1988 - Ciclo B
PENTECOSTÉS
Lectura del santo Evangelio según san Juan 20, 19-23
Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y, poniéndose en medio de ellos, les dijo: "¡La paz esté con vosotros!" Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con vosotros! Como el Padre me envió a mí, yo también os envío a vosotros". Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Recibid al Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que vosotros se los perdonéis, y serán retenidos a los que vosotros se los retengáis".
SERMÓN
El aire es una mezcla gaseosa que envuelve la tierra y se compone de 21 % de Oxígeno, 78 % de Nitrógeno, 0, 9 % de Argón y 0, 03 de dióxido de carbono, más rastros de Neón, Helio, Kriptón y Xenón, cantidades variables de vapor de agua y polvo, más, en las ciudades con colectivos y perros, amoníaco, anhídrido sulfuroso, hollín y deposiciones perrunas secas en suspensión.
Pero de esta mezcla se supo recién a partir de mediados del siglo XVII. Antes, el ‘aire', junto con la ‘tierra', el ‘agua' y el ‘fuego', había sido considerado uno de los cuatro elementos por los filósofos griegos. Y, antes aún, una misteriosa ‘nada'.
Porque, en efecto, el hombre primitivo, no tenía idea de ‘la nada' y, ni siquiera, del ‘vacío'. Lo más vacío que se podía uno imaginar estaba siempre lleno de aire, de tal modo que la máxima nada era el aire inmóvil. De allí que ‘el viento' era algo terroríficamente sorprendente. Movimiento ‘del vacío', energía ‘de la nada'. Es decir pura energía, puro movimiento. Sin duda del orden de lo arcano.
Algo formidable sin duda sucedía, especialmente, cuando soplaba un vendaval, de viento frio o caliente. Modificaciones térmicas, temperamentales de esta energía o poder sustentado en el vacío, pero capaz de derribar bosques, casas y naves.
No era extraño que este viento, en esas culturas primitivas, se pensara que, al ser inhalado y expirado, fuera el causante de inducir la vida en los vivientes. O, también, que cada viviente produjera su propio viento cálido. Una vez que no alentaba más, se enfriaba y moría.
Ese pequeño soplo, surgente del interior de los vivos, era siempre indicio de su vitalidad. Y aún de sus estados anímicos interiores, según fuera anhelante, jadeante, suspirante, resoplante.
En esa mentalidad ¿cómo no pasar inmediatamente a considerar las masas de aires -que se desplazan según las diferencias de presiones atmosféricas, anticiclones y ciclones, como los explica la moderna meteorología- sino como un enorme respirar de algún ser colosal, divino? Anhelos, jadeos y furias de los dioses, cuando desatados en huracán, simún, vendaval, ventiscas, trombas y tifones. Signo de bonanza y vida, en el aura, la brisa, el céfiro.
No es pues extraño que los términos ‘viento', ‘ ruah ' en hebreo, ‘ pneuma ' en griego, ‘ atma ' en indoeuropeo –de allí, ‘ anima ', ‘alma'- ‘ spiritus ' en latín, terminaran por designar simbólicamente la energía que daba la vida, el soplo vivificante, la fuerza que se desplazaba en el vacío y, electrizando al ser inerte, le infundía vida.
Precisamente el relato mítico yavista de la formación del hombre -el segundo relato, el más antiguo y, por eso, más antropomórfico- nos habla de cómo Yahvé-Elohim, después de amasar al hombre como un alfarero con polvo del suelo, le ‘ insufla' –dice- en sus narices ‘aliento de vida'. Y así “ resultó el hombre un ‘nefesh' ”, un ‘ ser viviente' , un ‘ alma' .
Y fíjense qué curioso: también la palabra ‘ nefesh' etimológicamente se refiere a la ‘garganta' por donde pasa la respiración y, efectivamente, termina por designar a ésta. Pero el significado no queda allí, sino que, como los otros términos que hemos mencionada, al final significa simplemente la ‘vida', o el ‘alma'. Cada vez que Vds. en la Escritura lean ‘vida', ‘viviente' o ‘alma', el vocablo hebreo subyacente es, precisamente, ‘ nefesh '.
Pero resulta que lo que al hombre recibe en ese pasaje del Génesis (2, 7) es nada más que un ‘ aliento' , un hálito, un resuello. Y este aliento –‘ neshamá ', en hebreo- lo ha transformado solo en ‘ nefesh ', ‘ psijé ', en ‘ ánima '.
No es de ninguna manera un ‘ ruah ', un ‘ viento ', un ‘ pneuma ', un ‘ spiritus '. Solo Dios tiene ‘ viento' , ‘ ruah' , ‘ pneuma' , ‘ spiritus' , espíritu . El hombre es solo ‘carne' viva, ‘ nefesh' , ‘ psijé' , alma , vivificado precariamente por el ‘ neshamá '.
Por eso cuando se habla en la Biblia del ‘ ruah' , el ‘ viento' o el ‘ espíritu – que podemos escribir con mayúscula, ‘ Espíritu' - ' , simbólicamente se está designando a aquello que constituye la vitalidad propia y exclusiva de Dios , contrapuesta a cualquier otra vitalidad participada, creada, carnal, ‘psíquica' y, por lo tanto, limitada y mortal.
