1995 - Ciclo C
SOLEMNIDAD DE LA SANTISIMA TRINIDAD
Lectura del santo Evangelio según san Juan 16, 12-15
Jesús dijo a sus discípulos: «Todavía tengo muchas cosas que deciros, pero no las podéis comprender ahora. Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él os hará conocer toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo. El me glorificará, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará. Todo lo que es del Padre es mío. Por eso os digo: Recibirá de lo mío y os lo anunciará»
SERMÓN
Oh Dios único, al que ningún otro es semejante. Cuando estabas solo Tu modelaste la tierra según tu deseo: hombres, rebaños, pequeños animales, todo lo que hay en el suelo y camina sobre sus patas, lo que está en el aire y vuela con sus alas... Tus rayos alimentan todos los campos. Cuando te elevas, viven y prosperan por ti. Tú has hecho las estaciones para traer a la existencia todo lo que has formado: el invierno para refrescarlo y el verano para que te saboree...
Lo que acabo de leer son fragmentos de una famosa oración escrita en jeroglíficos, hallada en la tumba de un tal Ayá , alto funcionario egipcio de la corte del faraón Amenofis IV , y compuesta precisamente por este último. Cuando se la descifró, a principios de siglo, se la encontró sorprendentemente parecida al salmo 104 de nuestra Biblia.
Y al respecto conviene recordar algunos hechos, ya que la historia de Amenofis IV es quizá una de las más conocidas de la crónica egipcia, gracias al fantástico descubrimiento, en 1922, de la tumba de su hijo, Tutankhamón , encontrada intacta, inviolada, oculta a los ladrones de tumbas, en el Valle de los Reyes, por los británicos Howard Carter y lord Carnavon , muertos luego misteriosamente.
Más aún, Amenofis IV , reinante hacia los años 1370 AC, es célebre también por la excepcional mujer que le tocó por consorte y reina: Nefertiti , la reproducción conocidísima de cuya cabeza, conservada en el Museo de Berlín, nos muestra uno de los rostros de mujer más bellos que se pueda imaginar.
Pero, claro, esto no sería más que anecdótico, si Amenofis IV no hubiera hecho algo más -amén de figurar en la novela de Mika Waltari , Sinuhé el Egipcio- : Amenofis IV es uno de los pocos faraones egipcios cuya fama se debe no a sus conquistas o hazañas guerreras sino a su ideología.
Justamente el extracto de la oración que he leído es fruto de la devoción exclusiva de Amenofis IV al Dios sol, al disco solar, Atón .
Antes de su llegada al trono, si bien la divinidad principal de los egipcios había sido siempre el sol, bajo el nombre de Amón o de Ra o de Ptah , le acompañaban, empero, en el panteón, multitud de divinidades, que componían una colorida mitología y un complicado culto politeísta. Y el conocimiento, y por lo tanto el manejo, de estos dioses y poderes lo poseían los grandes sacerdotes brujos de las ciudades de Tebas y de Menfis. Éstos, junto con el ejército, controlaban el poder.
Para tratar de quebrar este control, Amenofis IV traslada su capital Nilo arriba, a El Amarna , y allí construye su palacio y el gran templo a Atón, el disco solar, el dios sol. Cambia su nombre Amenofis, por el de Akhenatón (el amado de Atón, el amado del disco solar) y se enfrenta con los diversos cleros de Egipto, enviando a sus tropas a acabar con las divinidades politeístas e instaurar el culto único a Atón.
Lo logra a medias: la oposición de los sacerdotes brujos, que poseían inmensas riquezas y posesiones, y del ejército, que ve como el faraón para imponer este culto descuida las fronteras y las conquistas de sus antecesores, hace que Akhenatón se encierre cada vez más en el amor a su mujer y en su religión a Atón. Lamentablemente Nefertiti solo le da seis hijas mujeres, ningún varón. Tiene que elegir como sucesor a un varón hijo de una esposa de segundo rango, a Tutankhatón , que sube al trono a los siete años y muere a los diecisiete. Este pobre niño es incapaz de resistir el poder de los sacerdotes de Amón y del ejército: lo hacen volver a Tebas, le obligan a cambiar su nombre de Tutankhatón en Tutankhamón y debe abolir el culto a Atón volviendo a los antiguos dioses de Egipto. Tutankhamón no deja descendencia y, muerto tempranamente, un general, Horemheb , con el apoyo de los sacerdotes de Tebas toma el poder e instaura una nueva dinastía. Por lo menos, como sabemos, le construyó al faraón niño una tumba más o menos decente. Pero la religión de Atón desaparece, El Amarna es demolida y el recuerdo de Amenofis IV, Akhenatón, execrado, sus estatuas destruídas y borrado su nombre de los registros.
Pero, al decir de algunos historiadores, el recuerdo de Atón, el disco solar, el dios único, prende, no solo en algunos pensadores egipcios, sino también en algunos pueblos extranjeros que habitan el territorio. Tenemos que pensar que, según los viejos recuerdos bíblicos, los hebreos habitan Egipto precisamente en estas épocas. De hecho un joven hebreo, educado en la corte del faraón, cien años después de Amenofis IV, en el 1250 AC, durante el reinado de Ramsés II , será memorado luego como el gran introductor del monoteísmo en Israel: Moisés .
Hay algunos que piensan que Moisés no hace sino recoger la ideología monoteísta de Akhenatón, Amenofis IV e introducirla e imponerla en su pueblo. El dios único de la Biblia no sería sino Atón con otro nombre y el salmo 104, tan semejante al himno de Akhenatón sería una de las pruebas de ello.
