2016- Ciclo C
SOLEMNIDAD DE LA SANTISIMA TRINIDAD
San Lorenzo
[lo escrito entre corchetes no fue dicho en la homilía hablada]
Lectura del santo Evangelio según san Juan 16, 12-15
Jesús dijo a sus discípulos: «Todavía tengo muchas cosas que deciros, pero no las podéis comprender ahora. Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él os hará conocer toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo. El me glorificará, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará. Todo lo que es del Padre es mío. Por eso os digo: Recibirá de lo mío y os lo anunciará»
SERMÓN
Antes de la usurpación musulmana, España desde épocas romanas, era profundamente católica, tanto es así que, cuando los visigodos, de confesión arriana, tomaron el poder, al tiempo fueron convertidos al catolicismo, con su rey Recaredo, en el 567. Madrid aún no existía. Su origen se remonta recién al siglo IX, cuando el emir Mohamed I (852-886) levantó una fortaleza en el lugar ocupado actualmente por el Palacio Real. Y es en 1561 cuando adquiere definitiva importancia al establecerse allí permanentemente la corte real.
Toledo, fue, en cambio, la capital del reino hasta la invasión musulmana. También era la sede primada de la iglesia católica –y la sigue siendo-. Importantísimos sínodos o concilios provinciales se realizaron en esa ciudad.
En uno de ellos -precisamente el I Toletano, finalizado en el año 400- los obispos hacen una añadidura al Credo ‘Niceno-constantinopolitano’, que estaba implícita en la Revelación, según hemos escuchado en la lectura de hoy, y que tendía a disipar las últimas resistencias arrianas, al afirmar que, en la Trinidad, el Espíritu Santo era espirado no solo por el Padre sino también por el Hijo. Así en el credo se proclamaba que el Espíritu Santo procedía del Padre y del Hijo, en latín ‘Filioque’.
Ese ‘Filioque’, ese ‘del Hijo’, que comenzó a introducirse en el Credo por todo Occidente fue la piedra de escándalo que utilizaron los católicos bizantinos, luego autollamados ‘ortodoxos’, para separarse de la Iglesia de Roma. Definitivamente a partir de 1054, cuando el papa San León IX excomulgó por hereje al patriarca de Constantinopla Miguel Cerulario.
De hecho la separación formal consumaba un distanciamiento paulatino que se había hecho ya agudo dos siglos antes, hacia los años 879, con el Patriarca Focio, un eunuco ilegítimamente ordenado, pero sumamente inteligente quien, para defender los supuestos derechos del patriarcado bizantino y su rebeldía a Roma reprochaba a los latinos el haber introducido el ‘Filioque’ en el Credo y, entre otros abusos más mas o menos serios, el hecho antinatural de que los occidentales se cortaban la barba, contra los deseos divinos que por algo se la había dado a los hombres.
Es sabido que las tres grandes capitales de el imperio romano eran, por supuesto Roma, pero conservaban el prestigio del tiempo helenístico Alejandría y Antioquía. Los respectivos obispos, llamados patriarcas, aunque no siempre se llevaron bien entre si, siempre reconocieron a Roma como la sede primada de la catolicidad. Pero la cosa superó los límites de la insolencia cuando, poco después de haber Constantino trasladado la capital del imperio a Bizancio en el 330, la ‘Nueva Roma’ como quisieron llamarla –Constantinopla, hoy, desgraciadamente Estambul-, su obispo pretendió tener también los privilegios de los otros tres patriarcados.
En realidad ese traslado había sido providencial, ya que por su posición misma el obispo de Constantinopla era prácticamente el capellán del emperador y obedecía en casi todo a los dictados de éste.
Por el contrario en Roma el papa no tenía que subordinarse, al menos en su acción magisterial y pastoral, al poder de ningún emperador, pues dividido el imperio en el de Oriente -con capital Bizancio- y el de Occidente, en este último la capital había sido trasladada a Milán y finalmente a Rávena. El papa pudo así mantener su independencia casi toda su historia, tanto más cuando, más tarde, a fines del siglo VIII, se convirtió en monarca de los llamados Estados Pontificios, de losl cuales hoy no le queda más que la antigua colina Vaticana.
Esto no lo preservó de ser acechado -sobre todo durante las invasiones bárbaras- por los ostrogodos primero y los longobardos después y, desde el siglo VIII, por las salvajes depredaciones sarracenas. Tuvo que llamar en su ayuda a los francos, cuyo rey era el, luego, llamado Carlomagno, a quien coronó en una de sus visitas a Roma, en el año 800, emperador de Occidente, fundando así el Sacro Imperio Romano Germánico. Pero esos emperadores, si bien solían ir a coronarse a Roma luego volvían a sus pagos y no pretendieron nunca establecer su capital allí.
El asunto es que el mismo Carlomagno se ocupó de propagar el Credo con el Filioque cuando, sus obispos lo adoptaron, con gran disgusto de los bizantinos que cada vez más se distanciaron de Roma.
