las volví en libertad a sus lugares de origen"
Es el texto de un cilindro de arcilla de hace dos mil quinientos años, desenterrado en las excavaciones de la antigua Babilonia, antes de la guerra de Irak e Irán.
Y su tenor nos resulta interesante porque corresponde y es contemporáneo a tres de los pasajes del Antiguo Testamento que hemos leído en nuestra Vigilia Pascual: el 'poema de la creación' (Gn. 1, 1 - 2, 2), del cual hemos escuchado un fragmento, y los dos pasajes de Isaías (54, 5-14 y 55, 1-11), porque, muy probablemente, estos tres documentos han sido escritos precisamente en Babilonia y pocos años antes de los acontecimientos que Ciro, el conquistador persa, describe en su tablilla.
Como Vds. saben lo que hace Ciro es conquistar -después de haberse paseado triunfalmente desde Asia Menor hasta Afganistán recogiendo, entre otras cosas, las inmensas riquezas de Creso, rey de Libia- el imperio neo-babilónico que, sobre el asirio, había construido Nabucodonosor. Este mismo Nabucodonosor que, en el año 586, y en castigo por haberse puesto su rey al lado justamente de los asirios, había tomado y arrasado Jerusalén y deportados sus habitantes a Babilonia.
CONQUISTAS DE CIRO
Nadie puede imaginar lo que este tremendo desastre significó para los judíos. Ellos vivían en la confianza que la propiedad de la Tierra Santa asegurada por sus oráculos desde los tiempos de Abraham, de la Alianza con el pueblo hecha por Moisés mediando las normas de Su Ley, de la perpetuidad de la dinastía de David , de la presencia de Yahvé en su templo de Jerusalén ... Pues bien, todo eso había sido destruido, liquidado, desaparecido. La tierra prometida había sido poblada por colonos asirios; ni de la ciudad santa ni del Templo quedaba nada; la dinastía davídica había sido exterminada. Y allí estaba ese pobre resto viviendo, desterrado, en medio de un pueblo extranjero. Viendo como los dioses de los babilonios Marduk o Sin eran glorificados como vencedores de Yahvé.
Entre los escritos que hoy se incluyen en el libro llamado de Isaías, figura la predicación de un profeta que surge entre estos desterrados. Se encuentra en los capítulos 40 al 55. Los capítulos anteriores pertenecen al Isaías primero, que había actuado doscientos años antes. De allí que al autor de estos quince capítulos se le llame, en nuestros días, el Segundo o Déutero-Isaías. En su obra -de la cual hemos extraído, como ya dijimos, dos de nuestras lecturas de hoy- resuenan las quejas y perplejidad de los infelices desterrados. " Oculto está mi camino para Yahvé, no hace caso de nosotros; a Dios no le importa la justicia " o, en otro pasaje: "Yahvé nos ha abandonado; el Señor nos ha olvidado" o "los dioses extranjeros son más poderosos que Yahvé "
Es que, hasta entonces, Israel no ha comprendido todavía quien es Dios, quien es Yahvé. Yahvé en la concepción judía no pasa aún de ser el dios nacional de los judíos alrededor del cual se habían unificado las doce tribus de Israel que habían identificado sus respectivas deidades clánicas -el 'dios de Jacob', el 'dios de Abrahán', el 'dios de Isaac', al 'Yahvé' de Moisés. Porque hoy es reconocido que Yahvé, muy probablemente, sea originariamente una divinidad del Sinaí que, luego, será interpretada -por su afinidad etimológica con el verbo 'ser' hebreo- como "el que es". El "Yo soy el que soy" de la zarza ardiente.
Al concepto de Dios que se vive en la época de Jesús no crean que el pueblo judío llega desde el comienzo. Fue un lento trabajo el que hizo Dios con ese pueblo para instruirlo y revelársele tal cual es. En los estratos más antiguos de la Biblia podemos reconstruir que, arcaicamente, Dios es, para los primitivos hebreos, como una especie de ángel, genio tribal, totémico, que los ayuda, sobre todo en los combates o como guía de sus trashumancias. Más adelante, en contacto con las religiones cananeas que adoran a Baal, señor de la naturaleza, irán enriqueciendo los atributos de su dios también con esos poderes: hacer llover, hacer crecer la mies, dar fertilidad a los campos y animales. Al mismo tiempo y desde una relación casi supersticiosa, llena de tabús y prohibiciones rituales, Dios irá apareciendo, poco a poco, no sólo como guardián de pactos y contratos sino como dador de leyes éticas y celoso por la moral.
