Sermones de pENTECOSTÉS

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

2005 - Ciclo A

PENTECOSTÉS
(GEP 15/05/05)

Lectura del santo Evangelio según san Juan 20, 19-23
Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y, poniéndose en medio de ellos, les dijo: "¡La paz esté con vosotros!" Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con vosotros! Como el Padre me envió a mí, yo también os envío a vosotros". Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Recibid al Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que vosotros se los perdonéis, y serán retenidos a los que vosotros se los retengáis".

SERMÓN

Uno de los protagonistas más conocidos -quizá en segunda línea- de la Revolución Francesa fue el Padre Emmanuel Sieyès , clérigo católico nacido en Frejús en 1748 que, finalmente, abandonó los hábitos. Habiendo entrado en el seminario sin vocación, impulsado por sus padres, era vicario cooperador en Chartres cuando, ya difundidas las ideas revolucionarias y masónicas entre los dirigentes franceses, escribe, en Enero de 1789, un librito que se hará célebre y que aún sigue por allí vendiéndose: «Qu'est-ce que le Tiers Etat?» "¿Qué es el Tercer Estado", que será uno de los textos fundamentales de la Revolución.

Elegido, llevado por la difusión de esta obra, diputado para los Estados Generales, Sieyès es el que propone, el 17 de Junio de ese mismo año, transformarlos en una única Asamblea Nacional, liderada precisamente por el Tercer Estado. Redacta el juramento de 'Jeu de Paume', que será la base de la posterior "Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano" y, aunque siempre se sentó en las bancas del centro, entre los girondinos a la derecha y los llamados 'montañeses' - Robespierre , Danton , Marat - a la izquierda, votó el 14 de enero de 1793 la condena a muerte del Rey, Luis XVI .


Pero, aunque sus ideas eran jacobinas, Sieyès, que no era tonto, desconfiaba de la democracia popular. Una de sus frases célebres sobre las masas fue: "quieren ser libres y no saben ser justos",«Ils veulent être libres et ne savent pas être justes». De todos modos tampoco está con la democracia burguesa, 'gobierno de abogados', sostiene: "nación de monos con laringe de cotorras","Une natione de singes de larynx de parroquets ".

En 1791, renunciando al Club de los jacobinos, del cual había sido uno de los fundadores, y juntándose con La Fayette, llega a la conclusión de que lo único que podría llevar a buen puerto las ideas masónicas y revolucionarias sería un hombre fuerte, un militar. "Je cherche un sabre", "Busco un sable", decía. De allí que se hace decidido partidario del Directorio y, seguidamente, de Napoleón Bonaparte. En 1808 será nombrado por éste 'Conde del Imperio'. Debe exiliarse durante la 'Restauración' y vuelve a París recién en 1830 donde muere en el 36, a los 88 años, fiel a su apostasía masónica.

Mientras tanto, en algún momento de su ajetreada vida, entre otras cosas -de allí le viene la comparación del mono y la cotorra-, escribe un libro poco conocido llamado "El Cerebro y el instinto", en donde sostiene que, debajo de su parte humana, coexisten en ese órgano, zonas animales sumamente primitivas que tienen dividido al hombre haciéndolo aproximarse a la realidad diversamente: a veces como humano; a veces como bestia.

Esta teoría, con bases más científicas, fue renovada, a principios de la década de los 70, por el neurólogo Paul Mac Lean -en 1997 nombrado director del Laboratorio de Evolución Cerebral y Conducta del Instituto Nacional de Salud Pública de California -. Mac Lean propone, retomando -a lo mejor sin conocerlo- la teoría del P. Sieyès, que el cerebro humano es 'tres en uno': (a) el cerebro de los reptiles o 'reptiliano' o 'complejo R', donde tienen lugar el celo y la agresión; (b) rodeado por el cerebro de los mamíferos o sistema 'límbico', el de las que llama emociones; y (c) el 'neocórtex', donde se forja la inteligencia lógica y conceptual. Los tres habrían sido incorporados el uno sobre el otro en nuestra evolución biológica y el último sería "sin duda -según Paul Mac Lean- la incorporación evolutiva más moderna" .


Mac Lean cree haber demostrado "que el complejo R desempeña un papel importante en la conducta agresiva, la territorialidad, los actos rituales de apareamiento y sumisión, y el establecimiento de jerarquías sociales". Su denominación proviene de que el referido científico encontró gran afinidad de esta parte de nuestro cerebro con la de los reptiles.