[Antes del año mil cuando se consuma el cisma de Oriente Italia se vio aquejada por las invasiones musulmanas que llegaron a tomar posesión del sur de la península y Sicilia, en el 900, y los bizantinos que intentaban recuperar lo que ellos llamaban su antiguo feudo imperial.
La Providencia, empero, quiso que los vikingos, también llamados normandos, provenientes de las frías regiones danesas, fueran un pueblo aunque cristianizado, sumamente belicoso, que no solo había tomado posesión del norte de Francia en la segunda mitad del siglo IX, arrebatándoselo a los francos y fundando la Normandía, desde la cual luego conquistarían con Guillermo, Inglaterra, en el 1066, sino que, guerreros formidables, tomaron el sur de Italia, echando a puntapiés a los musulmanes, sacando a las guarniciones bizantinas de la península y, finalmente, reconquistando Sicilia. A los papas estos peligrosos vecinos les gustaban a medias, pero finalmente fueron reconocidos por ellos y se transformaron en un buen baluarte contra el Islam.]
Ya en el siglo XI el papa San León IX quiso restablecer buenas relaciones con Oriente y mandó legados a Constantinopla para hablar con el emperador romano de Oriente y con el patriarca Miguel Cerulario que despreciaba profundamente a los bárbaros instalados en el antiguo imperio y al clero romano. Pero que especialmente estaba furioso por la expulsión de los bizantinos de la península por parte de los normandos. El emperador se mostró favorable al diálogo pero Cerulario fue inamovible e insultó gravemente al papa, a sus pretensiones de primado, a las costumbres romanas y, por supuesto, a la introducción del Filioque y de las barbas rasuradas. Corría el año 1054.
San León IX
Desde entonces, la división permanece y las iglesias dependientes de Bizancio, las ortodoxas, no solo desconocen el ‘Filioque’ y el primado papal sino todos los dogmas proclamados desde entonces por los papas y los legítimos concilios ecuménicos. No es un asunto que pueda arreglarse fácilmente o solo con abrazos y reuniones y oraciones en común.
Muchos orientales siguieron aceptando el primado papal y otros lo hicieron luego pero esto hoy no agrada a los nuevos vientos que parecen soplar en Roma. Quieren hacer unidad sin verdad, solo revolviendo un gran pastel y esfuminando la verdad, para reducirla a un común denominador que alcance no solo a los cristianos sino a los chamanes del Amazonas y a los brujos de las tribus animistas de África. Por no hablar de los mismos musulmanes, quienes se ríen como locos de estos intentos absurdos de los católicos y, aunque algunos se prestan al juego, saben y sostienen que la única verdad -que debe imponerse a sangre y fuego- es la de Mahoma –de dudosa existencia- y el bodoque del Corán.
En fin, lo de la barba era una pavada: las pilosidades nunca fueron razón que yo sepa de guerra alguna, pero lo del ‘Filioque’, es decir lo de que el Espíritu Santo procede el Padre ‘y del Hijo’, es una verdad fundamental. Por cierto que se trata de una cuestión que escapa a la necesidad de comprensión de los fieles en general y que no interesa explícitamente a la cultura en general. Es como esos pequeños detalles en los cuales se fijan los científicos y sobre los cuales se arma la praxis y la técnica y en donde un pequeño error puede hacer que fracase o explote el experimento o se venga abajo el edificio. Pocos entienden las fórmulas de los físicos atómicos, pero cualquiera es capaz de percibir su implementación en una bomba atómica. Al comprador en general le importa poco la fórmula exacta del análisis de resistencia o estabilidad que debe resolver el ingeniero para levantar el departamento, solo le interesa que éste no se le venga abajo.
Algo de eso sucede con el Filioque del cual ni Maradona ni Tinelli han oído hablar en su vida, sin embargo de la negación de esa pequeña verdad trinitaria les viene gran parte del pensar –o mejor no pensar- con el cual actúan.
El orgulloso imperio oriental, reducido a su mínima expresión en Bizancio, caerá, en el 1523, en manos del Islam y la ortodoxia sufriría perdidas enormes con toda su población antiguamente cristiana eliminada o constreñida, en la práctica, a hacerse musulmana. También en manos del Islam habían quedado reducidos a su mínima expresión los patriarcados de Alejandría y de Antioquía. Algunos restos de cristianos que quedaron aquí y allá -coptos, caldeos, sirios, libaneses- fueron perseguidos sistemáticamente y parecen estar- en nuestros días, a pesar de los abrazos papales con los enemigos de la Iglesia, en estado terminal. De hecho hay menos de 300 millones de ortodoxos en el mundo, la mayoría en Rusia, al lado de 1300 millones de católicos.