Sin embargo, y todavía poco antes del destierro, en la concepción de los judíos, al menos del judío medio, el dominio de Yahvé no va mucho más allá del territorio de Israel. Recuerden Vds. el episodio de Naamán, el sirio (2 Rey 5, 1-17), que es curado de la lepra por Yahvé al bañarse en el Jordán por indicación del profeta Eliseo. Naamán, al darse cuenta del poder de Yahvé quiere llevarse un carro lleno de la tierra de Israel para poder seguir teniendo la protección de Yahvé en su propia patria.
¿Se dan cuenta, pues, Vds. la situación religiosa de los desterrados? Antes que nada, ¿cómo van a seguir creyendo en Yahvé, que se ha mostrado menos poderoso que Marduk? Los antiguos pensaban que, cada vez que un pueblo luchaba contra otro aquí en la tierra, sus dioses tutelares luchaban, al mismo tiempo, en el cielo y, de la victoria de arriba, dependía la de abajo. El desastre de Israel por manos de los babilonios demostraba, pues, palpablemente que Yahvé había sido derrotado por Marduk.
Por otra parte ¿cómo seguir dando culto a Yahvé en una tierra que no era la suya?
Así pues, frente al fracaso aparente de toda la historia de Israel y por lo tanto de todas las promesas y oráculos de su Dios, impotente e incumplidor, los judíos sentían la tentación inmediata de abandonarlo y dedicarse al culto de los ídolos, del espléndido Marduk, triunfante divinidad de Babilonia.
En el magnífico museo de Berlín Oriental, anterior a la guerra, pero que aún hoy se puede visitar con el permiso de los comunistas -los alemanes occidentales no pueden entrar- es posible admirar la espléndida Puerta de Ishtar -un arco triunfal que estaba al comienzo de la gran avenida de las procesiones que unían el palacio real de Babilonia con el gran templo de Marduk-. Les puedo asegurar que, tanto la entrada como el corredor que le sigue, son impresionantes, monumentales y bellísimos. Cubiertos de cerámica azul con bajo relieves dorados. Notable cómo los alemanes, a principios de siglo, pudieron desmontarlas, transportarlas a Berlín y volverlas a armar. ¡Lo que les habrán impresionado a los judíos que venían de su provinciana Jerusalén en un día de ceremonias sagradas!
Sí, ¡terribles años 586-538! Tiempo de desesperanza, de tentación de abandono. Todo se ha perdido. Todo aquello en lo cual confiaba y se apoyaba Israel ha desaparecido: la patria, la religión, los mejores hijos caídos en combate...
Pero es allí donde la Revelación pega un salto fenomenal: un autor de la casta sacerdotal, anónimo, con su escuela de pocos fieles que siguen escrutando la palabra de Dios, compone el maravilloso himno que nosotros conocemos como el 'relato de la creación' y que' en nuestra Biblia' está hoy colocado como pórtico y prólogo de la Sagrada Escritura. Allí, por fin, Yahvé escapa a toda identificación con las fuerzas de la naturaleza, con el cielo o con la tierra, con el sol -como Marduk- o con la luna, con el viento o con el mar, con un determinado territorio o templo, con animales totémicos o monstruosos. Yahvé -se nos dice-, no es sólo el Dios del Sinaí o de las tribus de Israel o del territorio de Judá: Yahvé es ¡el Señor del Universo! y todo lo demás es creatura . No existe ninguna divinidad opuesta a Él. Marduk es sólo un ídolo, como lo son las fuerzas naturales divinizadas o los genios nacionales adorados por los paganos.
Y, por eso, Yahvé puede y debe ser adorado en cualquier país, en cualquier lugar y los judíos ¡pueden seguir confiando en Él! Porque no se trata sólo de un diosecito más o menos capaz de hacer llover o garantizar el éxito de alguna empresa si se le pide con suficiente vehemencia tratando de atraer su atención y manejarlo de acuerdo a nuestros planes y deseos humanos, sino que se trata del Señor del Universo, Dueño de la historia. Dios sin cuyo poder y querer no se cae un solo pelo de nuestra cabeza, no nosotros subsistir un solo instante, ni un electrón girar alrededor de su núcleo, ni una mísera bacteria moverse en nuestro torrente sanguíneo, ni una galaxia desplazarse en su espiral.
Ese, el Señor de cielos y tierra, de átomos y estrellas, de pueblos y de historia, es el que ha establecido un pacto -¡una promesa!- irrevocable con Israel y, aunque por su grandeza inconmensurable, esté fuera de toda comprensión humana, (como afirma Isaías que, para la misma época, ha sacado idénticas conclusiones -porque " mis planes no son vuestros planes y mis caminos son más altos que los vuestros "), lo mismo, todo, aún la oscuridad y las tinieblas, son criaturas de Dios y dirigidas para bien del hombre. " Y vio Dios que todo era bueno ".
