Sermones de pENTECOSTÉS

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1999 - Ciclo A

PENTECOSTÉS
(GEP, 23-05-99)

Lectura del santo Evangelio según san Juan 20, 19-23
Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y, poniéndose en medio de ellos, les dijo: "¡La paz esté con vosotros!" Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con vosotros! Como el Padre me envió a mí, yo también os envío a vosotros". Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Recibid al Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que vosotros se los perdonéis, y serán retenidos a los que vosotros se los retengáis".

SERMÓN

Entre corchetes [...]: no pronunciado en el púlpito 'brevitatis causa'.
Entre ganchos {...}: agregado oralmente 'claritatis causa'.

Se suele decir que vivimos en un mundo racionalista, que no aceptaría sino lo que es demostrable por la inteligencia, por la razón humana, y que sería escéptico frente a realidades no inmediatamente alcanzables por ella.

Puede que esto sea verdad en determinados campos de la actividad humana -y probablemente en nuestros días los más serios- como el mundo de la ciencia en general, donde impera el método, la investigación, el cotejo constante con la realidad, el rigor lógico y matemático. Pero el lamento generalizado entre los países del primer mundo -que son los que mayor proporción de su presupuesto dedican a la investigación científica- de lo difícil que es actualmente encontrar estudiantes que se dediquen al saber científico, pueden hacernos dudar de que exista realmente una vocación generalizada en nuestra época al uso riguroso de la razón, y a la disciplina que una utilización correcta de ésta solicita.

'Pensar' es un ejercicio difícil y los medios audiovisuales, televisivos, computarizados, que hoy facilitan excesivamente el ambiguo acceso a la realidad de nuestra juventud, no nos hacen augurar mayor futuro científico, por lo menos para el cerebro de las mayorías.

Por otro lado, en todo aquello que no se refiera a lo científico entendido en su sentido más restringido, como ciencia de laboratorio y limitada a lo físico, por ejemplo en lo político, lo religioso, lo filosófico, aún en lo económico, lo histórico, en gran medida también en lo psicológico -¡no digamos nada de lo ético!- la razón, la investigación seria, el pensamiento estricto brillan por su ausencia. Nadie se atreverá fácilmente a emitir sin pruebas una opinión sobre una ecuación matemática, un principio físico, una teoría astronómica, una estructura biológica... Pero cualquiera se cree dueño de opinar -sin haberse detenido antes a estudiar seriamente, a pensar, a reflexionar- sobre un tema de política, de economía, de religión, de moral... Allí impera la opinión, el sentimiento, la corazonada, la improvisación...

Pero no se crea que éstas sean posiciones espontáneas del espíritu humano. Sin saberlo conscientemente -al menos la mayor parte de los 'perejiles' que componen nuestra sociedad; aunque vivan en el barrio norte- dependen, en esta ligereza con la cual se tratan temas tan serios, de pensadores que han demolido conscientemente convicciones tradicionales de la humanidad y, a través de sus discípulos, de las cátedras, del periodismo, de docentes influidos por sus ideas, del arte, del teatro e incluso de revoluciones políticas, han terminado por vulgarizar y difundir sus ideas.

Importantísimos predecesores del desbarajuste del pensamiento contemporáneo han sido los bien conocidos, hasta para los profanos, Arturo Schopenhauer y Federico Nietzsche. Ninguno de los dos grandes pensadores sistemáticos, pero precisamente porque uno de sus caballitos de batalla ha sido criticar acerbamente la razón, la inteligencia, a favor -afirmaban- de la voluntad, del querer, o, como decía el segundo, de la vida.

Es verdad que la razón o inteligencia que criticaban era la iluminista, la kantiana. Ese racionalismo frío de Descartes o de Kant que incluso negaban la existencia de una verdadera realidad fuera de la representación del sujeto. Kant reducía todo el conocer del hombre a las representaciones que éste en su mente formaba de la realidad que, de por si, -sostenía- era incognoscible. El pensamiento sería, para éstos, una construcción meramente lógica incapaz de alcanzar el fondo del objeto, y que, por el contrario, le imponía sus formas, lo cual, en lo ético, significaba normar al sujeto en férreas leyes morales que eran la condición de su realizarse. De raigambre protestante y puritana esta moral kantiana tan extendida en nuestro mundo moderno -siglo pasado y principios de éste- era ideal, entre otras cosas, para el sostenimiento del estado prusiano y sus estructuras cuasi militares.