Sin embargo esto es simplificar las cosas. Vean, cuando uno le pregunta a una persona más o menos culta cuál es la diferencia entre la religión bíblica y las demás, la respuesta más común es que ella es monoteísta y el resto, en cambio politeísta: la Biblia habría descubierto que existe un solo Dios.
Y esto no es así, porque, de hecho, además de la de Atón, han existido y existen en la humanidad muchas religiones monoteístas. La originalidad de la concepción hebrea no es el monoteísmo sino el afirmar a Dios como radicalmente distinto, trascendente, no identificado, con el universo. Es decir: todo el resto de las religiones politeístas o monoteístas es panteísta, a saber, confunden a Dios con la materia, con la naturaleza, con el cosmos, con la humanidad. La Biblia, en cambio, declara a Dios Señor y soberano del universo, creador de la naturaleza, distinto del cosmos. Eso de ninguna manera lo entendía Amenofis IV: él lo único que había querido es unificar políticamente a Egipto y reducir el poder de los sacerdotes brujos suprimiendo el culto supersticioso y mágico que éstos realizaban para dominar y explotar a las masas. Quiso simplificar las cosas en un solo Dios, en el disco solar, para que todos pudieran entender; no solamente los grandes sacerdotes.
Por supuesto que fue un intento honesto, pero eso no era descubrir al verdadero Dios, ni esto puede haber influido en Moisés. Lo de la Biblia es totalmente distinto. Dios no es el sol. Dios está mucho más allá de absolutamente todas las cosas y es Señor y creador de todas ellas. Ese es el mensaje bíblico.
Pero, vean, la Iglesia quiere hoy mostrarnos que el verdadero Dios no solamente se define por su unidad, por ser único, por ser solo: Oh Dios único, que estabas solo antes de la aparición del Nilo , dice, en su himno, Akhenatón...
No: Dios es único , sí, uno , pero de ninguna manera solo. No es la soledad lo que lo lleva a crear, a modelar el universo, a formar al hombre, sino la sobreabundancia de su existencia y felicidad en el misterio de la misma vida compartida desde siempre por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
La resurrección de Jesucristo, manifestación del Padre, y la efusión del espíritu, en Pentecostés, hizo comprender poco a poco a la Iglesia -en una doctrina sustentada luego, en el siglo IV, por los grandes concilios de Nicea y de Constantinopla - que en la mismidad de Dios, en su única esencia, conciencia, inteligencia y voluntad, coexiste desde siempre, participativamente, el convivir de la Trinidad.
La teología se ocupó luego de mostrar como esta trinidad relacional, flexional, de pura mutua relación personal, de ninguna manera hería la simplicidad y unidad divina. Pero eso no es tema para un sermón. Lo iluminante de este misterio, lo que nos hace ver claramente, es que, en la vida tanto de Dios como del hombre, lo más importante no es el individuo cerrado en si mismo, en búsqueda de su propio ego y la afirmación de si -como lo predica el racionalismo e individualismo liberal y freudiano contemporáneos- sino el hombre vinculado, el hombre en comunidad, en familia, en amistad, religado a sus semejantes... Lejos de ser la independencia, la autonomía, el individualismo, la propia realización, el eje y norte de la vida humana, lo que nos hace realmente humanos es nuestra capacidad de vivir con otros, y amar y ser amados por aquellos con quienes vivimos.
Vean, ya los griegos tenían bastante clara esta realidad, por eso ellos no concebían un hombre verdaderamente humano si no estaba integrado en la ciudad, en la polis, en la comunidad de los hombres... Tanto es así que, en griego, solo, único, se dice, idio -: de allí nuestras palabras idio ma o idio sincracia, pero de allí también el adjetivo idio ta: el idiota, para el griego, es el que vive solo para si, el autista, el solitario...
Por eso decía Aristóteles que el solitario, el solo, o era un loco, un idiota, o era un dios. Solo los dioses podían vivir solos.
Pero en esto Aristóteles se equivocaba, porque de ninguna manera Dios es realmente solo; es uno si, pero, en la plenitud de su existencia, no le falta para nada éso que hace a la plenitud de la vida humana, y que es la convivencia, el amor mutuo, el compartir.
Y es porque nosotros estamos hechos a imagen y semejanza de Dios y llevamos en nuestros genes el ansia de la imitación divina, es por eso que, en el fondo de nuestros anhelos de realización, impera siempre la búsqueda del otro, el compromiso con el amigo, con la mujer, con la familia, con los nuestros...
El individualismo masónico, el nuevo orden mundial, la nueva era, en cambio, promueven la afirmación del ego, la satisfacción egoísta de las apetencias epidérmicas del yo... Sabe el poder político y económico mundial que a una humanidad no unida en naciones, en patria, en comunidad y en familia -sociedad de individuos dispersos, masa- podrá manejarla a su guisa y arbitrio... Y para eso no vacila en el intento de denigrar el patriotismo, de destruir a la familia: con el propósito de sumir al hombre en la frustración y tristeza de la soledad y el individualismo, que lo lleven a paliar su insatisfacción en el trabajo y en el consumo, y lo hagan meter en la dinámica económica de una competencia desaforada que rompe los lazos de la solidaridad y transforma al prójimo en adversario... Así debilitados, despersonalizados, solos, podrán mejor dominarnos y quitarnos la verdadera libertad.
El dogma trinitario nos enseña que esto no ha de ser así: la tripersonalidad divina no se afirma en el egoísmo que separa, en el individualismo que divide, en la riqueza que es pobreza del otro: la persona se forja en el compartir, en el amar dando y dándose, a la manera del Padre, del Hijo y del Espíritu santo, que mutuamente, eternamente, comparten el mismo existir, riqueza, conocimiento, belleza y amor.