Por eso Isaías -que comparte la concepción de los sacerdotes que componen el himno a Dios creador de la primera lectura-, llama a la esperanza y a la Fe al pueblo abatido, desterrado, aniquilado. Lean Vds. por su cuenta esos capítulos sublimes, en donde incluso se habla del sentido del dolor: "¿Cómo se va a olvidar de ti Yahvé? Aunque una madre se olvidara de sus hijos, yo no te abandonaré. Por un instante te abandoné, pero con gran cariño te reuniré... Con misericordia eterna te quiero, dice el Señor, tu redentor.. ."
Y el argumento de Isaías, para sostener, en tan espantosas circunstancias, la esperanza de Israel, es recurrir al concepto pleno de Dios. Dios que crea todas las cosas de la nada , sin necesidad de ningún material, ningún condicionamiento. "Él fue quien te liberó de Egipto; Él podrá sacarte de este estado de aniquilación y de muerte. No importa el poder de Babilonia, ni interesa la indefensión y postración de Judá, ' porque tu esposo es aquel que te hizo.... él se llama Dios de la tierra ...'" " Ah Jerusalén, oprimida, atormentada, sin consuelo . Mira, por piedras te pondré turquesas y por cimientos zafiros, haré tus almenas de rubíes y tus puertas de cristal ..."
Pero más aún. El profeta no se impresiona por el poder de Babilonia, sabe que Yahvé es también el Señor de la historia. Solo Dios sabe el porqué de ciertas derrotas y desastres nacionales; pero todo, al fin, lo maneja para el bien de los suyos. Y, por eso, el Déutero Isaías también anuncia -en pasajes que hoy no hemos leído pero que Vds. pueden encontrar- la venida de un 'ungido', un 'salvador' que vendrá del norte (algo así como la salvación que vendría de Córdoba que atribuyen a profecía de Don Orione). Ese ungido, el liberador, ese salvador, será, precisamente, Ciro, el persa, el indoeuropeo. Con otra concepción de vida que la brutal de los semitas asirios y babilonios y que, efectivamente, -como lo hemos escuchado leído en la tablilla de arcilla- liberará a los pueblos sometidos a Babilonia, tomará la ciudad y permitirá -contra toda esperanza- volver a los hebreos a su tierra y reconstruir su ciudad y su pueblo.
Todos sabemos lo que luego siguió. Las cosas no fueron tan espléndidas como se esperaban; los judíos no sacaron las consecuencias implícitas en esta concepción del Yahvé, Señor de todos los hombres y creador del universo. Siguieron queriéndolo usar como una fuerza puramente nacional, a favor de los solos judíos y, además, encaminada a garantizarles la prosperidad en este mundo.
Se equivocaron. Y Dios los probó una y otra vez, y cayeron en manos de los griegos y luego de los romanos. Porque ese Dios que se había revelado -a través de esos sacerdotes estudiosos en el destierro y del Déutero Isaías- no solo quería llegar a todos los pueblos, sino que quería dar al hombre una tierra prometida -"cielos nuevos y tierra nueva", como escribe el mismo Isaías en otro lugar- no sujeta ni a destrucciones, ni envejecimiento, ni a muerte.
Y eso lo aprendió, finalmente, la parte fiel de Israel -y de allí el mundo- a través de Jesucristo.
Porque el Viernes Santo es como una especie de nuevo y total destierro. Todas las esperanzas que había despertado el Hijo de David -de independencia, de liberación, de tierra prometida- fueron, como burla cruel, crucificadas y destruidas en el patíbulo ignominioso de la cruz. Nada quedaba sino huir y protestar y llorar. Pero, otra vez, Dios, el creador del universo, el que enciende la luz del día, el que crea y sostiene todo sobre la nada, vuelve a encender en las tinieblas su cirio pascual, rescata a su ungido, el nuevo cirio, vuelve a cabalgar victorioso sobre Babilonia. La muerte es destruida. Es creada la definitiva patria, el cielo nuevo y la tierra nueva de la Resurrección.
Porque, aunque Dios está más allá de todas nuestras pobres concepciones, sabemos que su omnipotencia y su sabiduría están para sostener su amor por nosotros. Ningún destierro, ruina, destrucción, dolor, enfermedad o muerte puede terminarnos; todo entra dentro de sus planes a veces incomprensibles. Pero, aún en el peor horizonte de tinieblas y desgracia, siempre podremos oír llegar los cascos luminosos del caballo de Ciro, nuestro Cristo Resucitado, definitivo vencedor.