Arturo Schopenhauer (1788-1860), prusiano él mismo, se rebela frente a esta racionalización coercitiva de todos los aspectos de la vida. Si en esta perspectiva el mundo resulta pura representación, apariencia -afirma- hay algo, en cambio, que es bien nuestro, real e inmediato: por un lado, afuera, nuestro cuerpo, nuestro ser -digamos- biológico - y por el otro, adentro, nuestro formar parte de algo común con todo el resto de los seres, que sería nuestro querer, nuestros deseos, nuestra voluntad. Es el querer, dice, la voluntad, el deseo, -manifestado en el ser humano a través de su cuerpo- la esencia más honda de toda la realidad; no la inteligencia o la razón.

[ El querer es la realidad en si misma y se refleja en el mundo de la representación o las apariencias en una serie ascendiente de realizaciones. Desde los impulsos ciegos de la naturaleza inorgánica, pasando por la orgánica de plantas y animales, hasta llegar a las acciones del hombre guiadas por la razón. Todo en forma de una cadena de deseos sin descanso, agitaciones y luchas. Una continua pugna entre las formas superiores y las inferiores, entrechocando en acciones inseparablemente unidas a miserias e infortunios. Al final, de todos modos, aguarda la muerte: el gran rechazo que recibe este deseo de vivir y que interroga burlonamente a cada uno: "¿ya has tenido bastante ?"

Como se ve, una visión sumamente optimista de la vida, de la cual -al modo budista que tanto influyó en este autor- es solo posible escapar en la pérdida del yo vivida en la disolución con la naturaleza y en la convicción de formar parte de un querer universal con el cual es posible entrar en compasión hasta el instante de la inevitable aniquilación.

Otra forma de escapar a este dolor -que en gran parte es fruto del pensar y de la razón- es proyectarse en la intuición, en el arte, en el cual establece una jerarquía paralela a la de los grados del ser, desde su nivel más bajo -según Schopenhauer, la arquitectura-, pasando por la poesía, hasta el más alto: la música. Sobre todo la música despojada de palabra, de razón. Wagner será profundamente influido por Schopenhauer tanto en su pensamiento, al menos antes de Pársifal, como en su concepción de la ópera. ]

Pero el influjo de Schopenhauer irá muchos más allá: despojando al espíritu de la razón y la sabiduría y privilegiando los poderes del querer, la intuición, la creatividad, la irracionalidad, el deseo, ha estado en el origen -en parte vía Nietzsche- del vitalismo, la filosofía de la vida, el existencialismo, el psicoanálisis freudiano y el inmoralismo contemporáneo. El vivir, el deseo, el puro querer, desnudado de la inteligencia, no puede sino caer en el caos. Aunque esto era precisamente lo que afirmaba Schopenhauer, que el caos era el fondo de la existencia y, por eso, su destino natural, la muerte. {De allí el terrible pesimismo de su doctrina que, a pesar de ello, tuvo multitud de seguidores. Entre ellos, pero} .

Más sanguíneo y terrible [fue] Federico Guillermo Nietzsche , nacido en 1844, muerto sifilítico, sumido en la locura, en 1900. Hijo, nieto y bisnieto de pastores protestantes que lo educaron en la austera disciplina luterana e incluso le hicieron estudiar teología para que continuara como pastor la tradición familiar. Muy pronto romperá con este cristianismo reformado o deformado y se hará furiosamente ateo y anticristiano. También como Schopenhauer plantea la oposición en lo humano entre los dictados de la razón y las ansias del querer o de la vida. Ya tempranamente en sus estudios filológicos sobre la tragedia griega, en Basilea, coloca el origen del arte en el juego de contrastes entre sus dos principales elementos constitutivos, lo apolíneo y lo dionisíaco, adjetivos extraídos del nombre de Apolo y de Dionisios. El primero es el dios de la mesura, de la belleza, de las formas, de la razón, del logos. Dionisio, en cambio, es el dios tracio de la naturaleza, del vino y la embriaguez, el sátiro barbudo de las fiestas orgiásticas de las bacantes. Representa la alegría desbordante del vivir, la exaltación entusiasta de una vida exuberante, triunfante, que se lleva sin trabas morales hasta la ebriedad y el éxtasis. Ambos representan más que dos instintos artísticos: las fuerzas elementales y la esencia misma de la naturaleza identificada con el hombre. [Lo dionisíaco figuraría al caos original de la natura, el mundo de la cosa en si, la pura fuerza; lo apolíneo, al mundo de la apariencia, de la representación, del pensamiento, que nunca coincide con la realidad profunda de la existencia].