La capa siguiente, la límbica, le sigue en antigüedad y es denominada también 'paleomamífera' o 'cerebro mamífero', envolviendo al 'cerebro reptil' y conectado a la Neocorteza. De acuerdo a Mac Lean compartimos este cerebro con los mamíferos inferiores y -escribe- "está básicamente relacionado con las experiencias y expresiones de emociones tales como el amor, el altruismo, la alegría, el miedo, la depresión", y multitud de detalles, como la sensación, por ejemplo, de caerse, cuando uno está dormido, en la cama. (Del tiempo en que se descansaba en las ramas de los árboles.) Este cerebro está considerado como la conexión entre el viejo cerebro reptílico y la neocorteza; por eso se llama 'límbico', de 'límite', como nuestro termino 'limbo'.

El último cerebro, el 'neocórtex' o 'neocorteza', 'corteza nueva', sería el cerebro más joven. El que permitió el desarrollo del Homo Sapiens ; el que nos hace pensar, hablar, percibir, imaginar, analizar y comportarnos como seres civilizados y en donde una serie de neuronas están dedicadas a la producción del lenguaje simbólico, la lectura, la escritura, la aritmética. Es capaz de procesar las señales que recibe del entorno y encontrarles sentido, concebir ideas y combinarlas creativamente.

De acuerdo con Mac Lean cada uno de estos tres cerebros (o cerebro 'triúnico') correspondería a un período evolutivo. Mientras el primero, el reptílico, contaría ya con 260 millones de años al menos de experiencia, el tercero, el neocórtex tendría en sus etapas noveles la escasa edad de 500 mil años. En el hombre se encuentran -sostiene- conectados, pero tienden a operar de manera individual, con "personalidad" propia. De tal modo que los "tres cerebros" de Mac Lean se complementan, pero también se oponen entre sí, además de no tener una predominancia claramente definida uno sobre otro.

Según Mac Lean el hombre estaría transitando la etapa de imposición del neocórtex sobre el sistema límbico y el complejo R. Y aún todavía habría multitud de casos retrasados de luchas aún más primitivas entre lo reptílico y lo mamífero. Esto originaría que distintas personas tuviesen reacciones diferentes frente a los mismos hechos según el grado de su propia evolución. Evolución que se mediría, en el hombre, por su resistencia o no a "ceder a los impulsos emanados del cerebro del reptil"


Sus conclusiones fueron divulgadas por pensadores como Arthur Koestler , Carl Sagan y Edgar Morin . Visión triádica que ha comenzado a tener un impacto sorprendente -me llegan por Internet decenas de propagandas de cursos de diversas disciplinas que tienen en cuenta esta teoría- tanto en la medicina como el la pedagogía, pasando por la ciencia política y la ética, y llegando menos, desdichadamente, a la filosofía -que tendría que reflexionar sobre estas hipótesis- y, tanto menos, a la teología.

Porque lamentablemente si bien es cierto que Mac Lean ingenuamente defiende que lo humano se define por el neocórtex, la inteligencia ilustrada por la cultura, muchos pensadores de los campos psicológico o político -muchos de extracción marxista y freudiana- niegan que pueda determinarse en estos tres niveles una escala de valores. O, peor, los hay quienes niegan que el complejo R y el sistema límbico hayan de servir y subordinarse al neocórtex, sino al contrario: es el neocórtex el que debe ponerse al servicio de aquellas capas más originales y vitales -según éstos-. El intelecto al servicio del reptil, del mamífero, de la agresión, del dominio, de los placeres, de las emociones animales.

Lo reptílico sería, tanto en la vida privada como la social, la norma suprema. La depredación de los débiles por el más fuerte, el más astuto, en el manejo de los instintos gregarios de las manadas, de las masas. El reptil superhombre con derecho a imponerse sobre todos sus semejantes sin ni siquiera respetar la solidaridad o altruismo mamíferos, tanto menos las normas de la razón, los controles de la prudencia y la justicia.

Estas tesis ya habían sido sostenidas, hacia los años 30, por Luis Klages , alemán, quien afirmaba que el espíritu era el gran enemigo de la vida. O por el biólogo Alzberg que diagnosticaba que el neocórtex era una especie de tumor monstruoso que arruinaba la vida del hombre, impidiéndole seguir sus instintos vitales.

El P. Sieyès y su Revolución Francesa no eran incoherentes, pues, cuando queriendo, en nombre del pueblo, destronar al Rey subordinado a la Ley de Dios, en nombre de ese mismo pueblo, imponía la tiranía de Bonaparte al servicio de las castas dominantes, ahora sin subordinación a ley divina alguna sino a las dictadas por el triple cerebro del hombre. Sociedad de gozos y placeres mamíferos estructurada en jerarquías reptílicas servidas por el neocórtex, degradado de su función humana y trascendente.