Porque los ortodoxos subsistieron sobre todo en la Rusia fundada por los normandos, los vikingos, en Kiev y, luego, trasladados a Moscú, la Novísima Roma, según ellos, donde el rey se consideró nuevo ‘caesar’, ‘zar’ y el patriarca sucesor del de Constantinopla.
También ellos sufrieron -ya en nuestros tiempos- la terrible persecución comunista y muchos emigraron a occidente. Allí se desarrollaron algunas escuelas que adquirieron, hasta hoy, gran prestigio. Entre otras el instituto San Sergio de Paris. De estos centros salieron unos cuantos pensadores de valía, entre ellos un tal Vladimir Lossky (1903-1958), que tuvo la suerte de, en París, ser discípulo de Gilson.
Vladimir Lossky
Pues bien, Lossky, paladinamente, afirmaba que la gran piedra de toque que diferencia el pensamiento ortodoxo del católico es justamente el ‘Filioque’, la afirmación de que el Espíritu Santo no proceda solamente del Padre sino también ‘del Hijo’. Esto hace, según Lossky ,que -como dice confusamente el papa actual- los católicos den excesiva importancia a la ley, a la razón, a la inteligencia y no confíen en la mística y en los impulsos ciegos del Espíritu Santo.
Porque ya desde los primeros esbozos teológicos de los primeros siglos del cristianismo se entendía que el Hijo tenía algo que ver con la inteligencia de Dios y el Espíritu Santo con su amor. Aproximación no siempre aceptada por la ortodoxia. Empero es sabido que el auténtico amor, a nivel humano, pero analógicamente a nivel divino, es normado por la verdad. No hay amor sin conocimiento, sin verdad, sin sabiduría, sin saber ‘el cómo’, sin respeto a la norma que descubre la inteligencia o que nos revela la inteligencia de Dios, su Palabra, su Verbo.
Por eso dice Jesús “amaos los unos a los otros, pero como yo, el verbo, la palabra, os he amado”. Y también: “el que me ama, cumple mis mandamientos”.
El saber, la ciencia, la verdad son las que manejan el arma del amor, no el sentimiento y, mucho menos, el error. Si me gusta la medicina, con puro sentimiento o con ciencia mediocre no puedo curar un enfermo; tengo que saber. Y como, a nivel teologal, el amor se llama ‘caridad’, y la inteligencia ‘fe’, tampoco hay caridad auténtica sin verdadera fe.
En el mismo Dios el Amor se identifica con su Entender, su Bondad con su Verdad. No pueden separarse. Eso lo expresó desde siempre la Iglesia a partir del mismo nivel trinitario afirmando que el Espíritu que mueve a la caridad es, al mismo tiempo, el Espíritu de la Verdad, el Paráclito que nos envía Jesús -tal cual escuchamos en el evangelio-. De allí que necesariamente, para ser verdaderamente espíritu divino, espíritu santo, tiene que proceder del Padre ‘y del Hijo’, del Verbo. Y, en la economía divina en favor de los hombres, de Cristo Jesús y de su Palabra de verdad, sus enseñanzas y sus mandamientos.
El Espíritu Santo, en ese sentido, no da sorpresas. La única gran sorpresa de la historia fue la encarnación en el vientre de María de la eterna Palabra de Dios. Sorpresa oscuramente profetizada por el antiguo testamento. Y aunque es verdad que los caminos por los que lleva a cada uno la Providencia no siempre son predecibles, lo que es totalmente predecible es que nunca me puedo apartar de la verdad ni del recto camino marcado por Aquel que dijo de si mismo “Yo soy el camino la verdad y la vida”; a costa de perder la gracia, el espíritu de Dios, el Espíritu Santo y, por tanto, extraviar la Vida eterna.
La ortodoxia, al rechazar el ‘Filioque’ cayó, a la larga, en sus exponentes principales, en una difusa espiritualidad mística. Y, en su comprensión de Dios, en la incomprensión, el apofatismo, renunciando a entenderlo. Y al decir que el Espíritu procede del Padre sin mediación alguna del Logos, de la razón, puede dar lugar a cualquier disparate o abuso práctico y teológico.
[No por nada el mencionado Florosky era un gran admirador del Meister Eckhard condenado por la Iglesia por sus afirmaciones panteístas.]
En esta época de diálogo ecuménico e interreligioso y aún puramente cultural es una contradicción tratar de ‘dia-logar’–como se dice- apelando a la pura solidaridad o unidad ficticia o sentimental, cuando precisamente el diálogo es una búsqueda en el ‘logos’, en la verdad, en la inteligencia. Y no en la inteligencia del ‘pensiero debole’ del postmodernismo, [concepto acuñado por el homosexual Gianni Vattimo] que no entiende nada de verdades, sino en la verdad sólida que es capaz de encontrar el hombre si emplea rigurosamente su razón y se deja iluminar por la Revelación, por Cristo Jesús, en el nombre del Padre y del Hijo y del Santo Espíritu que de ambos procede.