Un cierto equilibrio logrado en la tragedia clásica con Esquilo y Sófocles, es según Nietzsche arruinado por Eurípides, que en sus tragedias hace triunfar a Apolo sobre Dionisios. Pero sobre todo destrozado por Sócrates y por Platón que liquidan lo vital y existencial en nombre del pensamiento. Lo apolíneo se transforma en lo lógico, lo racional, y, así, se funda la conciencia decadente de occidente, con su prototipo del hombre teórico, del hombre de ciencia moderno que trata de someter a leyes y conceptos inmutables las fuerzas de la naturaleza y los instintos primarios de la vida, simbolizados en lo dionisíaco. Sócrates ha sido una calamidad, el primer hombre que atribuye al saber, a la investigación de las causas y de la verdad, a la actividad razonadora o lógica, el ser la vocación más noble del hombre y la panacea universal.

Nietzsche encuentra en Wagner, de quien es profundo admirador y amigo, la plasmación del resurgimiento de la verdadera tragedia griega como intérprete fidedigno del fondo dionisíaco -dice- del espíritu alemán. Y Wagner conscientemente quiere llevar a la escena las ideas de Schopenhauer y de Nietzsche, tanto haciendo de la irracionalidad vital y fuerte protagonista principal de su obra: Sigfrido, Tristán, Brunilda, Isolda, [- aunque en el pesimismo de Schopenhauer todos llevados a la muerte -] como destruyendo, en el vórtice romántico de su música arrebatadora, todo logos, toda racionalidad apolínea y clásica.

Pero Nietzsche se distanciará de Wagner cuando éste derive nuevamente hacia el cristianismo en su última obra, Pársifal.

Porque mientras tanto Nietzsche ha focalizado como el gran adversario de la vida, del querer, de lo dionisíaco, no ya solo a la razón, a la cultura socrática, sino específicamente a su peor heredero: al cristianismo, a la Iglesia.

[La afirmación de la vida, de la vida en sus fuerzas elementales, en todos los instintos, sobre todo en sus instintos de poder y de dominio, se constituyen en el gran objetivo de Nietzsche y, cuando se le arguye que eso parece reducir al hombre a lo animal, contesta que no importa porque, al fin y al cabo, -afirma- "el hombre se distingue del ser animal solo en que quiere con más conciencia lo que el animal quiere ciegamente".

La vida tiene valor en si misma y no hay que buscarle otro sentido o explicación fuera de ella. Ataca a todos aquellos que quieran ponerle alguna norma, empezando por los antiguos estoicos.

Porque la aceptación de la vida en Nietzsche no admite ninguna cortapisa: la defiende en toda su amplitud, no solo como aceptación de los goces de la sensualidad, sino también en la desbordante riqueza de sus fuerzas múltiples, de los instintos egoístas de dominación, de lucha y crueldad, de los riesgos y dolores que conlleva, no en actitud resignada, sino en aceptación activa y creadora, que abandona toda renuncia, todo intento de fuga frente a esos males. Es esta aceptación integral del existir la que transforma el dolor en alegría, la lucha en armonía, la destrucción en creación. A todo esto finalmente Nietzsche lo designa con el concepto equivalente de 'voluntad de poder' (der Wille zur Macht). Como Vds. saben, aunque después de muerto, Nietzsche se transformará en uno de los principales inspiradores del nazismo.