Trascendente, sí, porque la inteligencia humana no está hecha para multiplicar el placer, ni instrumentar el mundo ni, mucho menos, al prójimo detrás de fines inhumanos, sino para posibilitar al hombre su relacionarse justo y bueno con los demás y con los valores propios de su función: alcanzar belleza, arte, ciencia, saber, auténtico amor o amistad, al mismo tiempo que poner a su servicio, no al revés, las subordinadas potencialidades reptílicas y límbicas. Pero sobre todo está hecha, en la indefinición infinita de su objeto, para abrirse a una vitalidad mucho más plena y grande que la de los reptiles, los mamíferos e, incluso, de lo puramente humano. La inteligencia del hombre esta hecha porque Dios, su Creador, quiere transmitirle Su propia Vida divina. Quiere ofrecer a esa su insaciable hambre de ser, amar y vivir, Su propio infinito ser, Su espíritu.

Y el hombre está llamado, en libertad, o a volverse hacia el llamado de Dios y vivir de Su Espíritu, o recurvarse -tal decía San Bernardo - sobre si mismo, al hechizo de su ser puramente humano y de sus instancias límbicas o reptílicas.

Volviéndose hacia si solo logrará, en su propia individualidad o en la familia o la sociedad, la lucha sin cuartel de su cerebro 'triúnico' desintegrado, compitiendo una capa contra la otra, y declarando, finalmente, la soberanía de lo más primitivo y caótico, servido por la razón instrumentando la pura fuerza de la ira jurásica, a la vez que el desmadre y abuso de los -de otro modo legítimos- gozos de lo límbico.

Así interpretaban el desorden del pecado los viejos autores medioevales. Lo material rebelándose a lo biológico -en la enfermedad y la tiranía del tener o no tener, en la esclavitud del trabajo-; lo biológico rebelándose a lo racional -en las pasiones descontroladas de la concupiscencia y de la ira-; precisamente porque lo racional declarando su independencia, campeando por sus propios fueros, se había rebelado contra Dios cortando así su flujo de salud y de equilibrio sanante.

A las antiguas programaciones reptílicas, a las límbicas, a las puramente humanas destroncadas de la realidad y de lo divino, al 'homo sapiens', Dios ofrece la programación de los hijos de Dios, su Espíritu. Programación nueva que, más allá de normas o de leyes o de pulsiones éticas o etológicas, se plasman en el 'hijo del Hombre', el hombre verdadero, el hombre unido a Dios, Jesucristo. El es quien vivificado por la vida de Dios, el Espíritu divino, el Espíritu Santo, nos muestra el programa -en fe, esperanza y caridad- de la auténtica realización. El es quien sublima, integra y equilibra todas las fuerzas del hombre -las categoricemos en términos tradicionales o en los de las categorías de Mac Lean-. Al reptil prepotente o degradantemente sumiso; al mamífero sentimental y obtuso, miedoso y conforme de saciedades elementales; a la inteligencia incapaz de encontrar sentido en su sin rumbo en esta tierra o en su servicio a sus capas inferiores, Cristo ofrece el programa maravilloso de Su propia vida, el programa de los santos, ellos sí mamíferos superiores. Inteligencias iluminadas por la luz de la fe; sentimientos elevados por el amor de Dios; miedos superados por la Esperanza ; fuerza y jerarquías transformadas en servicio, en don; debilidades trocadas en sobrenatural energía, en santidad.

Porque esa plenitud del hombre en Jesucristo es mucho más que el solo seguimiento del Maestro, de sus enseñanzas, de sus ejemplos. No solo el programa, el ADN, el genoma, el 'saber que hacer', sino la vida, la fuerza para realizarlo, el espíritu que renueva desde adentro, la gracia del Paráclito.

Es esa transformación del hombre la que hoy, Pentecostés, celebramos: la infusión del Espíritu, más allá de las revoluciones políticas de este mundo, más allá de lo reptiliano, de lo mamífero, de la corteza nueva, ¡el cuarto cerebro!: la novedad definitiva del Espíritu de Dios regalado al hombre, la participación de la inteligencia y el amor de Dios, del cerebro y el corazón de Jesús. Ese espíritu que, liberado por su muerte y su Resurrección, Jesús sopla hoy a los Apóstoles, transformándolos en hombres nuevos, definitiva creación, Iglesia de los hijos adoptivos de Dios, vivificados por Su espíritu, destinados a vivir, en la resurrección, que todo lo asume y sublima, aun las capas inferiores de la vida, en la consumación inaudita, inmerecida, maravillosa, sobrenatural, de nuestra propia transformación-Resurrección.

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