De tal manera que cuando Dios quiere, en el Antiguo Testamento, promover al hombre a una misión de orden especial, más allá de sus posibilidades meramente humanas, carnales, psíquicas -como a los profetas, o a Moisés o a Sansón o a David y descendencia o a Aarón y los sacerdotes- dice la Biblia que les infunde su propio ‘ ruah' , su exclusivo ‘ viento' , ‘ pneuma' o ‘ espíritu' (1)
Pero, superando estas misiones particulares y temporales, el Pueblo de Israel, por medio de sus profetas -Ezequiel, Isaías, Zacarías- avizora un tiempo en que ‘Yahvé-Elohim' hará participar permanentemente de su propio ‘ ruah ', de su propia ‘ vida' a Israel. Eso puede verse gráficamente en la visión de los huesos desecados de Ezequiel, que al soplo del ‘espíritu' se rellenan de carne y de nueva vida. Y, más allá de eso, se vislumbra un tiempo en que ese ‘Espíritu' se derramará sobre todo el pueblo y hará partícipe al hombre de la vitalidad divina.
Pues de eso se trata Pentecostés . Es el momento, en la historia del cosmos y de la humanidad, cuando, más allá de su ‘ aliento' , ‘ neshamá' , ‘ hálito natural', ‘ nefesh' , ‘ psijé' , ‘ anima' , ‘vida' de corto aliento, a través del Mesías, del Ungido, del Hijo de Dios sobre el cual se ha derramado el ‘ espíritu' –ese mismo ‘ espíritu' que cubrió a María con su sombra en el momento de su Concepción; se manifestó sobre Jesús en el inicio de su misión, en el bautismo; y el que lo resucitó y pneumatizó y ascendió al nivel del existir divino- ese mismo ‘ espíritu ', ahora es ‘ soplado ' por Él -como una ‘ fuerte ráfaga de viento '- sobre sus discípulos. Y, también, luego sobre los cristianos, porque Pentecostés se renueva para cada uno de nosotros el día de nuestro bautismo.
Desde entonces, más allá de nuestra vida psíquica, carnal, puro ‘nefesh' apenas vitalizado por nuestro pobre aliento, ‘ neshamá' , comienza a alentar en nuestros corazones el ‘ Ruah' divino, el ‘Espíritu' que hace al vivir trascendente de Dios.
Ese es el Espíritu del cual habla San Pablo y cuyos frutos son “el amor, la alegría, la paz” –todo esos frutos del Espíritu que enumera en su epístola-.
Espíritu que aún no poseemos definitivamente pues intenta ser ahogado por lo puramente humano, por la ‘ carne' , por lo vivificado por el ‘ neshamá' , el ‘ nefesh' , el ‘alma', lo puramente ‘ psíquico' y cuyos frutos son –también lo escuchamos a Pablo enumerar- “las enemistades y peleas, la idolatría y superstición, las ambiciones y discordias” y, finalmente, “la muerte”.
Porque, vean, ya lo hemos dicho muchas veces, la única salida de lo humano es lo divino. Adán tiene que transformarse en Cristo; el hombre psíquico en pneumatizado; el hombre animado en hombre espiritual; el hombre viejo en hombre nuevo. Pero el primero se resiste continuamente, luchando por sus fueros, a esta transformación.
Ese es el desafío que ha encendido en nuestras vidas nuestro bautismo, Pentecostés.
Podemos, pues, dar curso a nuestro yo ‘humano', a nuestras apetencias de esta tierra, a los deseos de nuestro corto aire, ‘neshamá', ‘aliento', alma. Y, de estos anhelos solo recogeremos finalmente ‘aire'. Pero no el aire ‘viento-espíritu', sino el aire puro ‘elemento', pura física, que se burlará de nosotros. Porque encerrados en nosotros mismos a eso retornaremos –‘ polvo eres y al polvo volverás '-. Y, después de evaporada el agua que compone la mayor parte de nuestro peso, disipados los gases de nuestra descomposición, en eso terminaremos: en polvo -un poco de carbono, de potasio, de calcio, de magnesio y de sodio-.
Pero podemos dar también curso al Espíritu que Jesús ha encendido en nosotros. El mismo Espíritu que, en Dios, Amor personal, es el lazo vital y pleno de belleza que une al Padre y al Verbo en la suprema Vitalidad Trinitaria. Y, si crucificado nuestro ‘hombre viejo', infeliz ‘Adán', nos dejamos conducir por ese Espíritu en obras de amor imitante a Cristo, ese Espíritu, tempestad de amor divino, Espíritu Santo, nos transformará para siempre en el ‘hombre nuevo', capaz de respirar el mismo Amor, energía, movimiento, que llena de luz y alegría eterna el convivir divino.
1- Lo propio de Dios en hebrero se designa ‘ santo' , ‘ qadosh' , de allí que en los escritos más tardíos se añada a la palabra ‘ ruah' o ‘ espíritu' el calificativo de ‘ santo' : ‘ espíritu santo' o ‘ Espíritu Santo' .