El principio de la vida, la voluntad de poder, debe, pues, ser considerado como principio supremo. Todo será condenado por Nietzsche en nombre de este principio: la cultura de su tiempo, la filosofía, la ciencia, las instituciones, el mismo arte wagneriano en su última etapa, pero, sobre todo, la moral, Dios y el cristianismo]

Contra el cristianismo reservará sus más terribles andanadas: hostil a la vida, porque tiende a aniquilar sus instintos, a mortificar la energía vital, a destrozar y empobrecer la fuerza. La moral cristiana predicada en nombre de un Dios cruel que mata a su hijo, representa la insurrección contra la vida, la negación de la vida, una castración contraria a la naturaleza. " Esa especie enemiga de la vida, resentida contra ella ", llama a los pastores y sacerdotes. [El cristianismo -afirma- ha sido siempre hartazgo y disgusto de la vida con su odio del mundo, el anatema a las pasiones, el miedo a la belleza y a la voluptuosidad, con un más allá futuro inventado para denigrar al presente]

En el "Anticristo" uno de sus libros a la vez más blasfemo y mejor escrito, estremecedor y vibrante, ¡genial!, al defender al hombre superado, al hombre librado de todo lo apolíneo, de todo lo cristiano, al que él llama 'el superhombre', sostiene: "El cristianismo hace una guerra mortal a este tipo superior de hombre; ha desterrado los instintos fundamentales. El cristianismo ha tomado partido por todo lo que es débil, humilde, fracasado; ha hecho un ideal de la contradicción a los instintos de conservación de la vida fuerte".

El cristianismo es la plasmación de la conciencia racional -dice- pero la conciencia racional no forma parte de la existencia individual, sino que pertenece a la naturaleza de la comunidad y del rebaño, de la chusma, del hombre común, no del verdadero hombre, el superior, el superhombre, el que da libre curso a sus instintos de fuerza y determina por su propia cuenta los valores. Éste está por encima de lo razonable, de lo normal. { No es extraño que el nazismo se haya inspirado en sus escritos, ni que sus funcionarios hayan sido asiduos oyentes de Wagner }

[La moral, la responsabilidad, el bien y el mal, incluso la libertad -y su consecuencia: la posibilidad de pecar- son inventos de los teólogos, de los sacerdotes, para hacer a la humanidad culpable y así mantener su dominación sobre las masas, con la amenaza de penas y castigos. Toda la moral es una fuerza terrible y engañadora que ha corrompido a la humanidad entera; una de las raíces de la enfermedad y decadencia de lo humano, pues ha sido inventada para mantener el resentimiento y control de los hombres inferiores sobre los superiores. Es una moral de esclavos que ha impedido el desarrollo de la verdadera moral, la de los señores]

Bien; no abundemos más en este discurso nietzscheano, buen ejemplo, como Vds. pueden darse cuenta -por su proyección en el nazismo y en tantas posiciones comunes del hombre superado moderno, del hombre sin moral, de ese cualquiera que uno puede encontrar en las calles de Buenos Aires- buen ejemplo, digo, de como los pensadores aún ocultos en las aulas universitarias son capaces de cambiar el curso de la historia e influir decisivamente en la sociedad. La gente común no tiene noción de la importancia de las ideas y los dislates que se enseñan por ejemplo en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA; les tiene sin cuidado. Profesores locos a quienes solo conocen sus alumnos; también ellos medio raros ¡dedicarse a esas tonterías! Pero, de allí, eso pasa a la política, a la educación, al arte, al cine, a la televisión y, finalmente, se mete en la vida de todos. [ Desde el marxismo nos han acostumbrado a creer que todos los acontecimientos se mueven por estímulos puramente económicos y que la pobreza o la riqueza son las grandes contrariedades capaces de llevar a golpes, tumultos y revoluciones. Hasta los obispos parecen hablar solo de esto y nadie se ocupa de lo que se enseña, de lo que se aprende, de lo que mete en la cabeza de la gente. ¡Y hoy hay dando vueltas pensadores peores que Nietzsche o que Marx! ]

En fin: el asunto es que tanto Schopenhauer, como Nietzsche -como luego el existencialismo, el vitalismo, el psicoanálisis y tantos otros sus sucesores, incluso el hippismo y aún la drogadicción- conforman un aspecto importantísimo del pensar contemporáneo, mezcla heterogénea de cientificismo en lo puramente físico y natural y de irracionalismo en lo humano.

Pero ¿habremos de rechazar todo lo que estos genios extraviados afirman?

En realidad ambos se oponen a sistemas de pensamiento que unilateralmente habían exaltado el pensamiento, la razón, la inteligencia, en desmedro de la vida, del querer, del sentimiento. Hay que pensar que en frente a estos pensadores estaban -como ya hemos señalado- Kant, Descartes, Hegel [- contra el cual el cristianísimo Kierkegaard descarga por ese tiempo sus baterías -]. Más aún, estos pensadores tienen enfrente a un cristianismo deformado por el protestantismo, tanto en su vertiente luterana, como en la del rígido calvinismo o el maniqueísmo puritano: puro rigorismo, pura actitud fundamentalista y dogmática. Aún muchos representantes de la mismísima Iglesia católica no habían escapado del todo al influjo kantiano y protestante.

Para gran parte del pensamiento europeo el cristianismo no se presentaba sino como una pura moral, hecha de mandamientos y prohibiciones, de amenazas de castigos; para peor, al aparente servicio del poder y de las clases dominantes. Y sus verdades teóricas, apolíneas, plasmadas en dogmas de difícil inteligibilidad y nula belleza, incambiables, herméticos, en el fondo inservibles y ajenos a la vida.

Pentecostés, culminación de la Pascua, nos habla hoy de un cristianismo distinto no hecho de limitaciones y prohibiciones sino por el contrario de fuego, de viento y de vida. Justamente Pentecostés, cincuenta días después de Pascua, antigua celebración agraria del final de las cosechas, se había transformado en el judaísmo en la conmemoración de la Ley entregada a Moisés en el Sinaí. Cristo viene a superar el vivir sujeto y esclavizado a la ley propio de los esclavos, por la libertad de los hijos de Dios movidos por el Espíritu. Nada más lejos para el cristianismo que una legalidad despojada de vida. Precisamente el término espíritu, 'ruah' en hebreo, 'pneuma' en griego, que literalmente significan viento o respiración no designa otra cosa, en lenguaje simbólico, que vida. La vida que se manifiesta en el respirar. El espíritu santo no es sino el respirar santo, es decir el respirar de Dios, la vida de Dios. Eso es lo que se infunde en el que cree en Jesucristo. El cristianismo no es una revelación de verdades o una promulgación de novedosas leyes morales, es la infusión de una nueva vida, la vida de Dios, en el corazón del hombre. El que muchos cristianos la reduzcan a fórmulas teóricas de catecismo o de teología o a imposiciones de preceptos y vetos no es sino una triste deformación.

Sin duda que la fe y la razón habrán de iluminar el camino del creyente pero antes que nada la vitalidad de Dios habrá de empujar en entusiasmo y fuerza su vivir comprometido en este mundo. Entusiasmo y fuerza que llevan como en un instinto iluminado a encontrar una cada vez mayor inteligencia en las verdades de la fe en auténtica ciencia y sabiduría a la vez humana y divina, pero entusiasmo y fuerza que se trasuntan antes que nada en el amor, en la búsqueda del bien de los demás, en el vivir enamorados de Dios. Que esto implique a veces renunciar a amores inferiores, a instintos menos nobles, a caminos torcidos, ello de ningún modo equivale a una deserción de tipo oriental, yoga, quietista, sino el abandono de mediocres maneras de vivir para exaltarse en lo grande, en lo heroico, en lo santo...

Cualquier santo puede mostrarse como ejemplo no de mera renuncia o abnegación, sino de altura de miras, agallas viriles, búsquedas ardorosas de nuevos caminos, amores fogosos, alegría de vivir...

Para muchos de nosotros, que tenemos más o menos claras las ideas, y sabemos 'grosso modo' lo que tenemos que hacer, pero no tenemos las fuerzas ni el valor de llevar todo a las últimas consecuencias y vegetamos en nuestra tibieza de cristianos a medias, que Pentecostés sea ocasión para que la gracia de Dios nos empuje en viento y en fuego, y nos haga querer y vivir en serio, para mostrar, en nuestro existir cristiano, que nadie tiene porqué buscar la vida y el amor fuera de Jesús.

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